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ABC CORDOBA 29-03-2018 página 15
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ABC CORDOBA 29-03-2018 página 15

  • EdiciónABC, CORDOBA
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ABC JUEVES, 29 DE MARZO DE 2018 abc. es opinion OPINIÓN 15 VIC CRÓNICAS DE PEGOLAND RAFAEL RUIZ LA BOFETADA La violencia contra las mujeres no viene con manual de instrucciones. Alguien debería escribirlo. Qué hacer L VERSO SUELTO LUIS MIRANDA MUNDO SIN OMBLIGOS Algunas imágenes trascendieron lo temporal para participar de la eternidad de Aquello que representan E STAS son las horas del mundo sin ombligos. Podrá haber sitios que no merezca la pena pisar, lugares en que el sol de estos días no se diferencia del que haya en noviembre, sitios donde los corazones no repitan rituales, pero hay tantos en los que sí que ni merece la pena hacer jerarquías. Estas son las horas en las que uno querría tener alas para desplazarse en un momento de un sitio a otro, volar por toda España buscando los lugares en los que la cultura y las tradiciones dieron forma a la fe para que la admiración recubriera de belleza a la creencia. No se sabe si Dios deja recuerdos a los que llama a su lado, si, como se preguntaba el poeta, miran todavía el mundo desde el lugar que tengan a su lado, si escuchan las oraciones de los que les quisieron, si se enteran de cómo sigue girando aquello que dejaron. Lo merecerían desde luego aquellos que vivieron amando, los que se desvivieron por los demás y los que hicieron bellos los días de todos, incluso a los que lo conocieron. Así en estos días podrían asomarse a donde quisieran, sobrevolar sin cuerpo pero con alma a cualquier pueblo grande de esa Andalucía interior de balcones altos, cale en las paredes y vida entre montañas y olivos. De Priego a Osuna, de Loja a Úbeda, de Antequera a Aguilar, con su paisaje de manos curtidas por el trabajo en el campo, de portales impecables abiertos al sol de la primavera y corbatas negras. Verían salir a los Nazarenos en la madrugada en que las casas tienen la vigilia de las luces encendidas, escucharían a los saeteros que se retiran del balcón antes de escuchar el aplauso, olerían las flores como recién cogidas de cualquier huerto que las hace florecer de ofrenda. Como almas buenas revolotearían por los conventos de clausura donde las monjas hacen pequeñas procesiones, se detendrían ante los monumentos de plata, cera roja y espigas y mirarían adorar las cruces en las iglesias donde algún sacerdote con memoria sigue tapando a las imágenes cuando ha proclamado la hora nona en que ha muerto el Señor. Algunos se asomarían, guiados por el ruido, al momento en que los tambores aragoneses rompen la hora, y la tierra inmensa parece que de verdad tiembla, y es más hermoso al mediodía cuando hay un tímido despuntar de la vida. Se irán luego a la parda tierra castellana, que algunos dirán páramo, pero que sólo saben apreciar quienes se acercan a su alma, y buscarán quizá primero en los pueblos pequeños que estos días renacen con sus tradiciones, mirarán a quienes saben que más que una túnica llevan su propia mortaja, y tendrán conciencia de estar delante del mismo Viernes Santo cuando bajen a Cristo de una cruz en un paisaje de piedras, tierra y algunas plantas, entre nubes y sin que la primavera sea una posibilidad que llene el aire de tópicos. Y se encontrarán en ciudades con piedras nobles, donde el silencio es tan natural que ni siquiera se llama así y las Dolorosas gritan a los cielos con las manos abiertas, en la compañía de una marcha fúnebre acompañada de capas negras y luz de faroles. Buscarán por pueblos de La Mancha guiados otra vez por los tambores, se asomarán a los esqueletos de algunos rincones de Cataluña y sin darse cuenta la noche del Viernes Santo se habrá terminado y quedará en el aire de los vivos un temblor de orfandad, de vacío. Escándalo para unos, necedad para otros y oportunidad en tantas tierras de encarnarlo en vida, en cultura, en trascendencia. A bofetada se perdió entre el sonido de la música del local nocturno a esas horas apacibles donde aún se puede hablar. Lo que vino después fueron empujones, algún grito. Había visto el temor pero nunca el pánico en una cara de mujer. Algunos insultos, sí, pero ninguna agresión. Ella, menuda y joven, buscó acomodo entre nuestra espalda y la barra del bar mientras los parroquianos buscábamos la manera de abrir un espacio de seguridad que impidiera que le volviese a tocar un pelo. No es lo mismo leerlo, intuirlo, que verlo. Que te caigan los empellones, las bravuconadas, de ese maromo que nos sacaba a todos dos palmos y medio de alto. Las amenazas, la sensación prepotente de la fuerza sobre el débil, la profunda disposición de sentirse una mierda ante quien es, en pocas palabras, un auténtico mierda. Los chicos que hacía unos minutos bailaban despreocupadamente hicieron piña a riesgo de llevarse un recuerdo de la noche de autos. A ella solo tocaba tranquilizarla, repasar los daños, revisar si tenía alguna herida. El notas, con todo su cuajo, amenazaba con su (falsa) condición de agente de las fuerzas del orden a todo el que se interpusiera entre su mano y la cara de aquella joven horrorizada que solo acertaba a silabear sonidos deslavazados. La violencia contra las mujeres no viene con manual de instrucciones. Alguien debería escribirlo. Qué se le dice a una mujer agredida, cómo controlar a un tipo que está fuera de sí. De la bofetada inicial, de la tensión de los primeros momentos, se pasa a las palabras agrias. Nada parecido a un diálogo. Bajar el tono, mostrar las palmas de las manos en señal de calma, recordar que existe una cosa llamada Policía que se dedica a atender a las víctimas y a detener a los agresores. La ley, ese lugar mullido y cálido al que se recurre cuando todo falla. El tipo pagó airadamente su cuenta pendiente. La del bar, no la otra. El personal del local, serio y profesional, avisó que pondrían el asunto en conocimiento de los agentes del orden correspondientes. Estos sí, con número de placa y arma reglamentaria. Que ella pondría una denuncia por la bofetada que se confundió con la batería de esa canción de los años ochenta. Le preguntaron, salió de nuestra espalda (al parecer, protectora) y dijo claramente que no. Lo intentamos. Prometo que lo intentamos con todo el arsenal de argumentos razonados. Que era mejor quedarse acompañada, que no iba a estar sola en ningún momento. Que no tomara la decisión errónea de salir a la calle con su agresor. Que podía pasarle cualquier cosa. Que existen recursos para quien se encuentra en esta situación. Que las denuncias están para algo. Todo fueron negativas alegando años en común, que el tipo no es así, que estas cosas pasan. La vimos salir a la calle en su busca con ese agrio sabor que deja el fracaso en el paladar. Espero, sinceramente, que le vaya bien.

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