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ABC CORDOBA 30-05-2015 página 17
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ABC CORDOBA 30-05-2015 página 17

  • EdiciónABC, CORDOBA
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ABC SÁBADO, 30 DE MAYO DE 2015 abc. es opinion OPINIÓN 15 UNA RAYA EN EL AGUA EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA PADRE Y MAESTRO MÁGICO Cuando la enfermedad le lanzó su zarpazo, siguió convocándonos a aquellas comidas, donde nunca dejó de alumbrar la llama sagrada de la amistad S E me ha muerto Santiago Castelo, padre y maestro mágico, para vivir la vida beata y celeste en la que creía a machamartillo. Cierro los ojos y vuelvo a verlo, gordo y jocundo, con sotabarba de goliardo, labios paganos, ojos donde la nostalgia hacía chiribitas, manos episcopales en las que nunca faltaba una sortija y aquel vozarrón cálido y declamatorio del que brotaban palabras medidas por el metrónomo del corazón. ¡Y qué corazón tan grande tenía Santiago Castelo! Recuerdo, como si hubiese sucedido ayer mismo, mi primer encuentro con él: yo era por entonces un pipiolo de veinticuatro primaveras, embriagado de literatura, que llamó cohibido a la puerta de su despacho; y Castelo salió a recibirme, hospitalario y en mangas de camisa, con ademanes de gran señor y gran bohemio, para darme enseguida un abrazo que casi me despachurró, abrazo de hombre orondo y cordial al que el corazón, por no caberle en el pecho, se le había hospedado en la barriga, donde había hecho su nido. Santiago Castelo era tierno y hospitalario, catolicón y estrepitoso, monárquico hasta las cachas y un poeta cojonudo y desvelado. Desde aquel mismo día, me prohijó; y, desde aquel mismo día, yo lo consideré mi padre putativo. Santiago Castelo era uno de esos raros ejemplares de hombre en los que poesía y humanidad forman una alquimia indestructible, una argamasa de sangre y metáforas que iluminaba cada una de sus palabras y de sus actos. Tenía un corpachón de muchas arrobas; pero su alma era esbelta como un búcaro, ligera como un pájaro, reidora y límpida como un riachuelo. Amaba ABC como se ama a una madre o a una novia virgen, con un amor arrebatado y a la vez purísimo. Y escribió poemas de una belleza tumultuosa, doliente, deseante, en los que cantó la fiebre gozosa del amor, los paisajes benditos de la infancia, el alborozo insomne de la amistad. En los últimos años de su vida tuvo que bregar con la enfermedad y la pérdida de muchos seres queridos; y, armado o herido de dolor, escribió versos sublimes, versos de una aterida e incandescente humanidad que nos dejan temblando de belleza, nostalgia y júbilo. Durante estos últimos años, tuve la suerte de acudir, en compañía de mi amada Cárcaba, a las comidas sabatinas que Santiago Castelo organizaba en su casa, junto a Urbano, Teodoro, Carlos, José Luis, Maruja y otros amigos, donde hablábamos a calzón quitado de todo lo divino y lo humano, empezando por la poesía que nos sorbía el seso y terminando por la fe que nos redimía cada día, en medio de nuestros incontables pecados. Comíamos opíparamente, nos regocijábamos como chiquilines y nos cogíamos unas cogorzas de cazalla que nos dejaban resacosos para media semana. Mi amada Cárcaba, mientras volvíamos haciendo eses a casa, me decía que aquellas comidas se contaban entre los momentos más felices de su vida; y no me extraña que lo dijese, porque Castelo siempre le lanzaba los piropos más galantes, atronadores y arrebatados. Cuando la enfermedad le lanzó su zarpazo, siguió convocándonos a aquellas comidas, donde nunca dejó de alumbrar la llama sagrada de la amistad. Alguna vez, entre las risas aventadas como mieses y los versos disparados como flechas, a los ojos de Castelo acudía el temblor furtivo de una lágrima; pero un segundo después ya estaba otra vez participando de la algarabía. Ahora ese mismo temblor furtivo me impide ver lo que escribo; pero pienso que Castelo ya disfruta de la gloria, y entonces vuelve a mí, como un corazón hecho vuelo, como un cónclave de ángeles, aquella algarabía de los sábados. Descansa en paz, amado amigo, amado padre y maestro mágico. IGNACIO CAMACHO LETANÍA DEL CORAZÓN Su generosidad deshabitada de reproches, acogedora como el viejo camino nerudiano, de una largueza de samaritano de almas Quiero morirme así, todo desnudo, todo lleno de luz hasta los huesos (Santiago Castelo) U voz: melódica, retumbante, enfática, de una elocuencia tonal de orador antiguo. Su sonrisa tierna, comprensiva, fraternal, indulgente. Su coquetería de dandy con chaleco; la elegancia como protesta contra el desorden del mundo. Su memoria eficiente, infalible, enciclopédica. Su corazón abierto como la puerta de una catedral de emociones. Su generosidad deshabitada de reproches, acogedora como el viejo camino nerudiano, de una largueza entregada de samaritano de almas. Su lealtad, insobornable, diamantina, íntegra, construida sobre un rocoso núcleo de afecto por personas, causas y sentimientos: a la Casa, a don Guillermo, a las niñas a la Corona, a los compañeros. Su despacho, el confesonario civil de una redacción que rompía entre los papeles de su mesa las olas de la crispación, del estrés, del conflicto, de la rutina. Su humanidad física y moral, desbordada entre las costuras de una cortesía de otro tiempo, de una piedad sin vueltas, de un cariño radiante, de una galanura fina. Su bondad machadiana, su garbo quinteriano, su caballerosidad azoriniana, su respeto manriqueño. Su poesía: serena, íntima, dolorida, honda como un temblor secreto. Poesía del amor, del recuerdo, de Dios, de la melancolía, de la amistad, del consuelo. Poesía del paisaje y de la tierra, poesía de la experiencia y de la soledad. Poesía desnuda de certezas salvo la del lenguaje, el único compañero cierto y fiel en la tarea prometeica de ordenar el pensamiento. Poesía de torrentes escondidos y lacerantes, de huellas invisibles de sombras que pasan. Poesía a ratos alegre, de copla y pasiones, y a veces desesperanzada en el desmayo de la perplejidad y el vértigo. Su compañía: espléndida, confortable, luminosa, dulce, apaciguadora. Hombro en el que llorar, testigo al que requerir, espejo con el que dialogar, ancla a la que sujetarse. De una disponibilidad constante, noble, inquebrantable, atenta. Su conversación: fluida, versátil, brillante, culta, amena, profunda, categórica, confidente, divertida, alentadora. Su experiencia: sosegada, referencial, sabia, matizada, competente, templada, estratégica. Su consejo: prudente, reflexivo, maduro, intuitivo, oportuno, sagaz. Su muerte: asomada durante meses a una ventana grande y limpia abierta como una metáfora de la eternidad al horizonte del Guadarrama. Silenciosa y lenta como la consunción de una lámpara. La Virgen del Valle en la mesilla, los libros a medio leer, el coqueto aliño cotidiano de un enfermo resignado a perderlo todo menos la dignidad y la prestancia. Los cruces de miradas, tú sabes que yo sé y yo sé que lo sabes. El mudo apretón cómplice de la mano amiga y los ojos que dicen lo que las palabras callan. La confusión, la desolación, la derrota. Mierda. S JM NIETO Fe de ratas

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