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ABC MADRID 10-03-1910 página 17
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ABC MADRID 10-03-1910 página 17

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página17
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la galería vuelta. Pepe me hizo una nueva seña; comprendí que tenía que ir á mi puesto. Ya me alejaba de mi amigo, cuando lo vi venir hacia mí, y me abrazó después vi que con idénticas precauciones volvía á su cuarto. Extrañado por aquel abrazo, y algo inquieto, llegué á la galería recta y la seguí sin que nada me estorbara; atravesé la meseta y seguí mi camino por la galería, ala izquierda, hasta el gabinete obscuro. Antes de entrar en él miré de cerca la abrazadera de la cortina de la ventana... No tenía, en efecto, más que tocarla con el dedo para que, pesada como era, cayese de un solo golpe, ocultándole á Pepe el cuadro de luz seña convenida. El ruido de un paso me detuvo ante la puerta de Ranee. ¿No estaba aún acostado? Pero ¿cómo estaba todavía en el castillo, no habiendo comido con el Sr. Stangerson y con su hija? Por lo menos, yo no lo había visto á la mesa en el momento en que sorprendimos el hecho de Ma tilde. Me metí en mi gabinete obscuro, en donde me encontré perfectamente. Veía toda la línea de la galería, profusamente alumbrada. Nada de lo que allí ocurriera podría pasar inadvertido para mí. Pero ¿qué iba á ocurrir? Quizá algo muy grave. Nuevo recuerdo inquietante del abrazo de Pepe. No se abraza así á los amigos sino en ocasiones solemnes ó cuando van á correr algún peligro... ¡Por lo visto, -corría yo un peligro! Mi puño apretó la culata del revólver y esperé. No soy un héroe, pero no soy un cobarde. Esperé próximamente una hora; durante aquella hora no noté nada anormal. Fuera, la lluvia, que caía on abundancia desde las nueve de la noche, había cesado. Según mi amigo, lo probable era que no ocurriera nada basta las doce ó la una. No obstante, no serían más de las once y media cuando se abrió la puerta del cuarto de Ranee. Parecía como que era empujada desde dentro con suma precaución. La puerta quedó abierta durante un momento que me pareció muy largo. Como la puerta estaba abierta en la galería, es decir, empujada fuera del cuarto, no pude ver lo que ocurría en el cuarto ni detrás de la puerta. En aquel momento noté un ruido extraño que se repetía por tercera vez, ruido que venía del parque, y al que no había dado mayor importancia que la que suele darse al maullido de los gatos que, por la noche, andan por los tejados. Pero esta tercera vez, era tan puro y tan especial el maullido, que recordé lo que había oído contar del clamor del Animalito de Dios Como hasta la fecha aquel maullido había servido de acompañamiento á todos los dramas ocurridos en el castillo, semejante reflexión me produjo un calofrío. En seguida vi aparecer del otro lado de la puerta, y cerrándola, á un hombre. Al pronto no pude reconocerle, pues me volvía la espalda y estaba inclinado sobre un bulto bastante voluminoso. El hombre, después de haber cerrado la puerta, y siempre cargado con su bulto, se volvió hacia el gabinete obscuro y entonces vi quién era. El que á tal hora salía del cuarto de Ranee era el guarda Era el hombre verde No había duda; le yí muy claramente. Su cara me pareció expresar cierta ansiedad. En esto se oyó por cuarta vez el maullido del Animalito de Dios el hombre puso el fardo en el suelo y se acercó á la segunda ventana, contando las ventanas desde el gabinete obscuro. Nofcí ningún movimiento por tenor á delatar mi presencia. Ya que estuvo en dicha ventana, pegó su frente contra los cristales y miró hacia el parque. Allí estuvo un medio minuto. Había intermitencias de claridad; de cuando en cuando brillaba la luna, oculta poco después por denso nubarrón. El hombre verde alzó dos veces los brazos é hizo señas que yo 3- O comprendía; luego, alejándose de lá ventana, cogió de nuevo el bulto y siguiendo la galería se dirigió hacia la meseta de la escalera. Pepe me había dicho: cuando vea usted algo, desate la abrazadera Yo veía algo. Pero ¿era el algo esperado por Rouletabille? Esto no era de mi incumbencia y no tenía más que cumplir la orden dada. Desaté la abrazadera. Mi corazón parecía querer salírseme del pecho. El hombre llegó á la meseta, pero, con gran asombro mío, cuando esperaba verle continuar su camino por la galería, ala derecha, le vi bajar la escalera que conducía al vestíbulo. ¿Qué hacer? Estúpidamente miraba la pesada cortina que había caído sobre la ven- tana. La señal había sido dada y no veía venir á Pepe por ¿i ángulo de la galería vuelta. Nadie asomaba. Estaba perplejo. Transcurrió media hora que me pareció un siglo. ¿Qué h icer ahora, aun cuando- ¡era otra cosa? No podía hacer d veces la señal convenida... Por otro lado, aventurarme en la galería en aquel momento podía trastornar todos los planes de Pepe. Después de todo, nada tenía que reprochante, y si ocurría algo que no esperaba mi amigo, sólo á él tenía que achacarlo. Como ya no podía servirle de aviso alguno, arriesgué el todo por el, todo: salí del gabinete y, sólo co 1! calcetines, midiendo mis pasos y escuchando en silencio, me fui á la galería vuelta. Nadie en la galería vuelta. Fui á la puerta del cuarto el 2 Pepe. Escuché. Nada. Llamé muy despacito. JSlada. irouc a. abrir: la puerta se abrió. Pepe estaba tendido, cuan largo era, sobre el piso. XXII EL CADÁVER INCRK 1 JJLE Con inexplicable ansiedad me incliné sobre el cuerpo del, repórter, y tuve la alegría de ver que dormía. Dormía con el sueño pesado y enfermizo que le habíamos visto á Larsán. También él era víctima del narcótico echado en nuestros alimentos. ¿Por qué no haberme dormido también? Entonces reflexioné que sin duda habían echado el narcótico en el vino ó en el agua que nos fueron servidos; con lo cual todo quedaba explicado: no bebo durante la comida Dotado por la naturaleza de prematura gordura, sigo un régimen seco, como se dice en tal caso. Sacudí con fuerza á Pepe, pero no conseguía hacerle abrir los ojos. Aquel sueño era, sin duda alguna, obra de la Srta. Stangerson. Ciertamente había pensado ésta que, más que el que su padre velara, era de temer que velara este joven, que todo lo preveía, que todo lo sabía... Recordé que, al servirnos, el maestresala nos había recomendado un excelente Chablis que, sin duda, había estado en la mesa del profesor y de su hija. Así transcurrió más de un cuarto de hora. Tal era la necesidad de que estuviésemos despiercos, que resolví acudir á 24

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