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ABC CORDOBA 18-09-2018 página 3
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ABC MARTES, 18 DE SEPTIEMBRE DE 2018 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O LU C A D E T E NA RELEYENDO A ORTEGA Y GASSET POR OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL ¿Es posible, estamos obligados a una reforma radical de nuestro sistema político y económico, a una transvaloración de nuestros valores culturales morales y religiosos que niega los fundamentos, fuertes y fronteras, de nuestra historia? ACE justamente un siglo nuestro filósofo publicaba dos colaboraciones en el diario El Sol los días 18 y 23 marzo. Releyéndolas a la luz de los acontecimientos que determinan hoy la conciencia pública española uno admira de nuevo la lucidez con que diagnosticaba los problemas, que atenazaban aquella sociedad a la vez que los imperativos de acción, que pesaban tanto sobre la conciencia de las instituciones como de los individuos. Problemas e imperativos que en otro nivel y diferentes circunstancias son hoy también los nuestros. Los vuelcos de conciencia que han tenido lugar en España en el último medio siglo nos condujeron a una tarea de integración de las diferencias junto con la voluntad de unidad, a la colaboración frente al aislamiento, a una relativización de lo propio para hacer posible la suma con lo aportado, deseado y propuesto por los demás. Frente a absolutizaciones anteriores era una reacción que no cercenaba sino abría el espacio para los demás. Este imperativo, percibido en unanimidad, moral llevó a España a darse la Constitución de 1978; ella recogía y reconciliaba el pasado en un texto que era a la vez propuesta de futuro, con olvido y perdón de pasados crímenes e injusticias. Esto en manera ninguna suponía la negación o trivialización de ningún crimen o injusticia, pero proponía como supremo imperativo una nueva concordia. Olvido y perdón, que no niegan u olvidan pero deciden reparar y superar. A los cuarenta años de su proclamación podemos y debemos volver gozosos la mirada a nuestros logros y conquistas (conscientes de lo que aún está pendiente de una realización plena) a nuestras tentaciones y a las decisiones que en aquel momento eran obligadas para salir de una angostura y angustia nacionales, que hoy con la experiencia de esos decenios podemos repensar y planificar. Es esta una tarea no sólo jurídica sino política y moral, que tenemos pendiente. Pero no es posible proponer para España un futuro que salte sobre casi un siglo de nuestra historia y rechace como error lo vivido en él. Saliendo del diario rumor de nuestras luchas y discusiones para tener un horizonte más ancho y una visión más clara debemos analizar las tentaciones que sufre nuestra conciencia nacional. Yo señalaría los dos siguientes: el adanismo y el catarismo. Designamos como adanismo aquella actitud, propuesta o programa, de quienes erguidos frente a todo lo anterior como Adán en el paraíso, reclaman un nuevo comienzo de casi todo partiendo de la negación o devaluación de lo anteriormente construido. Estos individuos y grupos lanzan un juicio desacreditador de casi todo lo que los precede. La tradición deja de ser norma y fuente para convertirse en frontera que hay que de hace años gobierna a España el rencor, esa pasión destructora que con un vocablo bien expresivo, llamamos también encono Para ser justos hay que diferenciar con toda claridad. Ese rencor afecta especial o primordialmente al orden político, mientras que en el resto de la sociedad conviven sus miembros con paz, generosidad y eficacia, llevando a cabo logros sociales, científicos y técnicos admirables. Rencor derivado de la pretensión de cada uno de ser quien tiene razón, tiene toda la razón, junto con la solución para los problemas. Menospreciando las demás, consideran a su cultura y moral como las únicas que están la altura de los tiempos y desde ellas miran de soslayo irónica o cínicamente las demás; asaltan el poder y se apropian los resortes fundamentales del Estado. Egoísmo y odio negadores del prójimo fruto del cainismo remanente en el sustrato pecaminoso del hombre. l lugar concreto donde este rencor aflora con más venenosa acritud es el Parlamento que debería ser ejemplo de claridad y lucidez críticas pero no menos de generosidad y magnanimidad. El propio Ortega en su día calificando a los diputados comparó a unos con tenores que se lucen y a otros con jabalíes que destrozan y despedazan. Diagnosticando la degradación de ambos reclamaba necesario un tercer grupo para los que prevalecen los problemas de la nación sobre los privilegios de las personas y de los partidos. Rencor, encono, que se convierte en el peor ejemplo para las nuevas generaciones. ¿Cómo educar en el respeto para con el prójimo, en el reconocimiento y admiración del diferente, a las nuevas generaciones cuando en las plataformas públicas de la política, de la información y del espectáculo prevalecen los comportamientos contrarios? Frente a quienes segmentan y enfrentan las conciencias españolas, Ortega invitaba a la realización de actos y proyectos de convergencia, de unidad, de ilusión nacional. Después de citar la frase clásica de Mommsen: La historia de un pueblo es la historia de una vasta integración Ortega añade que muy pocas veces asistimos a un ensayo de fraternidad nacional. Si el artículo del 17 de marzo de ese 1918 aludía a esa lacra nacional, que genera enfrentamiento y abre las cicatrices del rencor y encono, que tan difícilmente se cierran, el artículo del 23 de marzo de ese mismo mes titula: Albricias nacionales (O. C III,78- 83) Era el elogio de un nuevo gobierno al que consideraba honesto, capaz y decidido al servicio eficaz al país. Ambas tareas me parecen a mí hoy urgentes en España: superar el odio engendrado y no engendrar más; otorgar primacía a la convergencia antes que a la divergencia, a la magnanimidad antes que a la astucia. Es necesario crear espacios de fraternidad y celebración gozosas de la propia historia. Sin memoria fraterna no hay libertad y sin recuerdo, tan agradecido como crítico, no es posible la ilusión de un proyecto en común. OLEGARIO GONZÁLEZ DE CARDEDAL ES TEÓLOGO H E Pie de foto FIRMA FOTO derribar. La utopía revolucionaria que proponen dice contener la solución de los males primordiales nuestra sociedad. Con ello aparece la gran cuestión: ¿Es posible, estamos obligados a una reforma radical de nuestro sistema político y económico, a una transvaloración de nuestros valores culturales morales y religiosos que niega los fundamentos, fuertes y fronteras, de nuestra historia? El siglo XX hizo este intento revolucionario partiendo de la afirmación común a los totalitarismos: Incipit novus ordo Millones de víctimas fueron el fruto de esa utopía que se nos vuelve a proponer hoy. La segunda tentación es el catarismo. Éste emite juicio sobre los siglos anteriores de nuestra historia, eligiendo a unos como fecundos y ejemplares, conquistadores y liberadores, mientras que a otros los anatematiza como estériles, retardatarios, negadores de los progresos y de las conquistas que en cada momento fueron siendo necesarios. Para unos el siglo XVI y para otros el siglo XIX anticipan y contienen el germen de toda la posterior historia de España. Los personajes, las ideas, las realizaciones derivados de esos siglos son sagrados para unos mientras que son abyectos y reprobados por los otros. El siglo XVI y el siglo XIX son igualmente nuestros y absolutizar uno negando a otros, es cercenarnos parte de nuestro ser histórico y el rescoldo que cada uno nos ha dejado, a partir del cual es posible una reviviscencia y fecundidad actual. El artículo de Ortega y Gasset al que aludíamos en el comienzo lleva por título: Fabricantes de rencor y lo describe con estos términos: ...des-

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