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ABC MADRID 02-03-1910 página 17
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ABC MADRID 02-03-1910 página 17

  • EdiciónABC, MADRID
  • Página17
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zanía el jardín Por cierto que esta hipótesis me fue confirmada más tarde por el descubrimiento que, según usted recordará, hice, en los carbones de! laboratorio, de un trozo de dicha carta que llevaba Ja fecha de 23 de Octubre. La carta había sido escrita y retirada de la oficina aquel mismo día. Ho había duda de que, al regresar del Elíseo, Matilde quiso quemar, aquella xmisma noche, el papel comprometedor. En vano negó el Sr Darzac que dicha carta tuviese relación alguna con el crimen. Le dije que en tan misterioso asunto no tenía derecho á ocultar á la justicia el incidente de la carla; que estaba persuadido de que entrañaba ésta una importancia considerable; que el tono desesperado con que había pronunciado la Srta. Stangerson la frase fatídica; que el llanto de Roberto. Darzac, y aquella amenaza proferida á consecuencia de la lectura de la carta, no me permitían dudar de lo que afirmaba. Darzac estaba cada vez más agitado. Resolví sacar provecho de mi ventajosa situación. -Estaba usted á punto de casarse- -dije sencillamente, sin mirar á mi interlocutor- -y hete que de repente se hace imposible ese matrimonio por causa de! autor de dicha carta, puesto que, apenas leída ésta, habla usted de un crimen necesario para poseer á la Srta. Stangerson POR CONSIGUIENTE, SE INTERPONE ALGUIEN ENTRE USTED Y LA MÍÑORITA FTAXGRKSON, ALGUIEN QUE LE PROUIBE CASARSE. ALGUIEN QUE LA MATA ANTES DE- QUE SE CASE... de los interesados afirma que dichas relaciones habían dé continuar. Entonces, ¿qué? Larsán cree que han quedado rotas las relaciones de todo género Desde que el Sr. Darzac acompañó á Matilde á los grandes almacenes del Louvre el ex prometido no había vuelto al castillo. Recordará que Matilde perdió su bolsillo y la llave con cabeza de cobre es- tando en compañía de Darzac. Desde aquel día hasta la velada del Elíseo, el profesor de la Sorbona y la Srta. Stangerson no se han vuelto á ver. -Pero acaso se hayan escrito. Matilde ha ido á la oficina número 40 para retirar una carta de la lista de Correos, carta que Larsán cree haber sido escrita por el Sr. Darzac, pues Larsán. que naturalmente ignora lo Y terminé este discursito con las siguientes palabras: -Ahora, Sr. Darzac. sólo le queda á usted confiarme el jiombre del asesino. Debí, sin darme cuenta, haber dicho cosas formidables. Cuando alcé la mirada hacia Darzac, vi un semblante descompuesto, una frente cubierta de sudor, unos ojos espantados. -Caballero- -me dijo, -voy á pedirle á usted una cosa- jue quizá le parezca insensata, pero á cambio de la cual daría yo mi vida no ha de hablar usted ante los magistrados de lo que ha visto y oído en los jardines del Elíseo... ni ante ios magistrados ni ante nadie del mundo. Le juro á usted que soy inocente, y sé y siento que me cree usted; pero preferiría pasar por culpable á que se extraviaran las sospechas de la justicia sobre esta frase: Nada ha perdido de su encanto el presbiterio, ni de su lozanía el jardín Es menester que la justicia ignore esta frase. Todo este asunto le pertenece á usted, caballero; le hago entrega de él, pero olvide la velada del Elíseo. Le quedan á usted cien otros caminos para el descubrimiento del criminal; yo le ayudaré. ¿Quiere usted instalarse aquí? ¿Hablar aquí como un amo? ¿Comer, dormir aquí? ¿Vigilar mis actos y los de todos? Estará usted tn el castillo cual si fuera usted dueño de él, pero olvide la velada del Elíseo. Descansó un poco Rouletabille. Ahora comprendía yo la inexplicable actitud de Darzac respecto de mi amigo, y la facilidad con que pudo éste instalarse en el lugar del crimen. Cuanto acababa de saber no podía sino excitar mi curiosidad. Pedí á Pepe que me diera más detalles. ¿Qué había ocurrido en el castillo desde hacía ocho días? ¿No me había comunicado mi amigo que resultaban ahora contra el Sr. Darzac apariencias algo más terribles que la del bastón hallado por Larsán? -Todo parece conjurarse contra él- -me contestó mi amigo- -y la situación se vuelve gravísima. El Sr. Darzac parece no preocuparse; hace mal; pero lo único que parece interesarle es la salud de la Srta. Stangerson, que iba mejorando de día en día, atando sobrevino un acontecimiento más misterioso aún que el misterio del Cuarto amarillo... ¿Es posible? -exclamé. ¿Qué acontecimiento puede ser más misterioso que el misterio del Cuarto amarillo? 5 -Volvamos primero al Sr. Darzac- -dijo Pepe calmándome. -Decía á usted que todo se vuelve contra él. Los pasos elegantes observados por Larsán parecen ser, en efecto, pasos del prometido de la Srta. Stangerson Las huellas de la bicicleta parecen ser las de su bicicleta. Desde que tenía dicha bicicleta, siempre la había dejado en el castillo. ¿Por qué haberla llevado á París en aquel momento? ¿Acaso no pensaba volver al castillo? ¿Acaso el rompimiento de su matrimonio había de producir, como consecuencia, la cesación de sus relaciones con los Stangerson? Cada uno ocurrido en el Elíseo, deduce que Darzac mismo fue quien robó el bolso y la 1 llave con objeto de forzar la voluntad de Matilde apropiándose él de los papeles más importantes del padre, papeles que hubiera restituido bajo condición de matrimonio. -Todo eso parecía dudoso y casi absurdo, según me decía Larsán en persona, de no haber todavía otra cosa, y otra cosa mucho más grave. Por de pronto, cosa rara y que no consigo explicarme, hay quien dice que Darzac en persona fue quien, el 24, acudió á la oficina de Correos para pedir la carta recogida la víspera por Matilde; la descripción del hombre que se presentó en la taquilla corresponde exactamente á las señas del Sr. Darzac Este, á las preguntas que le fueron hechas, sólo como informe, por el juez de instrucción, niega haber ido á la oficina de Correos; y yo creo al Sr. Darzac, pues, aun admitiendo que fuera él el autor de la carta, cosa que no me parece verosímil, sabía que la señorita Stangerson la había retirado, puesto que había visto dicha carta en manos de Matilde en los jardine 3 del ElíseoNo es él, pues, quien se presentó, al día siguiente 24, en la; oficina de Correos para pedir una carta que sabía no estaba ya allí. Para mi, el que se presentó era alguien que se le parecía mucho; para mí, el ladrón mismo del bolsillo era quien pedía, en aquella carta, algo á la dueña, algo que 110 vio venir Debió de quedar asombrado, llegando á- preguntarse si la carta enviada por él con esta dirección: M. A. T. S. N. había sido recogida. De ahí la insistencia con la cual reclamaba dicha carta. Después, se marcha, furioso. ¡La carta IQ

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