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ABC CORDOBA 10-09-2015 página 14
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ABC CORDOBA 10-09-2015 página 14

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14 OPINIÓN VIDAS EJEMPLARES PUEBLA JUEVES, 10 DE SEPTIEMBRE DE 2015 abc. es opinion ABC LUIS VENTOSO PESAR EL ALMA El catalanista Sánchez pide que la Constitución reconozca la singularidad de Cataluña EDRO Sánchez, un madrileño que se acaba de declarar catalanista y que considera que la culpa de que Artur Mas quiera destruir España la tiene Rajoy, demanda que la Constitución española reconozca la singularidad de Cataluña Cuando se habla de un concepto tan evanescente como el de singularidad a uno, sin saber por qué, le viene a la mente el doctor Duncan MacDougall, galeno de Massachusetts que en 1901 se propuso pesar el alma humana. MacDougall pasó por la báscula a varios enfermos terminales y luego repitió el peritaje con sus cadáveres. Tras su macabro experimento observó que en general el muerto perdía 20 gramos. ¡Eureka! proclamó: ¡el peso del alma! Mucho me temo que el dislate del profesor MacDougall alberga un cierto paralelismo con las mediciones de singularidad del admirable señor Sánchez. Cataluña presenta sin duda connotaciones singulares, que le otorgan un perfil distinguido. Es una comunidad mediterránea, con una lengua vernácula y que contó con instituciones medievales propias. Conserva una valiosa cultura y posee un formidable patrimonio artístico, paisajístico y gastronómico. Pero vamos un momento a la pequeña Asturias. Vaya: ¡con la singularidad hemos topado! Resulta que estos tíos no tienen una región, sino un Principado, y cuando los árabes se enseñorearon de toda la Península eran el único reino cristiano que resistió. Cuentan con iglesias prerrománicas del siglo VIII; con un paisaje único, de cordillera sobre océano; el bable, los hórreos... hasta escancian la sidra a su bola y armaron una revolución en 1934. Sánchez, tenemos un problema: ¿qué hacemos con los asturianos? Pero pasemos a Galicia. Lío total. Llegó a ser también un reino independiente algo que jamás fue Cataluña cuenta con una lengua vernácula que se habla más que el catalán, un paisaje casi irlandés, unos vecinos la coña de raros, que ni suben ni bajan, y apenas ha recibido inmigración. Por tener, hasta tienen su propia pizza, la empanada, y la mayor multinacional textil del mundo. Anote Sánchez: singularidad constitucional extrema. En cuanto a Navarra y el País Vasco... Uff, estos son ya el colmo. Conservan los fueros medievales, un idioma tan singular que no se sabe ni de dónde viene, unos apellidos tan raros como Goitiaburularrazabal y Barañanobasterretxea y han inventado el marmitako, las gulas prefabricadas y el frontón. Sánchez, enmienda constitucional clara. ¿Y Andalucía? Ay, Andalucía, con su flamenco, su humor, su Semana Santa, su guitarra y su fino, su puerto de Sevilla, que fue la puerta de América, su cultura única, insoslayable, que la convierte en el territorio con más personalidad de España. ¿Y Valencia? ¿No tienen también idioma propio, un pasado con instituciones locales como la Lonja de la Sed, paella, fallas, naranjos y hasta dos papas valencianos? ¿Y Canarias? Allá, frente a África, a tres horas de avión. ¿No debería Sánchez de echarles un ojo constitucional a aquellas islas tan gratas y singulares? Pero para singular de verdad, Sánchez. El único dirigente socialista europeo que pone en solfa la unidad de su nación por un oportunismo partidista y propone que haya ciudadanos de primera y de segunda. P CAMBIO DE GUARDIA GABRIEL ALBIAC SIEMPRE GONZÁLEZ González no es un hombre de dudas. Para dudar, enseñaba Platón que hace falta ser sabio. No es el caso G ONZÁLEZ es la maldición del PSOE. Y su fortuna. No es lo esencial leer eso que declaró a un periódico barcelonés y que desmintió luego. Los contenidos nunca tuvieron relevancia en el talante ético- estético del hombre que se soñó presidente perpetuo. Y al cual robo y crimen políticos acabaron descabalgando y sumiendo en un rencor tan mastodóntico como su vacua vanidad de antes. Los contenidos exigen rigor. Intelectual, primero: en eso no había duda, la endeblez académica del presidente era impecable. Tanto como el blindaje de impunidad, al abrigo del cual todo le estuvo permitido. También, acompañar hasta el umbral de la cárcel a su ministro del Interior y, tras una palmada en el lomo, darse media vuelta. La carrera de González se asentó sobre una viscosa retórica, hecha de mentirosa filantropía y de veracísimo engaño. González era el hombre que podía decir, al mismo tiempo, sí y no a la OTAN. González era el hombre que podía maldecir el terrorismo y presidir los sucesivos gobiernos del GAL. Y juzgar inadmisible que mortal alguno osara recordárselo. Lo de Barcelona, ahora, es lo mismo de siempre. Olvidemos el contenido. No hay contenido en las palabras de González. Nunca lo hubo. Lo suyo era el énfasis: soltar la nadería más plana con reduplicación de acentos y voz de folletín de los cincuen- ta. Y repetir esa misma nadería un par de veces, en clownesca caricatura del aforismo conforme al cual una mentira, repetida con firmeza, acaba por ser tragada por todo el mundo como verdad evidente. Escuchemos la voz. Eso es él: voz campanuda de radionovela. Escuchémosle pasmarse, ofendido, ante la posibilidad de que alguien pueda siquiera preguntarse acerca de su convencida defensa de la identidad nacional de Cataluña: https: www. youtube. com watch? v IUXHQvKZgng. Absolutamente dice. Y repite, sin que nadie se lo pida, por supuesto, absolutamente Los signos de interjección pueden palparse. Y la voz suena indignada: tan mentirosamente indignada como siempre. Es que no tengo la menor duda claro. González no es un hombre de dudas. Para dudar, enseñaba Platón que hace falta ser sabio. No es el caso. Pero olvidemos el contenido. Pongamos el repeat. Escuchemos, una y otra vez, esa voz cuya quincalla hiere a bocinazos: absolutamente, absolutamente, absolutamente... Lamentaba Blaise Pascal no disponer de un sujeto que mintiera siempre, porque, de existir, nos proporcionaría un universal criterio de verdad, por vía inversa. Pero Pascal no conoció a este. El arte de falsificar fue el soporte con el cual Felipe González asentó al PSOE en un poder de cuya universalidad y duración no ha disfrutado por fortuna nadie en la España reciente. Fue una bendición. No sólo para él, ni sólo para sus deudos. Lo fue para la red clientelar que, en torno a un partido socialista por completo ausente en la lucha contra la dictadura, capitalizó en beneficio propio los grandes ideales a los cuales hubiera podido abrirse España tras el franquismo. González corrompió el Estado con una celeridad vertiginosa. Y esa corrupción sigue hoy intacta en el corazón electoral de su alto vuelo: Andalucía. Claro está que, después de él, los ha habido más necios. Ninguno ha estado en condiciones de hacer mayor daño que el hombre de Filesa y del voto subsidiado; que el hombre en cuya voz de pésimo declamador de malas aleluyas sí significaba no, no equivalía a sí y verdad a mentira. El hombre para el cual Cataluña es nación y lo contrario. No hay sorpresa: es González.

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