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ABC MADRID 18-06-1907 página 6
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ABC MADRID 18-06-1907 página 6

  • EdiciónABC, MADRID
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NUMERO 744 ABC, MARTES r 8 DE JUNIO DE 1007. OCHO PAGINAS: EDICIÓN 1. PAGINA Escribo, j- ues, estas cuai- tillascamino para La Haya. Camino de La Haya vamos diplomáticos y corresponsales con bien disfrutas aspiraciones, pero a b r i g a n d o todos un misnio temor: que de ésta segunda Conferencia de la Paz surja otra guerra, que ahora quizá sería mundial así como el resultado de la primera Conferencia fue el conflicto ruso- japonés. Vivimos en el siglo de laparadojá, 1 y por eso se da el caso dé que se líame Conferencia dé la Paz á la reunión de unos cuantos diplomáticos que yaná convenir los medios. de mejor hacela guerra. BESBE PARÍS r V A DE VE- Vaásei RANO una visitabreve, rapidísima, la que t o d a s las m a ñ a n a s vendré á haceros, lectoras, y, lectores. Una visita durante la cual he de procurar daros noticias de cuanto en París sucede; de cuan- to se habla, de cuanto i se murmurar del líltimo escándalo, del último estreno, déla úl tinia frase, y ya Sabéis lo pródigo que París es en escándalos, en estrenos y en frases. No temáis, lectoras; recibirme tan de mañana, pues á vosotras? principalmente voy á; hablaros de aquello que más os pueda interesar: de traposo de Abandono París apenas llegado á él, cuando la gran ciudad se abre, espléndida, como amores. Y, sobre todo, una flor, á los rayos miírmúraretnós. ¡Oh! del sol de Junio, cuánYo soy ufa murmurado los t r a j e s c l a r o s dor incorregible. -j inundan, el. bulevar. En cambio, mis obli- -Aún n o hemos gaciones para con vostenido buen tiempo otros- -pacientísimos me dicen. -Ha llovido lectores míos- son constantemente. algo más difíciles, y Y hoy, por fin, disquién sabe si él cronisr! fruta Pans del primer ta, desde París, no día de veranó. resultará siempre de: t Por la: tarde Rit) vuestro agrado. Guar- está desierto, púes; ías do para vosotros los damas háá ido á lucir puntoá de vista políti- i las toilettes veraniegas eos, los acontecimien- en los salones de cuatos sociales, los en con- j dros, en. las Exposit r á d o s c h o q u e s de ciones artísticas, que opuestas ideas, las por todas p a r t e s su comparaciones, énfin, multiplican. Yo he en a u n q u e éstas sean trado. un momento en CAMPEONATO DE TIRO DE PICHÓN odiosas, porque un es- esta coqueta instalaBARCELONA. ASPECTO DEL CAMPO DE TIRO MIENTRAS HACIA LOS (ÚLTIMOS DISPAROS EL GANADOR DEL CAMPEONATO pañol 110 puede andar, RETRATO DEL CAMPEÓN SR. GAL ción déla Bagatela, y por el mundo sin comme he Retenido ante parar lo ¿jue sus ojos ven. con lo que dejaun soberbio cuadro de Winterhalter, el faron. Reclamo, pues, toda vuestra benevolenmoso artista; favorito- que fue de los Soberacia, y os suplico á vosotras, lectoras, para nos del último Imperio. El cuadro encierra ej que influyáis cerca de ellos, para que ine conretrato de la emperatriz Eugenia, en el apogea cedan suiíidnlgeíicia, en gracia siquiera á que de su gloria, y lo que es aún mejor, de su behe de deciros siempre todas aquellas cosas que lleza. En la sala y frente al. cuadro nos, hallad mejor os han de ir para estar más lindas; en bamos contadas personas. Un caballero, correcque he dé comunicaros todas aquellas ideas tamente vestido, y dos damas, una de ellas- sn- s que, puestas, en práctica, han. de haceros más cíana venerable, cubierta de negras tocas. amadas. Que yo, por mi parte, en el cumpliHe recorrido, la Exposición rápidamente, y miento de la inisióri que se me ha encomendaal salir he vuelto. á- pasar. por delante del- redo, he de poner ya que no méritos, de que catrato dé la Emperatriz: La anciana dé- las nerezco, el esfuerzo poderoso de mi voluntad, gras tocas aún permanecía frente al cuadro una gratt; voluntad. ¡Yo os lo juro! i Habíase sentado en una butaca y contemplaba I ¡en silencio la graciosa figura dje ía: Soberana- que sé destaca del fondo llena de luz, de vidá, pero antes que mi labor desde París comienr I de alegría y de gracia. ce, hemos de abrir un pequeño paréntesis. La dama y el caballero que acompañaban á í a La Conferencia déla Paz congrega en La Haya, anciana señora, permanecían a su lado sin ha en estos instantes, a lá ñor, dé. la diplomacia I blar, respetando aquella muda, contemplación. mundial; los grandes, periódicos del mundo enTuve una sospecha, y pregunté al salir quién tero envían á la capital de Holanda corresponera aquella dama. sales especiales encargados de. dar cuenta telegráfica de los debates, y el director de A B C, Mi sospecha fue, indudablemente, una coraaun sabiendo que estos asuntos interesan poco zonada. ¡Era la ex Emperatriz! desgraciadamente en España y. que jamás responde el resultado al sacrificio, me ordena lleD. IGNACIO P 1 DAL pn la calle el solríe, las gentes se sienten más var la representación de este diario ala segunQUE GANÓ EN EL CONCURSO DE BARCELONA LA COPA DE S. M. EL REY ágiles, gritan los camelote y los automóvida Conferencia de la Paz. Fots. Moragas. les ensordecen eoh sus bocinas. Hay en el ami BIBLIOTECA- DE A B C 2 LAS DOS BARONESAS 203 Venía á anunciar que labarónesa viuda deseaba ver á s u hijo, y. recibió la o r d e n d e h a c e r l a p a s a r a d e l a n t e V Mad. Germana besó á M a x primeramente, y luego estrechó, en sus b r a z o s á Leonida con u n a efusión que parecía demostrar el más vivo agradecimiento. Él tiempo corría. Dierpii las diez y luego- las: diez y media. -Es menester que el doctor se haya quedado; en Pointarmé- -rdijo Max de pronto. Si hubiese vuelto á su casa esta noche, y a estaría aquí hace mucho tiempo. Leonida se callaba, pero sentía vaga, inquietud. -Á falta del doctor; mi a y u d a d é c á m a r a y a- á hacerme u n a ligera, c u r a dijo Mr. de Tréves, -en seguida me vestiré é iré á buscaros para el almuerzo. Las dos mujeres se retiraron. Leonida se fue á su cuarto: Mad. Germana al salón, donde Jorge de Nérvi líe leía los periódicos que él cartero acababa de traer. ¿Quieres responderme hoy á; la prégunta que ayer t e hacía? ¿Que pregunta; tía? -La siguiente: ¿Comprendes algo dé lo que aquí está p a s a n d o h á c e dos ó tres días, y t e encargas d e explicar el imprevisto, c a m b i o d e m i nuera con nosotros? u Leonida vino á buscar á su suegra al salón donde muy proutd el joven barón se reunió á ella. ¿Cómo. te. encuen- tras, primor- -preguntó, Mr. de Nerville estrechando la mano de. M- ax. -Bastantebien. tu cuarto. n -Té encuentro un poco pálido. Quizá hubieras hecho mejor en no salir de -No... Necesito, distracción. ¿Qué h a dicho el doctor? Jorge. formuló esta pregunta, tan sencilla. en apariencia, tan monstruosa en sus labios, cóh la más espantosa sangre. fría. -El doctor no h a venido aún. -T ¡Ah! -exclamó Mr. de Nerville con, sorpresa. -Sin embargo, él es muy exacto. -D e b e t e n e r a l g ü n m o t i v o serio. -L o a d i v i n o S i n d u d a e l e s t a d o d e l o p e r a d o h a d e b i d o s e r g r a v e y, s e h a brá quedado á dormir en Pointarmé. -Con tanto más gusto me encargo, cuanto que he tenido yo mismo mucha parte en ese cambio. -Ciertamente En una conversación íntima, he dado á entender á mi prima que cierta cláusula dé su contrato matrimonial tenía la culpa de la frialdad de Max y de vuestra absoluta falta de simpatía. Debo advertir que el doctor d Harblay nos ha dado un buen empujón. ¿Tú crees... Es verdad... Ahora recuerdo que Mr. d Harblay tenía que hacer iinaope ációñ: tu explicación es plausible. Un criado vino á anunciar que el almuerzo estaba servido. Se sentaron a l a mesa. Max apenas comió. No tenía apetito. Su fisonomía expresaba inquietud, sus miradas vaci, íaban. -Tengo seguridad... Algunas palabras escapadas á Leonida me lo han hecho comprender, y lo mismo que. yo, habéis oído á Max afirmar más de una vez que, gracias álos consejos del doctor, hacía al fin justicia al mérito de su mujer. ha venido. -Entonces- -exclainó la baronesa, -al doctor debemos la felicidad que nos -Lo aseguro. -En esté caso, Mr. d Harblay es el hombre más honrado y más galante del mundo. -Lo creo como vos lo creéis. -Max ha dado: pruebas de tacto, adhiriéndose enteramente á su persona. -Esa es mi opinión. -rEl doctor estará siempre cerca de él para darle consejos útiles, y quién sabe si más tarde, Leonida, contenta y satisfecha, no hará por nosotroís más todavía de lo que acaba de hacer. -No me llamaría la atención, querida tía- -replicó Jorge sonriendo. -En una palabra; el día que Mr. d Harblay firázó las puertas del chalet, hxh para nosotros un día feliz. -Día para señalarlo con piedra blanca- -dijo Jorge sonriendo de nuevo. Llegó la hora del almuerzo. Jorge hablaba de mil cosas con su tía y con su prima, esforzándose en mezclar un poco de alegría, ó por lo menos, un poco de animación en aquella atuiósfera de tristeza, sin conseguirlo más que á medias. Eran las doce, V. El dlmuerzo. acababa de terminar. La inquietud impresa en la fisonomía de Max era cada vez más visible. -Hijo míó dijo la baronesa Germana; ¿quieres que envíe un criado á Coye a preguntar á casa del doctor el motivo de una ausencia que me parece ahora inexplicable? -Os lo pido por favor- -replicó Max; -será para mí un alivio, pues me asaltan negras- ideas. -Voy á enviar é. Santiago Habert- -dijo Leonida. La idea de hacer una jugada maestra pasó por el cerebro de Jorge. Con un golpe de audacia apartaría de si toda sospeciia, suponiendo, cose: increíble, que pudiesen reqaer sobre él sospechas algún día. -No molestéis á Santiago Habert, querida prima- -dijo levantándose. -Voy yo mismo, á Coye. -Gracias, primor- replicó Max. -Haz ensillar é. Stop, y vuelve pronto; -Voy aponerme en camino. Mr. de Nerville encendió un cigarro y salió del comedor. A las seis en punto de la mañana, Santiago Habert había entrado con Brigard. en casa del guarda mayor del monte de Chantilly.

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