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ABC MADRID 28-11-1905 página 4
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ABC MADRID 28-11-1905 página 4

  • EdiciónABC, MADRID
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B C MARTES 28 DE NOVIEMBRE DE i 9 o5. PAG. 4. EDICIÓN 1. Mas, tampoco se puede ocultar á quien de catalán se precie, sin volver la espalda á la realidad ni al sentido común, que esa riqueza se ha creado en gran parte, detrás del arancel levantado por el Gobierno nacional y con el dinero de todos los españoles. Y que los grandes caudales se han formado allí con la explotación de esa isla de Cuba, que se alzó principalmente por no sufrirla, y á cuyo representante en Barcelona han ido á saludar los exaltados catalanistas, poco antes de pedir una protección vergonzosa á quien les arrancó de un tirón aquel valioso mercado, que toda España con su oro y con su sangre les defendiera, E) regionalismo de pueblo, que sesiente más vigoroso que el resto de la nación, tendría explicación admisible si se produjera puramente en forma pacífica, legal, razonada. Siempre sería muy cuestionable, si lasuperioridad que en el orden económico tienen los catalanes, se corresponde con la política; porque hoy como ayer y como siempre la división, subdivisión, ftaccionamiento y atonismo son Jas notas características de aquélla en el Principado, y en cuanto á administración de los intereses públicos, los escándalos de sus corporaciones locales no se han quedado atrás de los de otras regiones menos favorecidas por la cultura y la riqueza. Pero, en fin, nadie ha de extrañar un deseo que, manteniéndose dentro de los límites indicados, puede encarnarse y vivir y llegar á cumplido término en la extructura nacional. Mas para ello ¿qué necesidad hay de fomentar el odio á Espa ia, de escarnecer su nombre, de injuriar al ejército, de tomar al rencor por numen, de sembrar semillas de discordias cuando á Cataluña, más que á nadie por trabajadora y rica, le importa la paz? Verdaderamente estamos delante de un caso de demencia colectiva, que ofrece, como el mayor de sus peligros, el contagio. MANUEL TROYANO tino ancianos Nadie le oye; mas poco a poco sus palabras van elevándose de tono; el orador parece que se deja arrastrar por una indignación inusitada; y al fin, oímos que este plácido anciano nos dice que el Gobierno va á hablar por boca de la humilde persona que se dirige á la Cámara, y que este Gobierno va á decir la verdad, toda la verdad. Y ante esta declaración, pronunciada con voz entera, recia, nuestra ansiedad llega á su colmo: el momento suspirado está ya aquí ante nosotros. Y el Sr. Montero Ríos prosigue de este modo: En Cataluña viene desde hace tiempo, desde hace muchos años, creciendo, desarrollándose, tomando cada vez más cuerpo... El orador al acumular todas estas expresiones severísimas, parece que duda, que busca alguna frase discreta, adecuada, que complete su pensamiento; los dedos de su mano derecha, puestos hacia arriba, se agitan indicando el acto de crecer, de pulular; y al cabo, el Sr. Montero Ríos dice: va tomando cada vez más cuerpo una idea criminal. Bien, bien! se oye exclamar en los escaños ministeriales, y el orador prosigue: una idea criminal, una tendencia funesta que tiende á desmembrar la patria, ¡que pretende- -añade el Sr. Montero Ríos ahuecando la voz y levantando los brazos- -arrojarla con vilipendio á los pies de una nación extranjera! Grandes, estrepitosos aplausos siguen á estas palabras. El auditorio ve con satisfacción que van realizándose sus deseos. Y el Sr. Montero Ríos continúa hablando; ahora declara que él siempre ha sido autonomista. Yo, señores diputados- -dice- -he sido siempre autonomista, pero declaro que lohesidorespecto del régimen en Cuba. ¿Es esto cierto? En la Cámara se produce un largo murmullo de duda y de extrañeza. Y luego el orador, una, dos, cuatro, seis veces, manifiesta, que el Gobierno está dispuesto á que la ley se cumpla en Barcelona, á que se castigue á los culpables y á que el orden se restablezca... La monótona cantinela nos parece excelente. ¡Muy bienl grita con voz irónica el señor Soriano, y nos disponemos á escuchar al señor Rahola. ¿Qué va á decir el Sr. Rahola? El señor Ralnola está un poco emocionado: todos los espectadores se tornan hacia él como tratando de inquirir las palabras misteriosas, terribles, que van á surgir de sus labios. Y el orador va relatando los hechos acaecidos en Barcelona; el Sr. Rahola ama al Ejército; él no puede creer que el grupo de oficiales que atacó la redacción de un periódico usara del petróleo y de las hachas para derribar las puertas... ¡Con los que están fuera de la ley, todos los medios son buenos! se oye que grita una voz furiosamente. Y un rebullicio de gritos yfírotestas atruena la Cámara por un momento. En la vida moral de Barcelona- -sigue el S r Rahola- -se ha producido un daño inmenso. ¿Sabéis- -pregunta luego- -que esos actos significan un desprecio profundo al Parlamento? ¡No, no! vociferan en los bancos ministeriales. ¡Sí, sí! replican con el mismo ardimiento en los republicanos. ¡Los que pretendían evitar un delito- -exclama el Sr. Rahola- -han cometido otro... Y el Sr. Montero Ríos se levanta de nuevo á contestar al Sr. Rahola. La sesión, á pesar de tal ó cual chispazo, se va deslizando plácidamente. Mas el Sr, Montero Ríos, un poco exaltado ahora, contra sus tradiciones y sus hábitos, habla de crespones negros puestos en los balcones de Barcelona, de amparo pedido á potencias extranjeras, de telegramas redactados en francés; y entonces en toda la Cámara se siente un sobresalto de indignación y estalla un formidable clamoreo de protesta. Y cuando el señor presidente del Consejo se sienta, vemos que el Sr. Llorens- representante de la minoría carlista- -se pone en pie. El Sr. Llorens clama contra la tolerancia de IMPRESIONES PARLAMENTARIAS El Sr. Girona se ha levantadoen medio de la profunda expectación y ha dicho: Señores diputados: bien á pesar mío voy á dirigir la palabra en la tarde de hoy al Congreso; sólo el cumplimiento de un deber sagrado me impulsa á levantarme Hay un profundo silencio en toda la Cámara; las tribunas y los escaños se hallan más repletos que nunca. Y el Sr. Girona con voz sencilla, que titubea a veces, que se pierde en los laberintos de la sintaxis, pide al Gobierno los antecedentes de los sucesos de Barcelona y le ruega que declare ante la Asamblea el juicio que estos sucesos le merecen. Las palabras del diputado catalán han sido breves: éste- -pensamos todos- -es el prólogo; la tragedia va á comenzar de un momento á otro. Y contenemos durante otro instante nuestra enorme, nuestra profunda ansiedad. Y vemos que en el banco azul el señor presidente del Consejo se ha puesto de pie para contestar al Sr. Girona. Resuenan en el salón unos estrepitosos siseos reclamando silencio; el Sr. Montero Ríos comienza á hablar con voz apagada, suave. ¿Qué dice este excelente y D EL MEJOR U E DLOS M N OS los Gobiernos, se indigna contra la ineptitud de las autoridades. La Cámara principia, á sentirse fatigada; el Sr. Soriano se remueve nervioso en su asiento. ¡Definir el patriotismo un carlista! -vocifera el Sr. Soriano. ¡Eso es una farsa intolerable! Comenzamos á sospechar vagamente, en efecto, que nos hallamos en presencia de un ameno espectáculo; la sinceridad áspera y purificadora que esperábamos ver surgir, nc parece por parte alguna. Defiende el Sr. Suárez lnclán ahora con palabras sencillas, cordiales, elocuentes, al Ejército; y tras una breve pausa, que viene á ser como un respiro, se oyen unos aplausos en el salón y observamos que el Sr. Romero Robledo, inclinado, débil, aún no repuesto de su dolencia, se apresta á hablar. ¿Habrá entre nuestros viejos políticos alguno que se haya distinguido tanto combatiendo contra el regionalismo catalán? El Sr. Romero Robledo es el político que más tomaba parte en esta lucha; él mismo se levanta á decirlo, y esta es toda la substancia de su discurso. Y hemos oído después al Sr. García Prieto- -que ha expuesto larga, pol ¡janient la doctrina de Manresa; -y luego, entre el barullo y la desatención de la Cámara, ha perorado el Sr. García Alíx; y después, el interés de! auditorio se ha rehecho un momento ai vzr levantarle al Sr. Alvarez, y unos siseos de curiosidad han puesto silencio en los escaños y las tribunas. No hay en nuestro Parlamento- -á excepción de la del Sr. Maura- -una palabra más fluida, más elegante y más limpia que 1: del Sr. Alvarez; su oratoria y la del Sr. Maura, son las dos oratorias verdaderamente modernas de nuestras Cortes. El Sr. Alvarez sentó en la sesión de ayer la única doctrina razonable que un hombre de gobierno puede sostener: la de la supremacía indiscutible, inquebrantable, del poder civil en el Estado. Hacía ya mucho tiempo que el Congreso nc escuchaba la palabra del Sr. Alvarez, y el auditorio en masa seguía con verdadera satisfacción la fluidez maravillosa de los conceptos y el accionar justo, enérgico y espontáneo con que el orador acompañaba su discurso. ¿Hay alguien aquí, en el Parlamento, en esta institución que está por encima de todo- -decía el Sr. Alvarez- -que se atreva á hacer la apoiogis de un acto sedicioso? Yo amo al Ejército tanto como el que más- -añadía el orador, -porque él es la representación de nuestras tradiciones, de nuestras glorias, de nuestra historia; perc yo entiendo que el representante de la fuerza está obligado á no usar de la fuerza, puesto que sancionar tal cosa sería extender un reguero de pólvora por toda la nación. Sentimos no poder extendernos más. Otras dos veces ha hablado el Sr. Alvarez, una réplica enérgica ha lanzado el señor conde de Romanones; algo nos ha contado también el Sr. Beltrán y Musito- -rectificando aseveraciones del Gobierno; -breves frases ha expuesto asimismo á nuestra consideración el señor Soler y March, y ya cansado, fatigado el auditorio, al final de la sesión, el Sr. Salvatella se nos ha revelado como un orador afluente, correcto, y como un espíritu ponderado. La Cámara entera ha felicitado al Sr. Salvatella. Y todos hemos salido satifechos. Todos ama mos fervientemente la Patria: millares y millares de labriegos huyen de las costas de Galicia; las ciudades de la vieja Castilla se hallan muertas; crisis abrumadoras pesan sobre el comercio y la industria catalana; Levante está arruinado por el estancamiento de sus vinos; Andalucía entera perece; y una muralla formidable de corruptelas, de colusiones, de ruti- 1 ñas, de inepcias, de engaños, de maldades cierra el paso en nuestra política á todo destello de verdad, de justicia, de sinceridad y de bien. AZORTN

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