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ABC CORDOBA 28-03-2018 página 13
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ABC MIÉRCOLES, 28 DE MARZO DE 2018 abc. es opinion OPINIÓN 13 EL RECUADRO UNA RAYA EN EL AGUA ANTONIO BURGOS SEMANA SANTA SIN Como la Navidad se ha convertido en la Fiesta del Consumo, la Semana Santa es como un adelanto de las vacaciones de verano E N Semana Santa vamos camino de que ocurra lo que pasa en Navidad. Tanto la Navidad como la Semana Santa son fiestas máximas del calendario cristiano, fechas vitales para conmemoraciones de la Fe, como el Nacimiento de Cristo o su Pasión y Muerte. Como la Navidad se ha convertido en la Fiesta del Consumo, la Semana Santa es ya como un adelanto a cuenta de las vacaciones de verano. Que el Jueves Santo caiga en tal día de la Semana y que la siga el Viernes festivo es una auténtica maravilla para el descanso y el turismo. El mayor y más largo puente que soñarse pueda: vacaciones desde hoy, Miércoles Santo, hasta el lunes de Pascua Florida y en algunos lugares, hasta el martes. Menos mal que la Semana Santa, al contrario de la Navidad, no ha perdido el nombre. En Navidad, en plena apoteosis del consumo y las comilonas, te desean Felices Fiestas sin nombrar el Nacimiento para nada. Ahora te desean algo que me choca bastante con el verdadero espíritu de estos días: Feliz Semana Santa No como un anticipo de la cristiana Pascua de Resurrección, sino para que te lo pases lo mejor que puedas en estas vacaciones de primavera, esta semana blanca con color morado que nos hemos inventado en España, con los hoteles de playa llenos, con los lugares de veraneo otra vez con la animación cuanto menos de comienzos de julio. ¿Tiene razón de ser que la Semana Santa sea precisamente feliz como si fuera el coti- llón de fin de año? Me pegaría más que te desearan una Semana Santa devocional, emocional, estética si me apuran en el supremo espectáculo de belleza que la religiosidad popular ha hecho de las cofradías a lo largo de los siglos. Siglos en los que no se cogían vacaciones de Semana Santa, sino que casi se paralizaban las ciudades, se cerraban los cines y teatros y en la radio sólo ponían música sacra o cofradiera, porque se trataba (y se sigue tratando, aunque no lo parezca) de la conmemoración de la Pasión. Sí, ya sé, ya sé que en Málaga, en Zamora, en Valladolid o en mi Sevilla, y sigan poniendo ciudades, sí que se celebra la Semana Santa por el plan antiguo. Esto es, sin hotel de playa y sin tumbona al sol, o aprovechamiento de las nieves en las estaciones de esquí. Pero hasta en estas ciudades de renombradas, devotas o popularísimas cofradías, y pongo a mi Sevilla por delante, también hemos inventado entre todos una Semana Santa sin Con cofradías, pero sin Dios. Una Semana Santa que es un espectáculo de los sentidos, donde, salvo el tirón popular del Gran Poder o de la Esperanza Macarena, hay pasos que mira la gente sin fijarse siquiera en la imagen de Cristo o de la Virgen, sino en sus flores, en sus bordados, en su orfebrería o, ay, en sus bandas de música y sus costaleros. En esta Semana Santa sin en vez de mirar arriba, a la imagen que va en el paso y da sentido a todo, el público, la bulla inmensa, mira abajo, a los pies de los costaleros, haciendo florituras casi de ballet con la preciosa carga a los sones de una marcha. A muchos esta Semana Santa no vacacional de las playas o las estaciones de invierno, sino urbana de las cofradías, les interesa sólo desde un punto de vista casi turístico, artístico, estético, sentimental, incluso familiar, en días en que está más cercana que nunca la memoria de los abuelos o los padres que nos legaron estas tradiciones y nos enseñaron a amarlas. A amarlas cuando tenían el profundo sentido religioso que cada vez van perdiendo más, como está desapareciendo en Navidad. Lo sé. Son los tiempos que corren y que nos ha tocado vivir o sufrir. Es la moda de lo sin sin cafeína, sin alcohol, sin azúcar, sin lactosa, sin grasas, sin conservantes ni colorantes. Esta moda le ha tocado ya a una Semana Santa sin Dios. Vaya por Dios, que, hecho Hombre, murió en estos días por todos nosotros. IGNACIO CAMACHO HACER POLÍTICA Claro que hay que hacer política en Cataluña. Pero no para dos millones de catalanes sino para 45 millones de españoles T JM NIETO Fe de ratas IENEN razón los que sostienen que el conflicto catalán necesita, además que no en vez de la acción de la justicia, una solución política. Pero no en el sentido en que suelen decirlo, que es el de que el Gobierno entable un diálogo con los soberanistas. El diálogo, y las concesiones, y los privilegios, y la vista gorda ante el abuso unilateral del nacionalismo, es lo que ha propiciado su hegemonía. El golpe de octubre acabó con cualquier posibilidad de acuerdo tercerista. Como escribió Ortega hace ochenta años, una parte de Cataluña quiere ser lo que no puede ser, y esa aspiración imposible carece de alternativa. La independencia, es decir, la ruptura de la nación española, no es un proyecto con el que negociar como una mercancía; un asalto a las bases del Estado no se defiende ni se impide ofreciendo contrapartidas. Pero sí hay una política por hacer: la de la convicción, la firmeza, la determinación y la energía. Hacer política era, por ejemplo, haber aplicado en septiembre, y no en noviembre, el artículo 155. Cuando las leyes de desconexión implantaron en Cataluña una legalidad paralela a la medida del secesionismo. No se aplicó a tiempo en parte porque el Gobierno no se atrevió o no quiso y en parte porque no contó con el respaldo de los demás partidos. Faltó audacia y sobraron remordimientos para entender la verdadera naturaleza del desafío. Un problema de coraje... político. Hacer política hubiese sido intervenir con decisión en TV 3 para neutralizar su inaceptable sesgo. Hacer política significa desmantelar las estructuras de Estado creadas por los nacionalistas para impedir que puedan reemprender el proceso. Hacer política supone articular lobbies de opinión pública que compensen el favoritismo mediático hacia los insurrectos en ciertos países europeos. Hacer política requiere combatir la primacía del independentismo en las redes sociales y comparecer en el debate con un discurso claro, valiente y homogéneo. Hacer política exige amparar a los constitucionalistas catalanes que al fin decidieron salir a la calle sin complejos. Hacer política implica defender el castellano en la enseñanza y acabar con el adoctrinamiento. Hacer política, en resumen, consiste en utilizar la ley y los recursos del poder con voluntad de ejercerlos y enfrentarse al pensamiento único de los separatistas con el mismo brío y contumacia que despliegan ellos. Tanto desde el Gabinete como desde la oposición, que demasiadas veces se ha mostrado proclive a la componenda y el pasteleo. Claro que hay que hacer política en Cataluña. Una política de mayor presencia del Estado y de sus instituciones. La política del no al chantaje supremacista, a la exigencia de continuas compensaciones, a las franquicias exclusivas, al tráfico de favores. La política que satisfaga, en fin, no a dos millones (cortos) de catalanes, sino a 45 millones de españoles.

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