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ABC CORDOBA 30-09-2015 página 3
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ABC MIÉRCOLES, 30 DE SEPTIEMBRE DE 2015 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O LU C A D E T E NA QUE COMBATAN ELLOS POR IÑAKI EZKERRA Entre el desprecio al individuo de los totalitarismos y el sobreprecio del individualismo de las democracias debe haber una tercera vía para esta Europa que llora por el niño Aylan, pero a la vez se reiría de Churchill y De Gaulle porque vería en ellos a un par de frikis belicistas y exaltados que no nos han dicho las películas sobre heroicos partisanos prestos a dejarse torturar hasta la muerte antes que delatar a sus compañeros: que las puras y limpias y bellas democracias occidentales no tuvieron el brillante papel que la leyenda les ha concedido o que ellas mismas se fabricaron y que, a la hora de la verdad, el totalitarismo nazi sólo pudo ser vencido por otro totalitarismo como el soviético. ero si esa fea lectura corresponde a unos hechos acaecidos hace setenta años, el presente no es más halagüeño. El reto que hoy nos plantea Siria es de demasiada envergadura para unas generaciones mimadas por la paz que salió de aquella conflagración, alimentadas en la prosperidad económica y traumatizadas por una crisis que para sí la quisieran y, de hecho, la quieren, los inmigrantes que intentan cruzar el Estrecho de Calais a nado. La Europa del bienestar quiere que la guerra se la den hecha. El viejo lema que inventen ellos de Unamuno se ha trocado en el nuevo que combatan ellos y ya no es exclusivo de los españoles, sino de toda la UE. El problema es quiénes son esos ellos que queremos que combatan por nosotros. La busca del totalitario de turno que esté dispuesto a pegarse cuerpo a cuerpo con ese nazismo de hoy que es el integrismo islámico nos lleva a la contradicción de no ver la gravedad de ese turbio frente de Putin y Al Asad que maniata a Obama y usa las actuales conversaciones para legitimarse ante los gobiernos occidentales. Y nos lleva a otra contradicción más grave: la de creernos el alarmante y ridículo papel de pacificador que, como aliado de ese frente, está adoptando en este conflicto un Irán que es a la vez páter y parte del monstruo; que ha sido el paraíso de las fatwas y que aún sueña en voz alta con la voladura del Estado de Israel; que ha mostrado claros planes de convertirse en una potencia nuclear y que tiene en esa zona inquietantes intereses estratégicos nada distintos a los que tenía Stalin cuando procedió al rapto de la Europa del Este. La historia se repite o se quiere repetir. La historia y la desmemoria de quienes primeramente vieron en el nazismo el mejor aliado contra el comunismo y después en el comunismo el mejor aliado contra el nazismo. Dicho de otra forma, las atrocidades del Daesh (Estado Islámico) no pueden hacer bueno a un Irán cuyo fundamentalismo religioso nos ha aterrorizado hasta hace dos días de similar forma y donde está el origen del mal que deseamos combatir. Entre el belicismo, y el descrédito de todo argumento que justifique la guerra, incluido el de la defensa propia y de nuestras libertades, hay un término medio. Entre el desprecio al individuo de los totalitarismos y el sobreprecio del individualismo de las democracias debe haber una tercera vía para esta Europa que llora por el niño Aylan, pero a la vez se reiría de Churchill y De Gaulle porque vería en ellos a un par de frikis belicistas y exaltados. IÑAKI EZKERRA ES ESCRITOR L AS imágenes de las víctimas infantiles de la guerra pesan siempre en la sensibilidad y la opinión públicas, porque todo lo que tienen de dramáticas lo tienen también de irrebatibles. Las imágenes son un argumento que no se puede discutir. Las que se publicaron en 2003 y 2004 fueron, sin duda, el mejor alegato contra la intervención en Irak del mismo modo que la foto del pequeño Aylan Kurdi, tendido sin vida en una playa turca, es hoy el mejor alegato a favor de la intervención en Siria. Sin embargo, nuestra sensibilidad y nuestra opinión públicas no han respondido a esta segunda y opuesta demanda con unas movilizaciones que se parezcan lejanamente a las de hace once y doce años. Se dice que crece en España la postura a favor de esa intervención, pero tal percepción es engañosa. En cuanto aterrizara el primer féretro de un militar español en nuestro suelo, la calle, hoy extrañamente tranquila, se llenaría prodigiosamente de pancartas contra el Gobierno. El sentido de la guerra se halla tan desvirtuado en España que llamamos víctimas a los caídos en las misiones de nuestro Ejército. Usamos para el Campo de Marte hasta un lenguaje inadecuado el de la paz e ignoramos algo tan obvio como que en las guerras no hay víctimas, sino bajas cuando se habla de soldados. Ni nos movilizan las sangrías del régimen criminal de Al Asad ni el hecho obvio de que el Daesh (Estado Islámico) supone una amenaza auténtica. Y la respuesta europea también se limita al registro lacrimógeno o a la clemencia exhibicionista del fariseísmo más tradicional. Salvo por los amagos aéreos de Francia, parece que la guerra no fuera con una UE que habla de la intervención en Siria con la boca pequeña desde la condescendencia humanitaria y paternalista, no desde el humilde sentido de supervivencia que requiere esa cuestión y que parece empeñada en hacer el papel de la Cruz Roja en un momento, por cierto, en el que los refugiados escupen sobre los alimentos que les brinda esa benéfica organización porque llevan el signo cristiano. Lo que pasa es que esta vez el argumento pacifista no nos sirve de coartada. El pacifismo resulta moralmente verosímil cuando uno de los dos bandos en pugna es una potencia del mundo desarrollado, que siempre es considerada culpable. En ese caso la solución parece clara. La inhibición bélica por parte de dicha potencia traerá el inmediato alivio a los parias de la Tierra aunque sean éstos los que desencadenaron el conflicto. Pero cuando a los parias los bombardean, fusilan, gasean, decapitan y crucifican los militaristas de su propia tierra; cuando es el armamentismo autóctono y no otro el que genera miles de muertos, expoliados y exiliados, la inhibición de los países del P NIETO Primer Mundo no puede presentarse como una solución, sino como una opción tan ominosa como la belicista. Cuando al monstruo no lo podemos parar con manifas de flores ni conciertos de velas porque no es una de nuestras potencias aliadas susceptibles a la presión de la poesía lírica, sino un declarado y sanguinario enemigo de la Humanidad; cuando estamos, en fin, ante Hitler esto es ante una mística exhibicionista del derramamiento de sangre y una maquinaria de muerte que ya no sólo nos salpica de modo esporádico, sino que empapa el propio mapa de Occidente el compromiso ético no lo tenemos en la paz sino en la guerra y nuestra pasividad caritativa resulta difícilmente sostenible. Sí. La alusión a Hitler, lanzada por Putin en la cita de la ONU, es más pertinente de lo que éste cree porque la tragedia de Oriente Próximo obliga a Europa a reencontrarse con una verdad incómoda: su rechazo a la movilización armada, que no es de hoy sino de ayer y en la que no hay sólo pacifismo sino otra cosa menos edificante que ha tratado de borrar toda esa filmografía de la Resistencia que embelleció la triste realidad histórica. A lo que realmente hubo resistencia en Europa no fue al nazismo sino a la guerra contra éste. Y dicha resistencia no se limitó al Pacto de Múnich. Aquella Europa ni quiso ni supo librarse por sí misma del Tercer Reich. No la libró siquiera la América de Roosevelt con los 220.000 hombres que envió a morir lejos de sus hogares. Como se sabe, la libró la Rusia estalinista con sus nueve millones de caídos en el frente. ¿Quién si no Stalin se podía permitir un millón de muertos civiles y otro millón de bajas militares en la trituradora de carne humana de Stalingrado o perder 155.000 jóvenes en la misión de tomar Berlín casa por casa y luchar con los nazis cuerpo a cuerpo? Aquella guerra nos dice algo desasosegante

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