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07/05/1922
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NUMERO EXTRAORDINARIO 20 CÉNTIMOS. A Ñ O DECIMOOCTAVO. S REDACCIÓN Y ADMINISTRACIÓN: SERRANO. 55. MADRID. APARTADO NÚM. 43 ABC NUMERO EXTRAORDINARIO 20 CÉNTIMOS. AÑO DÉCIMOOCTAVO. S) S i CAPITALES ESPAÑOLAS VISTA PANORÁMICA DE BILBAO. (p- OTO P SPIGA) EL DOLO R DE ENVEJECER Casi todos los días, desde hace más de un lustro, los periódicos publican alguna nueva receta para no envejecer o para envejecer mejor. No son únicamente los sabios, con sus estudios opoterápicos y sus ensayos de injertos glandulares, los que creen que se hallan en vísperas de descubrir el secreto de Fausto. Los filósofos también. Para conservar la juventud después de los sesenta años- -nos asegura monsieur Jean Finot- -lo único que se necesita es tener una fe absdluta en nuestras propias fuerzas y resistir, d un modo optimista, a los primeros efectos de la decrepitud. Las más grandes cosas han sido hechas por ancianos. Gal íleo tenía más dé setenta años cuando hizo sus grandes hallazgos. A la misma edad, Tintoreto creaba su Paraíso, Ticiano su Venus y Adonis, Verdi su Falstaff. Todo esto es cierto... Pero como la tierra no está poblada de genios, sino de pobres mortales que desean la vida para vivirla y no para producir obras maes- tras, los hombres sonríen ante los nuevos apóstoles, cual nuestros abuelos sonreían leyendo el De Senectude, de Cicerón. L o que queremos- -murmuran, llenos de tristeza- -no es envejecer sin que nuestro espíritu decaiga, sino no envejecer, o, por- lo menos, envejecer sin arrugas y sin canas. Y no son sólo las mujeres las que así ha- blan consigo mismas, cuando la angustiosa cuarentena se acerca. En este terreno, el sexo fuerte es tal vez más débil que e otro- en nuestros países, donde el mayor insulto ss decir a alguien viejo... -Cada vez que alguien me llama querido maestro -suele exclamar Henri Lavedan- me siento triste, porque sé lo que eso significa. Y agrega con dulce ironía: ¡Si al menos tuviera yo la suerte de ser chino! El Celeste Imperio, eti efecto, es el único pueblo del orbe donde la vejez, lejos de ser un defeicto redhibitorio, es una virtud amable. A este propósito recuerdo que e marqués dfe Villaurrutia me refirió cierto día de buen humor una aventura que estuvo a punto de costarle a España un disgusto diplomático. En una recepción del Palacio Imperial de Pekín, el representante de Su Majestad Católica acercóse a saludar al ministro favorito del Hijo del Cielo, y lo felicitó por su aspecto de buena salud. -Para mi edad avanzadísima- -contestóle el chino, que no parecía tener más de cuarenta años aún estoy bien. -í Si es usted mucho más joven que yo! -contestóle e l europeo. Esta frase bastó para que, dándose por ofendido, el guardián de los Sellos Sagrados se retirase a sus aposentos. Y es que en aquel extraño país la ve ¡Gz no se ad- quiere con los años, sino con les méritos, con la importancia de los puestos, con! a gloria literaria. Un mandarín de bola de cristal, aun teniendo el pelo blanco, no puede nunca ser tan anciano como un mandar m adolescente de bola de jade. -Lo malo- -me dijo el manjués de Villaurrutia, después de contarme esta historieta- -es que tal vez no se trata sino de un malentendu filológico y que muy probablemente los celestes, en su gran riqueza de vocablos, poseen otra palabra para exprCvSar la vejez que no es jerárquica... Más profunda que la teoría china parece a los poetas el principio de Gabrie D Annunzio, según el cual, mientras se ama de todo corazón, no se envejece Sólo que ¡ay! quizá aquí también nos hallamos ante otro malentendu, ya no de carácter lingüístico y formal, sino de esencia psicológica y de raíces íntimas. ¿Qué les importa realmente a los hombres enamorados y a las mujeres apasionadas no sentirse viejos (Jo que dentro del canon d annunziano equivale a no serlo) sj saben, por triste experiencia, que los seres a quienes adoran ya no los encuentran jóvenes... Lo más importante en este terreno no es la fuerza, no es la energía, no es la entereza de cuerpo y de alma, sino algo más superficial y más importante, algo que no es sino tersura de rostro y ausencia de canas. Un chico de veinte años, aun tísico e incapaz del menor esfuerzo, puede siempre, sin temor al ri-

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