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ABC CORDOBA 22-04-2018 página 14
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14 OPINIÓN MONTECASSINO PUEBLA DOMINGO, 22 DE ABRIL DE 2018 abc. es opinion ABC HERMANN ANTONIA ALBA El Ayuntamiento de Jerez quería humillar a una mujer y esta le dio una lección L ayuntamiento de Jerez de la Frontera ha sido escenario de una preciosa gesta de una mujer valiente que ha denunciado las vergüenzas, las muchas vergüenzas y la bajeza de su conducta, a todo un equipo de gobierno de socialistas del PSOE y comunistas de Podemos e Izquierda Unida. Ese ayuntamiento estableció unos premios ya muy típicos en la izquierda cainita y revanchista que España sufre desde principios del milenio. Se otorga un premio y un anti premio, como aquellos premios Naranja y Limón, pero sin el menor atisbo del humor que hacía aceptables aquellos galardones. Hay un premio al bueno, es decir a alguien militante o muy comprometido izquierdista. Y un premio al malo, que es cualquiera que se haya significado por oponerse a la voluntad de la izquierda. El ayuntamiento de Jerez creó los premios Racimo y Filoxera. El Racimo para premiar a los propios, el Filoxera para humillar al enemigo. El Racimo fue para Brisa Fenoy, cantante andaluza, izquierdista, hija de sindicalista, premio perfecto. Y el premio Filoxera era para denunciar y humillar públicamente desde el Ayuntamiento a Antonia Alba, una abogada que preside el Movimiento Femenino Por La Igualdad Real. Y que denuncia no solo la inconstitucionalidad y el abuso sistemático de la Ley de Violencia de Género sino la ideología de género y el feminismo de odio y agitación. El problema para el ayuntamiento surgió cuando Antonia Alba en vez de quedarse en casa llorando por haber sido señalada con esa bajeza y mala intención, exigió y consiguió ir a recoger el premio delante de la prensa convocada. Los promotores del abyecto galardón se preocuparon porque la alcaldesa no asistió por cuestiones familiares. Y fue Carmen Collado, teniente de alcalde de Igualdad la que se tuvo que tragar el sapo. Porque Antonia Alba acudió con amigos recibió el premio y convirtió su discurso de agradecimiento en un soberbio alegato en favor de la libertad de expresión, de la igualdad entre sexos y de los derechos constitucionales que se pisotean con la ideología de género. A Antonia Alba quisieron humillarla y la engrandecieron definitivamente como una mujer valiente, articulada e inteligente con convicciones y fuerza para defenderlas. Una mujer que les dijo allí mismo mil verdades a todos los que habían intentado su asesinato civil. Y cuyo discurso se hizo viral en las redes. En España hay tanto hábito de intimidación y matonismo por parte de los guardianes ideológicos de izquierda que la mayoría de los españoles evita polemizar y mucho más el exponerse como Antonia Alba. Todo se agravó a partir del zapaterismo. Medios izquierdistas también hacen premios y contrapremios para señalar a periodistas que hay que atacar, odiar, ridiculizar y difamar. Al Ayuntamiento de Jerez le salió el tiro por la culata. Para ser libre en España hay que perder el miedo a que te llamen facha Antonia Alba lo es. Sin miedo ninguno les dio una gran lección de dignidad y amor a la verdad que ellos jamás podrían concebir. E LA FERIA DE LAS VANIDADES FRANCISCO ROBLES SIN PERDÓN Esas víctimas necesitan una petición sincera de perdón, y no este paripé. Hasta que eso no se consiga, el terrorismo no habrá desaparecido del todo AY secuencias imborrables que traspasan la finura del celuloide y que se clavan en lo más profundo de la memoria. Es lo que sucede con ese momento que convierte La misión en algo más que una película. El personaje interpretado por Robert de Niro se marcha a la selva para encontrar lo que le falta: el perdón. Va cargado con todos los pecados que lo atormentan, y que cobran la forma de objetos que cuelgan de un saco que le impide ascender hasta la cumbre donde habitan los indígenas que no esperan a los misioneros con los brazos abiertos precisamente. Una y otra vez intenta llegar, pero resbala por culpa del agua de la cascada que no deja de caer. Hasta que llega un niño, un indio que encarna el mensaje del Justo, se le acerca con un cuchillo y le corta el nudo que lo ataba con su pasado, esto es, con la culpa. Cuando cae el fardo que le impide ascender, el misionero ya es libre para llevar a cabo su cometido. Esta secuencia deberían verla, una y cien veces, los que creen que lo que queda de la banda terrorista ETA ha pedido perdón de forma sincera. Todo lo contrario. No han pedido perdón porque no creen en esa virtud suprema que nos H permite seguir adelante. Sin perdón no somos nada. Sin perdón somos un ancla clavada en la ciénaga de la culpa. Y sin perdonar al otro nos convertimos en los agentes del rencor, ese sentimiento que es infinitamente peor que la ira porque no pasa nunca, porque se queda. Los terroristas, tanto los que apretaban el gatillo como los que intimidan a los que no piensan como ellos, no pueden pedir perdón porque les falta algo imprescindible para ello: el arrepentimiento que nace del dolor que se siente en el corazón. Y eso no ha entrado todavía en la fortaleza abertzale donde sigue mandando el odio al otro. De ese odio nace la violencia que ejercen los que mueven el árbol para que los dirigentes recojan las nueces. Por eso distinguen entre víctimas inocentes y culpables, porque son incapaces de reconocer el daño que han provocado: siguen pensando que han hecho el bien para su pueblo, y que los culpables siempre son los otros. Las víctimas necesitan que se les pida el perdón para llegar a esa cumbre de la ética que consiste en perdonar a quien te ha hecho el daño a ti. No estamos hablando de ajustar cuentas con el pasado que no se vivió, vulgo memoria histórica. Estamos hablando de algo más concreto, de crímenes que se han cometido en un presente que duele como una lanza que traspasa el corazón. Padres, hijos, hermanos, esposos. Mujeres y hombres caídos que siguen levantándose cada mañana en la mente y en el corazón de los que recuerdan esas voces apagadas por el ruido de las balas. Esas víctimas necesitan una petición sincera de perdón, y no este paripé. Hasta que eso no se consiga, el terrorismo no habrá desaparecido del todo. Seguirá ahí, larvado y dando la cara en las mil y una formas de perseguir y de intimidar al disidente. Hasta que los culpables no corten el fardo ideológico que los ata al pasado del crimen, la libertad no podrá ejercer su misión en ese territorio salpicado por una sangre que siempre será inocente. Aunque los verdugos y sus secuaces digan lo contrario.

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