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ABC CORDOBA 26-03-2018 página 14
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14 OPINIÓN CAMBIO DE GUARDIA PUEBLA LUNES, 26 DE MARZO DE 2018 abc. es opinion ABC GABRIEL ALBIAC ESTACIÓN DE FINLANDIA Puigdemont quedó desnudo. De muy honorable presidente en el exilio pasó a muy sórdido delincuente en fuga U N turbio hombre de negocios, Parvus, ideó la operación. Pasará a la mitología del siglo XX como la del Tren de Finlandia No por el idílico país de los fiordos. Sino por el nombre de una estación de Petrogrado. La que cerraba los 3.200 kilómetros de raíles que median entre la Berna de la que salió el convoy y la capital zarista en donde el vagón fue desprecintado para que Lenin, Sokólnikov, Zinóviev y Rádek irrumpiesen en la leyenda. Habían atravesado Suiza, Alemania, Suecia y Finlandia, herméticamente encerrados, antes de que los aclamara el soviet de la capital rusa. El misterio de cómo el vagón sellado pudo cruzar las fronteras en guerra no es tal. En 1917, Alemania vio en esa idea genial, por cuyo diseño Parvus se embolsó dos millones de marcos, la ocasión de dar el golpe de gracia al enemigo ruso. La insurrección bolchevique rompería el ejército zarista y Alemania impondría sus condiciones para el fin de la extenuante Gran Guerra. No era un cálculo malo. A corto plazo. Nadie previó que aquel desquicie en Rusia acabaría por sacudir los cimientos de toda Europa. A lo largo de tres cuartos de siglo. Durante las pocas horas en que Carlos (Carlitos, para el presidente de Tabarnia) Puigdemont permaneció en Helsinki, tuvo a su alcance la oportunidad de fletar su propio Tren de Finlandia O su avión, si deseaba ser más moderno. La jugada era de manual: entregarse motu proprio a las autoridades finesas, aceptar ser transferido a la justicia española; luego, desplegar la tierna escenografía del mártir de la patria que afronta la tiránica persecución a que lo someten quienes tiranizan a su noble pueblo. Es una colección de sandeces, claro. Pero las sandeces cuelan en política. Y, si se juegan en el momento oportuno, proporcionan niveles de rentabilidad altísimos. En el instante mismo en que, tras haber garantizado su comparecencia ante la policía finesa, Puigdemont puso pies en polvorosa, sin ni siquiera recurrir al conmovedor cumpleaños filial de Mamá Rovira, el independentismo perdió su última baza: la credibilidad internacional. Y Puigdemont quedó desnudo. De muy honorable presidente en el exilio pasó a muy sórdido delincuente en fuga Para colmo, la fuga la planificó muy mal. Y lo fueron a trincar, justamente, en una Alemania que prevé para los delitos de rebelión y malversación, por los que es buscado, penas muy similares a las españolas. La cosa resultaría francamente divertida, si no fuera porque, en estos seis meses, Puigdemont ha logrado arruinar a Cataluña y gangrenar su sociedad irreversiblemente. ¿Por qué no jugó Puigdemont en Helsinki al Tren Finlandia Lo tenía todo a su favor para poner en un brete al enemigo español Sólo debía afrontar un riesgo menor: la cárcel. Menor, porque no hay mejor aliado de un golpista que una estancia épica tras los barrotes. Un precio muy barato por crear una nación. Pero el miedo a la cárcel parece, en Cataluña, más sólido que las epopeyas. No hubo Tren de Finlandia. Game Over. EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA ESTADO DE DERECHO El carácter hispánico se caracteriza por otorgar más valor a las obligaciones de amistad que a las obligaciones jurídicas L ingreso en prisión preventiva de diversos adalides separatistas, así como la detención del errabundo Puigdemont en Alemania, están deparando alegrías orgiásticas a quienes pretenden que el embrollo catalán se solucionará mediante la aplicación del Estado de derecho Hemos escuchado tantas veces esta expresión, metida a modo de morcilla en cualquier alocución política, que ya ni siquiera nos detenemos a considerar su significado. Pues si lo considerásemos descubriríamos que detrás de ciertas alegrías orgiásticas se esconde el mayor motivo de tristeza imaginable. Estado de derecho no equivale al clásico imperio de la ley ni tampoco alude tan sólo a un poder político sometido a un sistema de leyes culminado por una Constitución. Cuando se invoca el Estado de derecho se pretende más bien significar que las leyes tienen la capacidad demiúrgica de restablecer la justicia y solventar los problemas políticos y sociales. Sofisma que tiene dos plasmaciones perniciosas: por un lado, la ilimitación jurídica del poder político, que para imponer sus designios se convierte en una fábrica de leyes a veces incongruentes; por otro, la creencia de que las leyes y sólo ellas determinan lo que es justo, de tal modo que, al legislar, el Estado se convierte en creador de la justicia. Así, el Estado de derecho se cree una máquina infalible que, al ordenar la detención del errabundo Puigdemont o la prisión preventiva de di- E versos adalides separatistas, solventa demiúrgicamente el problema político y social subyacente. En el fondo de este error subyace la concepción absolutista del Derecho propia del positivismo, que ha hallado su expresión más acabada en los modernos regímenes democráticos, donde el poder puede emboscar su querer hegeliano en el querer de una mayoría. No debemos olvidar que ese mismo Estado de derecho que arresta al errabundo Puigdemont o enchirona preventivamente a diversos adalides separatistas juzga plenamente lícitas sus ideas. ¡Si esto no es una aporía, que baje Dios y lo vea! Y, puesto que para el positivismo vigente la licitud determina la justicia, podríamos afirmar sin hipérbole que el Estado de derecho considera perfectamente justas las ideas separatistas. Así, sin duda, lo creen también los dos millones de catalanes que profesan esas ideas y las expresan libremente, organizándose en partidos políticos que concurren en elecciones democráticas amparadas por el Estado de derecho Pero hete aquí que el mismo Estado de derecho que ampara esas ideas decide luego que quienes tratan de hacerlas realidad son delincuentes; lo cual es algo completamente desquiciado, un rasgo caprichoso que sólo es concebible allá donde existe una ilimitación jurídica del poder, convertido en una fábrica de leyes incongruentes. A nadie se le escapa que el Estado de derecho al declarar lícitas (y, por lo tanto justas) las ideas separatistas se convierte en su principal promotor y actúa como levadura de un grave problema político y social. Y resulta todavía más evidente que, al considerar luego delictiva la realización de tales ideas que previamente ha juzgado lícitas (y, por lo tanto, justas) el Estado de derecho exacerba el problema social que antes ha promovido. Afirma García Morente que el carácter hispánico se caracteriza por otorgar más valor a las obligaciones de amistad que a las obligaciones jurídicas. Y que la unidad de los pueblos hispánicos se logró porque se vincularon con lazos de amistad, como calidas realidades de amor y dolor y no como frías abstracciones de derecho político. Que es exactamente lo contrario de lo que pretende el Estado de derecho

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