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ABC MADRID 06-11-1903 página 1
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  • EdiciónABC, MADRID
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SUSCRIPCIÓN PAGO ANTICIPADO POR CADA l O NÚMI 3 ROS España, p t s i cí 4. Porti- gal, pts. i, 25. Unión Postal, i trancos. Administración: 55, Serrano, 55, MLUIVÍCI NUMERO SUELTO, DIEZ 6 D E NOVIEMBREEN TODA ESPAÑA N. 66. yVlADRID, CÉNTIMOS DE 1903 C MHBi B n a i N iii V i i i- -B I I i i V a- -u i I M i i i- S M M B g mmi g m mm m m S a a i B M H N I M H N M Ü I I Í M m i N V M U Ü M H Í MMIÜ MOHM SlViK aiE: ABC 0 LÓPEZ PUBLICIDAD SOLICÍTENSE TARIFAS Anuncios económicos, c s Reclamos comerciales. í Anuncios por palabras, clasificados en secciones. cígTNS Noticias. Administración: 55, Serrano, 55, Madriil Pruébense los Chocolates de los RR. PP. Benedictinos JEKRAN s WaldlieiiD eu ajoiiiíjy Kl único medio eficaz y el Tn; is económico pai a la antisepsia de la boca y la conservación y hermosura de los dientes, es la Pasta dentífrica de A. H. A. Bengmann, Waldheim en Sajonia. 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Una pequeña mancha obscura directamente debajo de él, representaba el mar interior del Polo, y con ayuda del anteojo pudo distinguir la isla en el centi- o. Se dirigió á con una pregunta, y el médico lo llevó á otro punto de la galería. -Aquí- -dijo- -puede usted observar la Tierra con mayor comodidad al través de uno d e nuestros aparatos que da una ampliación de cien diámetros. Después conocerá usted en el laboratorio nuestro telescopio gigante, que aproxima los objetos acortando mil veces la distancia. há miró largo tiempo para la Tierra; luego dijo con su profunda voz y reposado acento: -Será mayor y más hermosa vuestra T i e r r a pero yo me moriría en vuestra pesada atmósfera. Y pesados como ella son vuestros corazones. P e r o yo soy una nume. Dejó caer los anteojos protectores, y le volvió la cara. E n su rairada ardía otra vez aquella indescriptible superioridad que quebrantaba la voluntad humana. P e r o fué durante un solo momento. Después cambió la expresión de sus facciones, sus pestañas velaron las niñas de sus ojos, y Saltner sintió una corriente de calor irradiada desde la cara d e ella. Arrastrado p o r los hechizos y la proximidad de la encantadora jci en, inclinó Saltner la cabeza y oprimió sus labios contra el cuello de ella. Lá se estremeció, y él creyó haberla ofendido; pero en seguida se volvió ella con una sonrisa llena de felicidad, y permitió que Saltner posara su labios sobre los d e ella. ¡Querida l, á -murmuró él. -jCuán feliz me haces! ¿E s p o s i b l e admirable s e r que un hombre llegue á amar á una nume? Ella le miraba con amabilidad y contestó: -N o sé lo que llamáis amor y lo que deba y pueda hacer un hombre. P e r o La no debe tener rencor con el hombre, sin el cual no volvería á ver el N u P e r o amigo mío- -y su mirada se tornó grave, no olvides que soy una nume. ¡P e r o y o te amo! -N o quiero prohibírtelo; pero no olvides nunca... -No entiendo eso, si puedo ser t u y o al exterior había que atravesar primero la galería interior, y Lá L alúdó á Trú, su padre, que era el director de la estación. La galería exterior, de seis metros de ancho, sobresalía dos sobre la pared del anillo, y p o r consiguiente, desde aquí se podía mirar á lo alto. Servía de observatorio que dominaba todo el horizonte para abajo. A la manera d e un balcón, estaba guarecida en toda su extensión con una barandilla, y se creía estar mirando directamente al espacio; pero una pared construida de una materia enteramente transparente separaba este sitio del vacío y helado Universo. Las viguetas que se extendían de trecho en trecho tampoco estorbaban á la vista, ni el volante que giraba en la parte r. uperior del edificio. El sitio que fueron á buscar Grunthe y Saltner con sus acompañantes estaba oculto del Sol; los rayos J e! uz, no obstante la baja posición del astro- rey, quedaban retenidos en todo el ancho del anillo colocado p o r encima de la galería. Los viajeros se hallaban envueltos en misterioso crepúsculo, esclarecido tan sólo en un extremo de la galería p o r los débiles reflejos de la Luna, y en el techo se notaban los opaco? resplandores de la T i e r r a El cielo á sus pies yacía en profunda obscuridad, y negro se extendía por los lados y p o r encima de ellos; sobre este fondo de majestuoso color d e ébano brillaban las estrellas con claridad nunca observada; era un brillar quieto y sin intermitencias que partía de millares de puntos encendidos que despedían su luz constante y tranquila; al primer momento creyeron los exploradores que á su vista se extendíanlas profundidades de un lago que reflejara al cielo; después distinguieron á sus plantas una gran parte de las constelaciones del firmamento Sur. Su mirada lo dominaba hasta 60 grados p o r debajo del horizonte en el Polo Norte. E n el centro y á sus plantas flotaba la T i e r r a disco brillante que tenía la figura de la Luna creciente poco después de su primer cuarto, pero también se veía la parte no iluminada p o r el Sol, que envolvía la Luna con el débil brillo de su luz amarillenta. La Tierra aparecía en un ángulo de mira d e 60 grados, llenando exactamente la tercera parte del cielo p o r debajo de) horizonte. El límite de la sombra cortaba el Océano ártico cerca de la desembocadura del Yenissei, quedando á obscuras la parte mayor d e Siberia y la costa Oeste d e América. E n el Este de

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