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ABC MADRID 17-07-1912 página 2
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ABC MADRID 17-07-1912 página 2

  • EdiciónABC, MADRID
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LA INFANTA ISABEL EN BARCELONA S. A. R. con su acompañamiento, visitando los terrenos que va á ocupar el nuevo Club Muui i. HÜLLETIN DE A B C Fot. Arija. A RSENIO LIIP 1 N CON V TRA HERLOCK SHOLMES CXLVEra el conde un hombre de esta cua elevada y bella cafa grave dé cabello canoso. Muy rico, admiriistriaba él mismo su fortuna y vigilaba susr vastaspropiédade ícori la ayuda de su secretario; Jüárí Daval. En cuanto entró el juez recogió las primeras indicaciones del sargento de la gendarmería, Quevillon. La captura del; julpable, que seguía siendo inminente, noáe había aún efectuado, pero estaban tomadas todas las salidas del parque. Era imposible una evasión. El grupo atravesó en seguida la sala ca; ...pitular y el refectorio, situados en el piso. bajó. En seguida se notó el orden perfecto del salón. No había ni un mueble ni un obijetó que no pareciesen ocupar su puesto habitual, y no había ni un vacío entre aquellos muebles y aquellos objetos. A derecha é izr quierda estaban colgados unos magníficos tapices flamencos, y, en el fondo, en los entrepaños, cuatro hermosos lienzos, en sus marcos del tiempo, representando escenas mitológicas. Eran los célebres cuadros de Rúbeas legados al conde de Gesvres, asi como los tapices de Flandes, por su tío materno, el marqués de Bobadilla, grande de España. El juez, señor Filleul, hizo observar: -Si el móvil del crimen ha sido el robo, este salón, en todo caso, no ha sido objeto de él. ¿Quién sabe? -dijo el substituto del fis- cal, que hablaba poco, pero siempre en sentido contrario que el juez. -Pero vamos á ver, querido, el primer cuidado de un ladrón hubiera sido apoderarse de estos tapices y de estos cuadros, cuyo renombre es universal. -Acaso no han tenido tieirpo. -Eso es lo que vamos á saber. UN. ROBO... EN EL QUE NADA SE. HA ROBADO En este momento entró el conde de Gesvres seguido por el médico. El conde, que no parecía resentirse de la agresión de que había sido víctima, saludó á los dos magistrados y después abrió la puerta del saloncillo. La pieza, en la que nadie, excepto el doctor, había entrado desde el crimen, ofrecv. al contrario que el salón, el mayor desoLden. Dos sillas estaban derribadas, una de las mesas destrozada, y varios objetos, un péndulo de viaje, un clasificador y una caja de papel, estaban por el suelo. En algunos de los plieg- os blancos, desparramados, había sangre. El médico levantó la sábana que ocultaba el cadáver. Juan Daval, vestido con su traje ordinario de terciopelo y calzado con botas de clavos, estaba echado boca arriba y con un brazo replegado sobre, el cuerpo. Se le había quitado la corbata y el cuello y se Veía en el nacimiento de éste una fin 3 herida que marcaba el pecho. -La muerte ha debido de ser instantánea- -declaró el doctor- Una puñalada H bastado. ¿Es acaso- -dijo el juez- -el puñal qut he visto en la chimenea del salón, al lad de una gorra de automovilista? -Sí- -certificó el conde de Gesvres- El puñal fue recogido aquí mismo y proviene de la panoplia- del salón, de la que mi sobrina Raimunda cogió la escopeta. En cuanto á la gorra, es evidentemente del criminal. El juez estudió aún ciertos detalles de la pieza, dirigió unas preguntas al doctor y rogó después al señor de Gesvres que le relatase lo que había visto y lo que supiera. He aquí en qué términos se expresó el conde: -Pué Juan Daval quien me despertó. Yt dormía mal, por otra parte, con ratos de lucidez, en los que tenía la impresión de oir ruido, cuando, de repente, al abrir los ojos, le vi al lado de la cama, con su bujía en la mano y enteramente vestido, como está ahora, pues trabajaba con frecuencia hasta las altas horas de la noche. Parecía muy agitado, y rae dijo en voz baja: Hay gente en el salón. Y en efecto, oí ruido. Me levanté y entreabrí muy quedo la puerta de ese sal oncillo. MAURICIO LEBLANC. (Continuará. Igiiniiiriniímiw

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