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ABC CORDOBA 23-05-2015 página 17
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ABC CORDOBA 23-05-2015 página 17

  • EdiciónABC, CORDOBA
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ABC SÁBADO, 23 DE MAYO DE 2015 abc. es opinion OPINIÓN 15 UNA RAYA EN EL AGUA EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA NO DIGAS QUE ME CONOCES A Sergi Doria los lectores de ABC lo conocen sobradamente, porque su firma es muy habitual en estas páginas la vejez, novelas se decía antaño (en parodia del refrán a la vejez, viruelas para burla de esos escritores que, llegados a los arrabales de la senectud, se estrenaban como novelistas; y también para escarnio de lectores que, en las postrimerías de la vida, recuperaban el juvenil placer de leer novelas. Sergi Doria (Barcelona, 1960) cuya juventud imaginamos muy novelera, no ha esperado a hacerse viejo para estrenar sus primeras armas de novelista; pero, desde luego, se ha tomado su tiempo, no sabemos si por pudor, por prevención o, simplemente, porque los númenes de la fabulación han tardado en visitarlo. La espera ha merecido la pena y hoy nos sorprende con No digas que me conoces (Plaza Janés) una obra que podríamos clasificar sin rebozo (y con mucho alborozo) de folletín, con su aderezo de novela de misterio y sus ribetes de sátira social y política. A Sergi Doria los lectores de ABC lo conocen sobradamente, porque su firma es muy habitual en estas páginas. Se trata, sin duda, de uno de los mejores periodistas culturales del momento; y de un conspicuo conocedor de los entresijos de la cultura barcelonesa del último siglo, como probaba en su reciente biografía de Ignacio Agustí, el gran novelista de la posguerra, a la postre víctima de los chaqueterismos A de la época. Doria es escritor de pluma ágil y perspicaz, muy iluminadora y matizada, que en El árbol y la ceniza así se titulaba aquella biografía de Agustí lograba penetrar en el alma laberíntica y elusiva de su personaje, a la vez que retratar con muy vívidos colores aquella Barcelona desvaída como un daguerrotipo acaso inexistente ya de las décadas inmediatamente posteriores a la guerra del 36. Ambas virtudes el submarinismo de almas, la recreación de una Barcelona acaso legendaria toman vuelo en No digas que me conoces, donde Doria nos propone una intriga en la mejor tradición folletinesca, llena de escamoteos, perplejidades, disfraces, peripecias rocambolescas y visitas a los rincones más sombríos y fantasmales cárceles y manicomios pero también fastuosos y rutilantes mansiones de potentados y estrepitosos cabarés de una Barcelona que parece evadida de una fantasía gótica. El protagonista de No digas que me conoces, Ángel de Lajusticia, es un escritor anarquista que contempla con desapego la deriva violenta de sus correligionarios. Durante una estancia en la cárcel Modelo, coincidirá con un elegante y cínico timador, un Houdini de la estafa llamado Llurià que se embosca tras un enjambre de nombres ficticios (uno por cada timo) especializado en desvalijar bancos y en burlar mujeres, así como en usurpar las más variopintas identidades, comenzando por la del mismísimo Alfonso XIII. La fascinación que este enigmático y escurridizo personaje ejerce sobre el narrador lo impulsará a convertirse en su biógrafo, que es tanto como decir en el detective de sus andanzas; y este impulso lo obligará a zambullirse en los secretos mejor custodiados de una ciudad hormigueante de purulencias e inmundicias morales, pero también de íntimas grandezas. En este paseo por los pasadizos secretos de una Barcelona soñada, Doria nos brindará retratos inolvidables de algunos personajes cenitales de la época, como el delirante político lerrouxista Pich y Pon, o el genial y piadoso arquitecto Gaudí. Un entretenimiento desinhibido y trepidante que rinde homenaje no sé si querido o involuntario a las novelas de Fantomas y los viejos seriales de Louis Feuillade, sobre el telón de fondo de la Barcelona agitada por las huelgas y el pistolerismo, coruscante de riquezas y agusanada de pecados sin remisión. IGNACIO CAMACHO MISERABILISMO El dinero, el éxito profesional y el bienestar económico son un pecado social en la España mediocre del igualitarismo N la España mediocre del igualitarismo está mal visto ganar dinero. El que lo hace es sospechoso de delito o, como mínimo, de envilecimiento moral. Sin embargo el Estado, con su enorme estructura asistencial, necesita gastar la sustanciosa parte que se lleva del dinero que ganan los ciudadanos, por lo que en buena lógica la izquierda debería ser la más interesada en que existiesen muchas rentas altas. No es así; el beneficio empresarial y el salario cuantioso han sido socialmente criminalizados con un estigma mezquino. Entre la envidia y el pragmatismo vence nuestro gran pecado capital colectivo. El que haya filtrado la declaración fiscal de Esperanza Aguirre ha cometido un delito de revelación de datos confidenciales privados, pero sobre todo ha retratado su propia mentalidad miserable. Porque dado que dicha declaración es regular y legal, su torticera publicación sólo puede deberse a que el filtrador considera que su pingüe sueldo constituye por sí mismo un motivo de escándalo. Para el miserabilismo español, el éxito profesional y el bienestar económico son una especie de pecado social, una injusticia estructural, un vicio nefando cuya naturaleza pecaminosa no se corrige siquiera a través de los impuestos, sino que requiere la expiación del escarnio. El sórdido pensamiento igualitario, vinculado de forma simbiótica a un concepto parásito del derroche público, no concibe la mera posibilidad de que una empresa remunere servicios de manera proporcional al prestigio de quien los presta. El mercado del talento y la reputación, la misma idea de la productividad, representan para el demagógico izquierdismo de luces cortas excrecencias perversas del capitalismo malvado. De los 369.000 euros ingresados por Aguirre en el último ejercicio, el Fisco se queda aproximadamente con la mitad. Con 185.000 euros se pueden pagar las nóminas de media docena de profesores o de médicos, incluso las de unos cuantos enchufados. El Estado redistribuidor requiere para garantizar el progreso y el equilibrio social muchos contribuyentes de esta escala, por desgracia escasos. Aunque sea para subirles la carga tributaria, como pretenden ciertos confiscatorios programas electorales. Penalizarlos o desincentivarlos por mero resentimiento es, pues, una falta de inteligencia práctica, un mal cálculo. Pero también constituye un error político. Porque la clientela natural de Aguirre es liberal y no suele escandalizarse de la prosperidad ajena; se trata de gente que cree en el mérito y la excelencia, en la acumulación de riqueza mediante el esfuerzo personal y el trabajo. Y lo que ve detrás de la denuncia ¿denuncia de qué? no son los ingresos más o menos merecidos de la candidata, sino la amenaza latente a un sistema de trabajo. El que permite a los profesionales progresar no según el dicterio de gobernantes sectarios, sino según su propio valor en el mercado. E JM NIETO Fe de ratas

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