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ABC MADRID 26-04-1908 página 8
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ABC MADRID 26-04-1908 página 8

  • EdiciónABC, MADRID
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DOMINGO zC DE ABRIL DE 1908. EDICIÓN 4. a PAG. perfectamente la reunios, ue íeeonocimos la necesidad de budc. r reíinít rrertos documentos y que 110 se tocio acuerdo alguno en concreto. Ksio es uiaoto sfi ese asunto. El ministro de la GOBERNACIÓN interviene para decir rpe se fian reunido todos los documentos relativos á dicho asunto, el cual deja el Gobierno que se lüyr. utfl, y dice que los diputados tienen á su disposición t o d o s I03 antecedentes neresanos q u e deseen. El Sr. JORRO, como diputado que formó parte de la ponencia de los de Aragón y Valencia, corrobora las afirniíicionrs de d. n tí tbn l Maura. ORDKN DEL DlA KÉGJMEN LOCAL Se remuda este debate, defendiendo el Sr, SOR 1 ANO una enmjeiida al ai I. 6 s. El Sr. MALDONADO, impugna la en- mienda, y al declararla desechada, el señor SORIANO pide que se cuente el número de diputados. Algunos diputados de la mayoría solicitan, votación nominal; el Sr. SoiiaJIO protesta, por entender qne o es piocedente. Mientras tanto van entrando algunos diputados, y cuando se cierran ías puertas pava efectuar el recuento resulta de éste que hay 73 diputados presentes, por lo cual el PRESIDENTE declara válida la votación ordinaria, desechando la enmienda. El Sr. SORIANO apoya otras dos enmiendas, que son desechadas, y el mismo diputado retira otra. Tómase en consideración una enmienda tlel Sr. Montes Sierra al art. 66. Se desecha otra del Sr. Tcstor. El señor JIMENO, á su vez, defiende una enmienda al mismo artículo, que es también desechada. Al art. 67 presenta y defiende otra el señor ALCALÁ ZAMORA acerca de la substitución de los tenientes de alcalde, que es retirada después de breve discusión. Los Sres. Pórtela y Arias de Miranda reíiran las que tenían presentadas. El Sr. PI defiende una, en nombre del Sr. Beltrán, que, después de combatida por la Comisión, es retirada. Jgtial suerte corre otra de! Sr. Alba defendida por el Sr. More. t. Se retiran otras de los Sres. Testor, Jínieno Rodrigo y Alcalá Zamora. Al art. 68 hay una del Sr. Montes Sierra, uc es desechada. Otra del Sr. Alba que se p sta; se desechan una del Sr. Soriano y ra del Sr, Arlas de Miranda. í; e suspende el debate y se levanta la seik- n ú sip, te y media. das en nuestro público intelectual y aun en alguna parte de la crítica. A la veneración por Velázquez siguió la adoración á Goya; después íué elevado sobre el pavés Zurbarán; ahora se coloca sobre las c a b l a s de todos al Greco. Como este turno pacífico de la inmortalidad es hijo del apasionamiento de los aficionados, enamorados y subyugados de la corriente realista del arte moderno, cuyo glorioso antecedente se reconoce y admira en las pinturas de aquella edad, sistemáticamente se desprecia y posterga á Muí 1 H 0, por haber sido entre stts contemporáneos el más idealista. Vicioso por demás y erróneo por añadidura es- ese pequeño y exclusivo modo de juzgar que para enaltecer á un artista, en vez de hacerlo por aquellas cualidades que distinguen su personalidad, necesita deprimir las de los demás, confundiéndola sana y provechosa comparación coir la pugna y contraste de tendencias distintas, que al desarrollarse no pensaron en ser antagónicas. Por ese sistema fue escrito hace tiempo un libro laudatorio de Murillo, á costa de Velázquez, como si á éste pudiera ni debiera exigirse un idealismo que nunca pensó en cultivar, porque era cosa extraña á su temperamento, y cayendo en el mismo error, pero á la inversa, un crítico, en uñ libro reciente de vulgarización, que es donde más deben ser atemperados los apasionamientos, ha dado triste muestra del suyo negando á Murillo su condición esencial de piator idealista y reduciéndole á un tan modesto papel en la serie de nuestros pintores clásicos que lo presenta como un vulgar alhajador de la gente devota y mediano dibujante. Notablemente contrasta con este modo de juzgar el del ilustre crítico de arte, que lo conocía como pocos, D. Cefenno Araujo Sánchez, el cual, con la serenidad y elevación que le eran propias, escribió de Murillo: Dentro siempre de la realidad, expresión de pureza y de candor como La que este autor supo dar á su idea de la Virgen, como- madre ó como imagen de la Concepción, ni Beato Angélico ni ningún pintor, idealista ó no idealista, se la ha sabido dar; así como también un arrobamiento místico más intenso á los éxtasis de los Santos. Los niños los pintó á niaiavilla; era singular en el arreglo de las composiciones; dibujaba con corrección, y su colorido, sin alcanzar los esplendores de Ticiano ó de Rubens, es brillante, tratnspatente, armonioso, y el más rico entre todos los pintores españoles. Hacemos todos estas referencias porque hora es de que se destierren aquellos falsos conceptos y se dé á Murillo la estimación que merece, sin necesidad de parangonarlo r i- -nte buen espado del pasado siglo, al con Velázquez, cuya superioridad nocsgio u ot d. í- 1 movimiento roniánticu, fjnc en sible hoy poner en duda. Mientras no se e ¡roniúc sentir estético ha sido más dura- juzga ácadaí cual porfío que fue y por lo Jiro que en la producción artística, Murillo que quiso ser, inútilmente se pretenderá terra sido el pintor predilecto de las ínultitu- ner de ellos exacto conocimiento. Así lo re íes, el genio que á sus ojos sintetizaba el conoce, por fortuna, la crítica desapasionaarle español. En ello influyeron causas dis- da y ecléctica, de la cual es fruto un nuevo tintas: de una parte, que Murillo es, entre los libro, que ha dado origen á estas líneas y pintores del siglo de oro, el que más viva- ocasión á las razones que anteceden. mente habla á la imaginación; de otra parte, Dicho libro, escrito en francés y publicasu condición esencial y sobresaliente de do en París por el editor Laureas, en la copintor religioso; y en todo ello el fenómeno lecciónjó biblioteca deJZíí grands artistes, constante de que cada époea juzga en ge- nos atrae con el nombre de Murillo escrito neral de lo pasado con el criterio de lo pre- en la portada. Su autor es Mr. Paul Lafond, se te. ya conocido por otro volumen que dedicó á La opinión intelectual participó de esa Goya y por el estudio que hizo del Greco en ynisma predilección por Murillo, al que ca- la revista Les Arts. jfieá de pintor del cielo por oposición á VeTrátase de una obra de vulgarización, Vázquez, al que se llamó pintor de los hombres. inspirada en el noble deseo de analtecer al A ambos arpistas dedicó Curtís su obra pintor sevillano, refiriendo concisamente PeUítcpiez and Mu tillo, 1883, presentándolos su vida y señalando sus obras, algunas de como síntesis del genio pictórico español. las cuales aparecen reproducidas en buenos gusto por el realismo mostró luego sus fotograbados. Oportunamente llega para los desestimapr. lirondas por Velázquez. i ero uc de IJUC en la colimación de los dores de Murillo este nuevo elogio y justa apreciación de su mérito, hecho á la luz de- JIIUÜ. C de nuestra edad de oro. hay mouna crítica serena y sabia, que no lia nien- ester deprimii á nadie para honrar á quien por sí lo merece. Dando á cada cual lo suyo, escribe al principio, para no volver sobre el tema: De entre todos los artistas de su nación, Muri- lio es el que ha suscitado la mayor suma de admiración, siendo el más penetrable y el más comprensible. Con Velázquez, Ribera y Zurbarán es uno de los cuatro grandes maestros que la península lia producido, el último en fecha, puesto que después de él empieza la decadencia. Xo tiene el poder de Velázquez, no alcanza las alturas inaccesibles en que se mantiene el autor de las Meninas; no tiene Ia Sfinneza de Ribera, la serenidad de Zurbarán; en cambio posee un encanto sin pai, xma flexibilidad excepcional, una navidad de rendido de que no es posible dar idea. Es el pmtor de las almas tiernas, soñadoias, amorosas y sentimentales... Su pintura es el espejo del alma nacional, refleja su pensamiento y el ideal de la raza. Es porjderto, hijo de esa Andalucía, L odavía uu poco morisca, exaltada y láuguida. Su producción, obra de gracia y de dulzura, se resume eu uu triunfante himno de amor. Consuela por? u ternura, subyuga, vivifica, sobrexcita evocando nuevos ardores. Hace paitícipes á los humildes, los tímidos, los pobres, ios desheredados, de las esperanzas futuras. Mueve á plegaria, inspira fe, suscita confianza en la bondad divina. Trata luego Mr. Lafond de la verdadera condición artística de Murillo, y haciéndose cargo de los que no quieren ver eu las composiciones religiosas del maestro más que creaciones puramente naturalistas, sin nada de noble ni elevado, observa oportunamente que si svts Vírgenes no son más que enca htácloras andaluzas, las. de Rafael tampoco son otra cosa que robustas matronas. Y esta observación que; á algunos parecerá un subterfugio, encierra por el contrario un principio estético incontestable, pues idealismo que no sea visible á través de la rea- lidad no puede tener consistencia á nuestros ojos. Por esojha dadoíen el clavo mon- sieur Lafond cuando añade que el elemento primordial de Murillo es ten naturalismo, en el cual está su filiación netamente espa- ñola. En efecto, en nuestro arte y en aque- 1 Ha época no era posible elevarse á las regio- nes ideales sim partir de la realidad. Y aun pudiera añadirse que esa doble condición de pintor que supo sublimar la realidad sin desfigurarla de su propio carácter para expresar los más altos conceptos del idealismo religioso, es lo que coloca su nombre en lugar aparte entre los pintores españoles. Mr. Lafond, que después de exponer con. las razones antes apuntadas y otras igual- ¡mente oportunas su concepto del artista, re- pasa vida y producción de éste, no ha pretendido esclarecer una y otra con nuevos datos délos conocidos. Tomando por- docu- mentos más seguros los cuadros mismos, repasa con acierto el desarrollo de la paleta del artista, desde las pocas obras que se conservan de sus comienzos, cuando aún no había salido de Sevilla; hace notar la influencia (decisiva que en el desarrollo de: sus facultades ejerció su viajera Madrid, donde conoció á Velázquez y estudió en la Pinacoteca de nuestros Reyes los cuadros de los grandes maestros extranjeros, entra los cuales los venecianos y más aún losí flamencos influyeron en él; niega la especiar sustentada por algunos historiadores exz tranjeros, sobre todo por el alemán Fandrart, de que íué á Italia y América (donde quien estuvo fue su nijo Gaspar Esteban) y examina, en fn, la grande producción de Murillo en Sevilla, en la plenitud de sus facultades. No sigue para ello un orden exactamente riguroso; prefiere agrupar los asuntos y deiiea capítulo aparte á los cua- MUR 1 LLO

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