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ABC CORDOBA 09-04-2018 página 14
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14 OPINIÓN CAMBIO DE GUARDIA PUEBLA LUNES, 9 DE ABRIL DE 2018 abc. es opinion ABC GABRIEL ALBIAC CS ANTE SU HORA PP y PSOE se encaminan a su borrado. No diré que a su muerte, porque muertos están ya P uede que el no votar haga de mí una aceptable máquina de analizar juegos electorales. No tengo el menor interés en dejarme rozar por esas partidas. Me divierte analizarlas, como imagino que le divierte al oncólogo trazar las letales regularidades de un cáncer. Y mantener la distancia frente a contaminaciones. Los juegos políticos y las células cancerosas son algoritmos complejos que deben ser descifrados. Para mejor preservarse de su potencia asesina. Descifrados. Glacialmente. La tendencia que sellan las encuestas, desde hace meses, apunta a un desenlace inexorable: la España de la Transición ha muerto. Hay que enterrarla. Nada debería en ello sorprendernos; preocuparnos, menos aún. Si acaso, retener nuestra atención sobre lo mucho que ha tardado en consumarse el tránsito: ha pasado ya casi medio siglo desde que el dictador murió de viejo, y desde que un Estado presentable internacionalmente presentable fue montado, prácticamente desde cero. Nada de la realidad presente guarda parecido alguno con aquel anacronismo renqueante que era la España de entonces. Nada. Salvo dos partidos que congelan sus alternancias de poder sobre un horizonte material y moral extinto hace decenios. Y que esos dos partidos alternantes, sobre cuyo péndulo se cifró una estabilidad entonces dudosa, se empeñen en fingirse hoy inmunes a la erosión del tiempo es, pienso, el signo más infalible de que están muertos: porque sólo lo muerto queda exento a la usura del tiempo. Políticamente, llevamos ya muchos años viviendo en un mausoleo. Lo ornamentan coloridas escayolas, que acotan el relato derecha izquierda elementales mojones que señalizan un camino por el cual hace mucho que nadie transita: nadie que esté en su sano juicio. Eran anacrónicas ya en aquel prehistórico año de 1978. Pero podían aún generar fe, porque, en aquella prehistoria, anacrónicos éramos todos. Hoy, izquierda y derecha no son ya siquiera eso. Son residuos putrefactos de un ayer que debiéramos borrar: el de la primera mitad del siglo veinte. La tendencia que la encuestas reiteran es poco equívoca: PP y PSOE se encaminan a su borrado. No diré que a su muerte, porque muertos están ya desde hace mucho. Muertos sin sepultura, que contaminan la atmósfera de un país en el cual todo debiera estar dado para entrar en un presente sencillamente igual al de todos sus iguales europeos. Lo que resulta de ello no es mejor ni peor: mejor y peor no son categorías que sirvan para nada en política. Vienen ahora criaturas de determinaciones nuevas: Ciudadanos y Podemos. Ambos devoran el territorio que los muertos han dejado disponible. Podemos es el retorno, bajo canon peronista, de aquellos populismos que sembraron las semillas del fascismo en la Europa de hace un siglo. Ciudadanos es la normalidad liberal que nunca halló suelo sobre el que arraigar en España: y no es ésa la menor parte de nuestra tragedia moderna. Entre ambos va a jugarse la partida. Los otros dos sólo estorban. Es lo que hay. No me gusta. EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA LA VIDA SIN VERDAD Vivimos una época caótica y tenebrosa que se caracteriza por un culto desaforado a la mentira E SCRIBÍA Ortega que la vida, sin verdad, no es vivible prueba inequívoca de que jamás asistió a uno de esos congresos o bacanales de aplausos que los partidos políticos organizan cada fin de semana, donde vemos que todos viven sin verdad tan pichis. También escribía Ortega que la verdad es lo único que esencialmente necesita el hombre, su única necesidad incondicional Tendremos, entonces, que concluir que estos congresistas de fin de semana no pertenecen al género humano, sino que son máquinas antropomorfas, programadas para aplaudir y jalear la mentira. Me ha impresionado mucho el espectáculo grimoso que ha ofrecido uno de estos congresos de fin de semana, en el que todos los asistentes arropaban con ardor las mentiras de la masteresa (Antonio Burgos dixit) Cifuentes, con su birlibirloque de notas, sus firmitas falsificadas, sus tesinillas de tócame Roque, todo un repertorio de apaños que provoca alipori y almorranas en el alma. Nadie en su sano juicio puede tragarse mentiras tan rocambolescas y desmelenadas que amenazan con sepultar bajo su escombrera a la universidad que las amparó. ¿Cuántos congresistas que este fin de semana aplaudían frenéticos a la masteresa Cifuentes no habrán disfrutado de cambalaches académicos similares? Sobrecoge pensar cuántos políticos habrán utilizado las universidades españolas como felpudos de su vanidad insaciable, como limpiabotas de su currículum lleno de cazcarrias, como avalistas de sus tesis doctorales refritadas. Vivimos una época caótica y tenebrosa que se caracteriza por un culto desaforado a la mentira, a veces manejada con hipocresía, a veces con cinismo y desparpajo. Hay épocas caracterizadas por la idolatría del dinero, o de la concupiscencia, o del odio contra Dios y el hombre; pero el culto a la mentira abarca todas esas idolatrías, a la vez que las sublima y perfecciona. Todos los vicios y prevaricaciones, todos los crímenes y desafueros, buscan la complicidad de la mentira. Y cuando la mentira impera e impone sus reglas, cuando logra convertirse en norma y rutina de vida, el mundo se convierte en una lastimosa jaula de locos, en la que puede más quien más miente. A la masteresa Cifuentes se la veía empoderadísima este fin de semana, mientras la aplaudían a rabiar todos los congresistas de su partido. Siempre resulta descorazonador el espectáculo del hombre que ha renunciado a la verdad. Sin embargo, quien se aleja de la verdad en contra de su voluntad, por engaño o ignorancia, merece nuestra piedad. ¿Qué decir, en cambio, de quien se abraza voluntariamente a la mentira, a sabiendas de que lo es, como han hecho esos congresistas de fin de semana? Tal vez en su adhesión a la mentira hubiese una angustia de saberse perdidos; la misma angustia que embargaba a Sansón cuando derribó las columnas del templo. Pero todavía Sansón, al suicidarse, sepultó consigo a los malvados filisteos. En cambio, ¿qué propósito guiaba a estos congresistas que aplaudían a la masteresa? Al lodazal de la mentira sólo pueden acompañarlos los fanáticos y los ciegos; o, todavía peor, las gentes que gustan de refocilarse en el cieno. ¿Será que entienden que somos así una mayoría suficiente de españoles? En esta idolatría de la mentira hay una desesperación de pobres diablos. Piensan que, mintiendo por oficio, podrán vender su alma a cambio de mantenerse en el machito. Están tan muertos que ni siquiera advierten que ya están churruscándose en el infierno del descalabro electoral. Están tan muertos que ni siquiera advierten que lo único que podría resucitarlos es la verdad.

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