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ABC CORDOBA 22-07-2018 página 3
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ABC CORDOBA 22-07-2018 página 3

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ABC DOMINGO, 22 DE JULIO DE 2018 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O LU C A D E T E NA BIENVENIDO A MACONDO POR JORGE EDWARDS Cien años de soledad me pareció aburrido, excesivo, de un tono poco natural, forzado. Dije eso en un programa de la televisión chilena, y la gente me paraba en la calle, al día siguiente, y me aseguraba que pensaba exactamente igual que yo, pero que no se atrevía a decirlo. Yo pensaba que no atreverse a decirlo era una forma de superstición y que era como seguir en Macondo, es decir, que Macondo era una superstición obligatoria, una forma de sumisión intelectual MPIEZO a conocer mejor mis calles de Madrid, que se encuentran alrededor de la Plaza de la Villa de París: mis rincones, tascas, tabernas, tabernillas o tavernettas de la edad madura, y me acuerdo de crónicas madrileñas de Joaquín, mi viejo pariente, conocido en la familia como el inútil de Joaquín porque se había dedicado al arte extraño de escribir libros y crónicas. Su libro, ya difícil de encontrar, Andando por Madrid y otras páginas, sólo comparable, para mi gusto, a libros parecidos del mexicano Alfonso Reyes, es lectura muy recomendable para vacaciones o para paseos por costas poco frecuentadas. En el café de la esquina de mi casa, a un costado de esa plaza de París y de la Justicia, Macondo, que es un espacio de la imaginación, un símbolo y una forma de sueño, se presenta de la siguiente manera. Estoy leyendo un libro cualquiera, de acuerdo con mi costumbre antigua, de persona que lee hasta los papeles que encuentra tirados por el suelo, y un señor de acento caribeño se me acerca y me pregunta si yo soy yo. Después de mi respuesta más bien insegura, me entrega un grueso libraco con el siguiente título: Gabo nació en Caracas, no en Aracataca El libro en cuestión, que me pongo a leer sin el menor prejuicio en contra, entrega argumentos interesantes en favor de la tesis resumida en su título. Aracataca, el pueblo donde nació Gabo, no está lejos de Venezuela. Gabo terminó de escribir su novela célebre, Cien años de soledad, en Caracas o en sus cercanías. Cuando obtuvo con ella el Premio Rómulo Gallegos, donó los cien mil o más bolívares del premio a un político de la izquierda venezolana que empezaba a elaborar, en esos años inaugurales, un pensamiento crítico de izquierda: Teodoro Petkof, máximo dirigente de un movimiento nuevo, el MAS (Movimiento al socialismo) La donación de Gabo al MAS, bien publicitada, le abrió caminos en Venezuela a algo que se podría llamar el macondismo de última generación. Gabo compró una casa en Caracas, le puso un nombre nia minoritaria y rebelde, la de los makondos. Los conspiradores de Casa Macondo se proponían, entre otros objetivos políticos, el de reducir el poder que se empezaba a concentrar en las manos de dos presidentes elegidos en elecciones normales: Carlos Andrés Pérez y de Rafael Caldera, poderes cuyos desastrosos sucesores fueron Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Ya ven ustedes. Quizá haría falta mencionar a Rafael Ortega de Nicaragua. En el grueso libro que me entregaron en el café de la esquina encuentro una anécdota interesante. Gabriel García Márquez, en sus días de mayor gloria, decidió viajar por avión a La Habana, con el fin de darse un abrazo con su amigo Fidel Castro. Un funcionario del aeropuerto caraqueño de Maqueitía quiso examinar sus documentos, pero supo de inmediato de quién se trataba, y después de reconocerlo exclamó: ¡Bienvenido a Macondo! Y se podría sostener con la mayor justeza que ya estamos todos en Macondo, o, por lo menos, en sus alrededores más cercanos, con toda la bulla y la fantasmagoría que que eso implica. A mí me entregó el primer ejemplar de Cien años de soledad, en mayo de 1957, en un hotel de Buenos Aires, su editor argentino, Paco Porrúa, y me aseguró que el libro iba a tener un éxito seguro. Leí una página y media y llegué a la conclusión de que el editor no se equivocaba. Pero el libro no me terminó de gustar: me pareció aburrido, excesivo, de un tono poco natural, forzado. ije eso en un programa de la televisión chilena, y la gente me paraba en la calle, al día siguiente, y me aseguraba que pensaba exactamente igual que yo, pero que no se atrevía a decirlo. Yo pensaba que no atreverse a decirJAVIER CARBAJO lo era una forma de superstición y que era como seguir en Macondo, es decir, que Macondo era una superstición obligatoria, una forma de sumisión intelectual. ¡Un pésimo asunto! Después he tenido que enseñar el famoso libro en universidades norteamericanas, y el hecho de releerlo, a diferencia de lo que ocurre con todos los grandes libros de la literatura, como ocurre, por ejemplo, con el Rojo y Negro, o con La tempestad de Guillermo Shakespeare, o con páginas sueltas de autores diversos, ha sido fatigoso, cansado, poco estimulante. JORGE EDWARDS ES ESCRITOR E cualquiera, pero la voz popular le cambió pronto el nombre a la casa y pronto la bautizó como Macondo. Ahí se reunía Gabo con frecuencia con amigos como Teodoro Petkof, como Tomás Eloy Martínez, como Miguel Otero Silva, que era dueño del diario principal de Venezuela, y algunos sospechan que hasta Fidel Castro en persona entró alguna vez a aquella casa, mágica, macondiana. Gabo ya había usado la idea de Macondo y el nombre en sus primeros libros, y lo hizo a sabiendas de que en alguna región del continente africano, quizá en Tanganyika, existía una et- D He tenido que enseñar el famoso libro de García Márquez en universidades norteamericanas, y el hecho de releerlo, a diferencia de lo que ocurre con todos los grandes libros de la literatura, ha sido fatigoso, cansado, poco estimulante

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