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31/07/1905
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Periódico ABC MADRID 31-07-1905, portada

  • EdiciónABC, MADRID
  • Páginas12
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p SUSCRIPCIÓN PAGO A N T I C I P A D O POR CADA MES España, pts. i,5o. Portugal, pts. i Unión Postal, 2,5o francos. Administración: 55, Serrano, 55, Madrid NÚMERO SUELTO, CINCO CÉNTIMOS EN TODA ESPAÑA Ki ABC N. 202. M A D R I D 3i D E JULIO D E 1905 PUBLICIDAD SOLICÍTENSE TARIFAS Anuncios económicos. Reclamos. Anuncios por palabras. Noticias. Informaciones. Administración: 55, Serrano, 55, Madrid k V DINERO l l 0 s u V A I O U por alhajan y papeletas d e l JVIonte I A c; A s A QUE MENOS COBRA I KIi II E. 6 SOMBREROSALFONSO M U Ñ O Z GRANDES ALMACENES DE iSin r i v a l e n b n e n g i i H t o c a l i d a d e s r o r n i a í y p r e c i o s P a r a s e ñ o r a s s e ñ o r i t a s n i ñ a s y u i ñ o s Llevar un sombrero MUÑOZ es acreditarse de elegante y distinguido. Sombreros l e g í t i m o s i n g l e s e s armados y flexibles; selectos y de copa. 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El tren que la podía conducir á Vernay salía á las nueve; con j ran apresuramiento, pues, redactó aquella despedida que la tenía tan disgustada. Algunos instantes después abandonaba aquella casa en la que dejaba lo único que la interesaba en esta vida. C u a n d o iba en el tren experimentó la sensación de que para ella se había acabado t o d o C e r r ó los ojos y se quedó abstraída, sin darse cuenta del lug a r en que estaba ni de nada de lo que había á su alrededor, acometida de un deseo imperioso d e volverse atrás y de verle una vez tan sólo para decirle adiós, con la esperanza de que la retuviese y n o la dejara partir. E n aquel instante olvidaba la causa de todos sus sufrimientos, para no pensar más que en lo grato que le era amarle entonces y siemprei ¿No se resumía su vida entera en aquel amor? ¿Podía llamarse vida á la existencia que arrastraba antes de conocer á Ricardo? ¿L e sería posible en lo sucesivo vivir sin él? Q u é íntima satisfacción experimentaba cuando sabía que estaba cerca de ella, y cómo latía su corazón sólo con saber que estaba en su despacho y con oir sus pasos en la estancia vecina durante sus horas de meditación, y depués, cuando salía Ricardo, cuando cerraba la puerta, qué vacío más horrible, qué sensación de aislamiento experimentaba y con qué ansiedad esperaba su vuelta y la hora de la comida, el único momento en que se veían reunidos. Y cuando algunas veces sorprendía una sonrisa en sus labios ó leía en sus ojos un pensamiento menos sombrío que de ordinario, sentía un júbilo que la duraba el día entero, haciéndola olvidarlas tristezas pasadas. T o d o aquello había terminado ya. N o había transcurrido un cuarto d e hora desde la salida d e Haciendo un llamamiento á toda su energía, se levantó y se dirigió á su cuarto. Cuando se vio sola, se abandonó por completo á su dolor, repitiendo constantemente, en medio de los sollozos, estas palabras de desesperación: -Y a n o puedo más; esto se ha acabado; ya no puedo m á s Su imaginación fué presa de alucinaciones tristísimas. Veíase allí, en su cama, rodeada d e flores y de luces; oía la risa argentina de Susana, y veía á Ricardo que, con los ojos llenos d e conmiseración, esclamaba: Pobre mujer, pobre Juana, jcuánto ha sufrido! Después, todo se desvaneció d e repente y volvió á desmayarse. Cuando recobró el conocimiento, le costó gran trabajo o r denar sus ideas. El reloj daba las doce, y la lámpara n o arrojaba ya sino una débil claridad en la habitación. Juana tuvo miedo, pero el acompasado ir y venir d e Ricardo en la pieza inmediata la tranquilizó algo. Poco á poco se operó la reacción: la crisis aguda había desaparecido, todo lo q u e había pasado anteriormente acudió á su cerebro, y el recuerdo de haber dejado traslucir su debilidad la hizo ponerse encarnada como una amapola. -Vamos- -dijo, -no me queda otra resolución que la d e marcharme, irme á un rincón y ocultar todas mis miserias y todos mis dolores; n o quiero volver á verle más; su compasión me hace mucho d a ñ o y sobre t o d o esto no será ya cuestión de mucho tiempo. Dios tendrá compasión de mí y me llevará p r o n t o á su seno; es lo único que le p i d o P e r o ¿por qué me habrá dicho que me ama? Parecía, al decírmelo, que me introducía una hoja de acero en el corazón. jAmarme él! ¡Qué ironía! Y eso precisamente en el momento en que acababa de dejarla, cuando y o había observado t o d o el júbilo que le producía su presencia... Al decir esto, gruesas lágrimas volvieron á asomar á sus ojos. Después d e enjugarlas, exclamó resueltamente: -Sí, me marcharé. E s preciso que parta h o y mismo; quizá mañana no tenga fuerzas para ello... P e r o él debe saber que n o volveré jamás.

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