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ABC CORDOBA 15-10-2018 página 55
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ABC CORDOBA 15-10-2018 página 55

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ABC LUNES, 15 DE OCTUBRE DE 2018 abc. es cultura CULTURA 55 El políptico Vivir y dejar morir o el fin trágico de Marcel Duchamp (izquirda) es el manifiesto del movimiento que Arroyo lideraba y que hoy puede verse en un lugar de honor en el Museo Reina Sofía. Abajo, el pintor en el Museo de Bellas Artes de Bilbao, en 2017, por su exposición La vuelta de las cruzadas a la que hace mención su director, Miguel Zugaza. MIGUEL ZUGAZA LA CRUZADA L Una mirada única enfrentada a inmensas cabezas de lobos que más que meter miedo son cómicas o invitan a disfrazarse para soportar el naufragio del presente. Eduardo Arroyo compuso en 1965 su autorretrato como Robinson Crusoe, sentado en un noble sillón, entablillado por la implacable erosión del tiempo, vestido con pieles ridículas, pintando desde el minúsculo islote una pequeña marina, cuando lo cierto es que no tenía ninguna veleidad bucólica ni nunca pretendió trazar un paisaje sereno de nuestra época, al contrario, lo que fundamentalmente desplegó a lo largo de toda su intensa vida fue una nítida actitud crítica, sin dejar nunca de lado un tono beligerante. Su estrategia artística estaba marcada por la lucidez sin abandonar nunEduardo Arroyo nació en Madrid en 1937 y falleció ayer tras un largo combate contra la enfermedad. Se formó en París, adonde se exilió en 1958. Su mirada crítica y su imaginario sarcástico le definen. Captó pronto la atención de museos como el George Pompidou. Ha sido un narrador excepcional y gran conocedor del boxeo. Escribió un libro dedicado a su boxeador predilecto: Panamá Al Brown, reeditado por Fórcola. Es autor de la portada que ABC Cultural publicó para dar la bienvenida al año 2000. Diseñó el logotipo del Centenario para ABC en 2003. Gran aficionado a los toros, era asiduo a la cena de los premios taurinos de nuestro periódico. EFE ca lo lúdico, adentrándose con desenvoltura en el pastiche, desplegando parodias, evitando en todo momento la patética seriedad de lo académico. Arroyo llevaba más de medio siglo enfrentado a los artistas al uso reivindicando a los que tuvieron que exiliarse para poder respirar (desde Machado a Ganivet o Blanco White) aunque el destino fueran las heladas aguas de un río lejano. Amaba el boxeo, como dejó patente en su hermoso libro sobre Panamá Al Brown, y sabía por experiencia que hasta los grandes campeones tienen algún día que besar la lona Un artista único, un amigo de una inteligencia incomparable, un narrador vocacional, nos deja, aunque nunca olvidaremos su talento. El deshollinador está de luto. a vuelta de la cruzada de Eduardo Arroyo, ese fabuloso pastiche con el que homenajeaba el año pasado a Ignacio Zuloaga y su célebre cuadro Víctimas de la fiesta ya nos anticipaba un final, una despedida. La suya, la del gigantesco pintor e intelectual español sin cuya mirada, entre crítica e irónica, no podremos a partir de ahora reconstruir la visión de España y Europa de este último cambio de siglo. De vuelta de todo, después de poner de vuelta y media todo aquello que no le parecía correcto, que no políticamente correcto, y tras dar varias veces la vuelta al mundo, Arroyo se despide de nosotros desde su querida y odiada Madrid natal. De su personal cruzada volvía hace un año el quijotesco Arroyo tras librar grandes batallas por las artes y las letras, en toda Europa, pero sobre todo en su país, tan instalado aún en una perenne intrahistoria como el magullado rejoneador y su rocín en su incesante caminar por las tierras castellanas retratadas por Arroyo un siglo después de Zuloaga. En cualquier caso, fiel a sí mismo se ha despedido por la puerta grande. Esculpiendo cabezas extraordinarias de poetas y artistas con las grandes piedras encontradas cerca de Laciana, pintando un ciclo extraordinario de obras que formaron parte de su última gran retrospectiva internacional en la Fundación Maegth de Sant Paul de Vence, publicando sus últimos libros Bambalinas y Deux balles de tennis o ilustrando el magnífico libro escrito sobre él mismo por su leal colaboradora durante tantos años Fabienne Di Rocco, Eduardo Arroyo y el paraíso de las moscas Apareció este verano Eduardo con Isabel (gracias por todo tu amor) en la Semana Grande de Bilbao para recibir el aplauso del respetable y se retiró a Robles de Laciana, donde había empezado a pintar un gran cuadro sobre las grandes personalidades de la Revolución Soviética, que ya inevitablemente quedará inconcluso, como su quimérico proyecto de ilustrar La comedia humana de su adorado Balzac. Nos gustará recordar a Eduardo Arroyo con esa fuerza física y moral con la que se ha enfrentado hasta hoy a la enfermedad, con cosas pendientes por hacer, empezar o continuar. Hace tan solo unos días llegaron al Museo de Bellas Artes más de un centenar de ejemplares de sus grabados, aquellos que faltaban en nuestra colección. Un último gesto de generosidad hacia el museo que tanto respetaba, pero también el recordatorio de editar el último, ya sí, volumen de su obra gráfica completa, sin duda una de las más importantes de cualquier artista europeo de su generación. Manos a la obra, querido Eduardo.

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