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ABC CORDOBA 18-10-2018 página 13
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ABC CORDOBA 18-10-2018 página 13

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ABC JUEVES, 18 DE OCTUBRE DE 2018 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL CONTRAPUNTO ISABEL SAN SEBASTIÁN ¿QUEDA ALGÚN SOCIALISTA ESPAÑOL? Susana Díaz anda ocupada en conservar la poltrona con el apoyo de Podemos, y el asturiano Javier Fernández ha tirado la toalla L A primera vez que Pedro Sánchez intentó recrear el frente popular, su propio partido puso pie en pared y cortó de cuajo ese afán enfermizo de encumbramiento, tan dudosamente democrático como dañino para el interés general. No ha pasado mucho tiempo desde entonces. Ni siquiera una legislatura completa. El suficiente, no obstante, para liquidar los mecanismos defensivos del socialismo constitucional, eliminar cualquier resquicio de escrúpulo que pudiera suponer un obstáculo al reparto de cargos y prebendas, privar de sentido alguno la S y la E que conservan las siglas de la formación, desvinculada por completo de la O, y certificar la gran verdad contenida en la célebre cita de Lord Acton: El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente La vertiente puramente monetaria de esa afirmación es sobradamente conocida por los españoles, afecta a todos los grupos que han manejado presupuestos públicos, empezando por los nacionalistas expertos en acusarnos a los demás de robarles, y ha sido denunciada hasta la saciedad. Ahora nos adentramos en un terreno podrido infinitamente más peligroso. No hablamos ya de que un político corrupto se apropie del dinero ajeno, sino de que el presidente del Gobierno venda por parcelas la soberanía común a los enemigos de España y entregue los mandos de la economía, es decir, de nuestro futuro, a una minoría populista cuyos líderes han contribuido decisiva y orgullosamente al hundimiento de Venezuela. Hablamos de ruina material y moral. Hablamos de algo quién sabe si irreversible. Volviendo a la pregunta que yo misma formulaba en el arranque de esta columna, la respuesta es, por tanto, no. Aparentemente no queda un socialista español entre nosotros. Y si queda alguno, está escondido, silenciado, aferrado al pesebre que lo nutre o demasiado asustado para alzar la voz ante lo que se nos viene encima. La primera vez que Pedro Sánchez se echó en brazos de Pablo Iglesias, dispuesto a hincar la rodilla ante Junqueras, Puigdemont (en aquel entonces todavía no había huido escondido en el maletero de un coche) Ortuzar y Otegi, con tal de llegar a La Moncloa, el Comité Federal del PSOE le obligó a dar marcha atrás. Alfredo Pérez Rubalcaba calificó con acierto el engendro como gobierno Frankenstein Susana Díez hizo valer toda la fuerza del socialismo andaluz en el afán de impedir la consumación de semejante pacto de perdedores, y el asturiano Javier Fernández impuso en las filas del puño y la rosa la sensatez que le caracteriza. Hoy ninguno de los tres plantea objeción alguna a las andanzas del reprobado. Tampoco lo hacen los líderes de Extremadura, Castilla- La Mancha o Aragón, temerosos de perder el favor del caudillo resucitado merced al favor de las bases. La lideresa del sur anda ocupada en conservar la poltrona y sabe que, para tener alguna posibilidad de lograrlo, habrá de apoyarse en Podemos, toda vez que Ciudadanos no volverá a ser su muleta. El poder tiende a corromper... y el morado que ayer parecía un color espantoso cobra de pronto el matiz de una tonalidad hermosa. Como decía el genial Groucho Marx: Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros En cuanto al veterano presidente del Principado, es de suponer que ha tirado la toalla. Ha desistido. Se ha rendido a la evidencia de que el PSOE ya no es el PSOE y carece de energías para dar otra batalla. Se va de la escena callado, por lealtad a las siglas, dando por perdida buena parte de aquello a lo que ha dedicado su vida. Lo dicho; el socialismo españo ha muerto. ¡Viva el frente popular! IGNACIO CAMACHO ÉRASE UNA VEZ Érase un bonito país de cuento en el que sólo la imaginación servía para explicar lo que estaba sucediendo RASE que se era en un bonito país un ministro que tuvo que dimitir por defraudar a Hacienda. Érase que se era otra ministra que también renunció por inspirar su trabajo de máster en la Wikipedia. Y como no hay dos sin tres, ni tres sin cuatro, resultó que otro colega había creado una sociedad- pantalla para comprar una vivienda y que la portavoz del Gabinete tenía sin consignar en su declaración de bienes un chalé, varios pisos y una parcela. Érase que se era una quinta compañera que se entrevistaba, siendo fiscal, con policías de fama deshonesta, y que ante ellos acusaba de irse con menores a algunos jueces de la Audiencia. Érase que se era un sexto camarada que siendo consejero de una gran empresa vendió acciones de su mujer en vísperas de la quiebra, y recibió una multa por el palmario manejo ventajista de información secreta. Y érase, por último, un presidente que fue descubierto como autor de una tesis fraudulenta, llena de párrafos copiados sin cita de publicaciones ajenas y tal vez redactada por una mano jornalera. Érase que se era, en fin, que casi la mitad de los miembros de un Gobierno presentado como paradigma de la decencia no pasaba su propio filtro de conducta ética. Pero, lejos de actuar en consecuencia y rendir las correspondientes cuentas, culpaba de la polvareda a una conjura de alcantarillas muñida por sus adversarios y la siempre socorrida prensa. Érase otra vez que ese mismo presidente quiso redactar unos presupuestos y escogió a lo mejor de cada casa para componer un acuerdo: populistas, filoetarras y separatistas insurrectos, autores de un golpe contra el Estado cuyos líderes estaban fugados o presos. Con tal de complacerlos decidió subir los impuestos a ciudadanos y empresarios asfixiados por el esfuerzo, y violentar las reglas democráticas para evitar el bloqueo de una Cámara con derecho de veto. Érase otra vez que mientras los socios negociaban en amable pasteleo con ese Ejecutivo tan abierto y moderno, pedían la independencia, exhibían su desafecto y reprobaban al Rey sin que el jefe del Gobierno diese muestras de desasosiego por la repulsa al monarca que firmaba sus frecuentes decretos. Érase que se era una nación sumida en el desconcierto de verse codirigida por sus adversarios manifiestos, que aprovechaban la falta de una mayoría estable en el Congreso para ir socavando las instituciones desde dentro. Y érase una opinión pública absorta ante un debate de gallinero en el que las televisiones sustituían al Parlamento y en el que la acción efectiva del poder se reducía a una propagandística política de gestos. Nada de esto sucedió en realidad, por supuesto. Se trata de una pura ficción, o merecería serlo porque esta clase de cosas no ocurren en ningún país serio. Y porque, como decía León Felipe, no sabemos muchas cosas, es verdad, pero sí sabemos que la cuna del hombre la mecen con cuentos. É JM NIETO Fe de ratas

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