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ABC CORDOBA 19-04-2015 página 68
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ABC CORDOBA 19-04-2015 página 68

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68 CULTURA DOMINGO, 19 DE ABRIL DE 2015 abc. es cultura ABC El Gran Capitán: el héroe que Se cumplen 500 años de la muerte de Gonzalo Fernández de Córdoba, el mayor soldado español de la historia según el escritor se verá más tarde en la única batalla que perdió en su vida, que fue luchada en contra de su opinión. E incluso entonces colocó a las tropas de manera escalonada, de tal forma que pudiera retirarlas cuando estuviese claro que la victoria estaba perdida. Sus hombres agradecieron eso siempre, y son ellos quienes, tras la batalla de Atella, le ponen ese sobrenombre de Gran Capitán con el que le recordará la historia afirma el novelista. Sus capitanes llegaban a retar a las camarillas cortesanas que le difamaban ante el rey, esos de hablar rápido y esfuerzo lento Gonzalo Fernandez de Córdoba era, e historiador José Calvo Poyato, que publica nueva novela para celebrar la vida de un héroe injustamente olvidado sobre todo, un hombre de una agudísima inteligencia. Él solo es quien, ejerciendo a medias de espía y a medias de comandante, derrota al rey nazarí Boabdil y le arroja a los pies de Fernando. Esa capacidad sobrenatural de anticipación a la teoría militar de su época le acabará llevando al otro lado del Mediterráneo para conquistar Nápoles con una tropa inferior, gracias a una combinación de astucia y de revolucionaria inventiva. En la batalla del Paso del Río Carellano, Gonzalo compró todos los lienzos blancos que pudo y mandó a las tropas cubrirse con ellos mientras se acercaban al enemigo, porque estaba nevando. Los es- JUAN GÓMEZ- JURADO Las famosas cuentas de la leyenda Las cuentas del Gran Capitán, extremadamente meticulosas, se conservan en el archivo general de Simancas. Pero cuenta la leyenda que el rey Fernando el Católico le mandó a los Contadores Reales, auditores de la época, para ver en qué se gastaba los dineros. Y esta fue su respuesta, rebosante de ironía: Por picos, palas y azadones, cien millones de ducados; por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles, ciento cincuenta mil ducados; por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones de ducados; por reponer las campanas averiadas a causa del continuo repicar a victoria, ciento setenta mil ducados; y, finalmente, por la paciencia de tener que descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino, cien millones de ducados Así ha pasado a la historia como mal contable en lugar de como buen soldado. H ay vidas tan grandes, tan enormes, que son capaces de sobreponerse a la época que les toca o el destino que supuestamente les corresponde. La historia de Gonzalo Fernández de Córdoba y Enríquez de Aguilar estaba condenada a la mediocridad desde la cuna. Nacido en Montilla (Córdoba) dentro de la noble Casa de Aguilar, el 1 de septiembre de 1453. Segundón y por tanto, heredero de nada más que de la obligación de tomar los hábitos o la espada, sin más esperanza de triunfar en la vida que la oportunidad que le prestase el primogénito de morirse de fiebres. Así era, al menos, para otros, pero no para Gonzalo. Debía haber sido un militar de segunda fila, por su origen de segundón. Y, sin embargo, se convirtió en lo que llegó a ser por sus propios méritos, por constancia, inteligencia y por la fuerza de su brazo afirma José Calvo Poyato, escritor, historiador y autor de la novela El Gran Capitán (Plaza y Janés) que salió el viernes a la venta. Una obra necesaria, con la rigurosidad habitual en Calvo Poyato, pero bella, entretenida y magníficamente escrita. Gonzalo comenzó su vida militar al servicio de la reina Isabel la Católica como soldado raso, de los de mandoble en la mano y matar portugueses y sarracenos. No tardó en demostrar valentía y dotes de mando, subiendo el primero a la batalla a cuerpo gentil en Íllora, el pueblo que conquistó y del que acabaría siendo nombrado alcalde. Su ingenio militar se manifestaba ya entonces, siendo capaz de construir una máquina de asedio empleando solo las puertas de las casas del pueblo. Su principal prioridad era evitar que sus tropas sufriesen daño, y esto

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