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ABC CORDOBA 06-04-2015 página 13
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ABC LUNES, 6 DE ABRIL DE 2015 abc. es opinion OPINIÓN 13 EL CONTRAPUNTO UNA RAYA EN EL AGUA ISABEL SAN SEBASTIÁN SILENCIO CÓMPLICE ANTE EL GENOCIDIO ¿A qué esperan los clérigos musulmanes para condenar las matanzas de cristianos en cada oración de cada mezquita? L OS están exterminando. Las huestes feroces del Califato, ya sea en su versión Estado Islámico, ya en las africanas Al Shabab o Boko Haram, están masacrando a los cristianos exclusivamente en función de su religión, sin distinción de edad, sexo, estado civil, condición social o actividad profesional, lo que significa que están llevando a cabo un genocidio, en el sentido literal de la palabra. Y a nadie parece importarle demasiado. Pero menos que a nadie, a los musulmanes cuyo dios es invocado como suprema razón para hacer correr esa sangre. El penúltimo acto de esta brutalidad, que amenaza con borrar cualquier presencia cristiana del universo que reza mirando a La Meca, se ha perpetrado en una universidad keniata, donde 148 estudiantes han sido pasados por las armas sin piedad, mientras sus hermanos occidentales celebraban la Semana Santa. Habrá otras degollinas y el mundo seguirá callando o musitando vagas palabras de repulsa inútil, como ocurrió cuando hace unas semanas veintiún egipcios coptos fueron secuestrados en Libia por matarifes del Estado Islámico con el fin de ser sacrificados ante las cámaras, en un acto alevoso que da cuenta de su insondable perversión. O cuando las mismas hordas brutales, vestidas con ropajes distintos, atacaron e incendiaron dos iglesias en Pakistán, con un saldo de catorce muertos y decenas de heridos. O ante la tortura y decapitación sistemática de niños, mujeres y ancianos inermes en Irak y Siria, donde la furia de estos guerreros de la media luna encuentra un terreno abonado para su siembra de terror. Son tantos los ejemplos, tan elevada la cifra de víctimas, que resulta imposible hacer un recuento exhaustivo. Van cayendo hombre a hombre, familia a familia, comunidad a comunidad, sin otro estigma que su credo, bajo el empuje bestial de unos fanáticos decididos a limpiar su territorio de politeístas como llamaban a los seguidores de Cristo los yihadistas que en el siglo octavo tardaron apenas dos años en llegar desde Gibraltar hasta Covadonga con tácticas idénticas a las de hoy. ¿Dónde están los fieles seguidores de Alá que dicen rechazar esta barbarie? ¿Por qué no levantan la voz y se manifiestan en las calles? ¿A qué esperan sus líderes religiosos para condenar sin paliativos estas prácticas brutales en cada oración de cada mezquita cada viernes de cada mes? Hasta la fecha hemos visto algunos actos de repulsa en Francia, a raíz del atentado cometido por dos miembros de Al Qaeda contra el semanario Charlie Hebdo y en Túnez, tras el ataque frustrado al parlamento y la posterior matanza llevada a cabo en el museo del Bardo. Muy poco más, en Jordania, como respuesta a la inhumana ejecución de su piloto quemado vivo. En realidad, un silencio atronador que desprende el hedor de la cobardía o el de la complicidad con este crimen atroz de lesa humanidad. No disculpo la pasividad occidental. Me avergüenza, como española y europea, como miembro de una sociedad que se dice civilizada, contemplar impotente la renuencia de los míos a pasar a la acción en socorro de esas gentes indefensas, bajo el estandarte de los valores que nos han permitido progresar en libertad e igualdad. Estoy convencida de que nuestra seguridad presente y futura, por no mencionar nuestra decencia colectiva, exigirían una intervención armada mucho más contundente de lo que hemos visto hasta ahora. Dicho lo cual, son los musulmanes quienes tienen en su poder la llave para frenar a estos bárbaros. Ellos y sólo ellos pueden demostrar, por la vía de los hechos, que no hay un dios que se complazca en semejantes atrocidades ni una religión digna de respeto que las consienta en su nombre. IGNACIO CAMACHO POLÍTICA Y SEDUCCIÓN El problema del Gobierno no es que comunique mal, sino que jamás ha pensado la política en términos de opinión pública O se trata de la comunicación; es la política. El problema del Gobierno no consiste en que explique mal lo que hace, sino en que nunca se ha preocupado de pensar la política en términos de opinión pública. Eso no se arregla lanzando a los ministros a dar entrevistas y ruedas de prensa, ni activando perfiles en redes sociales ni desparramando por las teles a jóvenes dirigentes monitorizados para repetir consignas. El PP ha perdido su espacio en el debate porque no le dio importancia a los formatos comunicativos donde se estaban forjando nuevos líderes y un discurso crítico, pero sobre todo porque le ha faltado comprensión del concepto moderno de la actividad pública. Lo que ahora se llama un relato, que no es tanto el modo de contar y defender unas medidas como de planificarlas según un modelo narrativo, un marco de fácil comprensión capaz de imponerse por sí mismo. Si hay que explicar la acción de gobierno es mala; tiene que hablar ella sola, abrirse paso como parte de un proceso fluido de empatía. Nada de eso ha existido en estos tres años en los que ni el Gabinete ha mostrado interés por ser entendido ni el partido que lo sostiene ha ejercido su elemental función de transmitir sus mensajes ante una sociedad que no es que lo escuchara, sino que no lo oía. El marianismo es un estilo alérgico a la seducción de la política, a su aspecto semiótico de sistema de signos. Rajoy considera que su única misión consiste en cumplir objetivos. Obligado a tomar decisiones antipáticas no ha hecho el mínimo esfuerzo por endulzarlas, ni siquiera por generar el clima de solidaridad que requerían las circunstancias. Ha maltratado a sus electores acumulándoles perjuicios sin darles atisbo de respiro y sin molestarse en pedirles un margen de confianza. Ese modo de actuar podía haber pasado por arrogante pero ha acabado creando un juicio peor: el de una displicente falta de sintonía ciudadana. El de un poder desenganchado, ensimismado, falto de sensibilidad, que además cedía a sus adversarios toda la cancha de discusión pública. Ha permitido con su ausencia un ruido crítico que ensordece ya cualquier balance objetivo. Y sobre todo se ha mostrado tan convencido de su razón que no ha interpretado los signos visibles de ruptura que se fraguaban en el cuerpo social. Los ha minimizado con una indiferencia inquietante, apática. Hasta que los ha visto aflorar en las urnas. Ahora el Gobierno percibe que su ¿estrategia? no funciona. Que la recuperación económica ni siquiera traspasa la epidermis de la opinión pública. Y pretende remediar el presentido descalabro con una omnipresencia mediática, un apostolado de último minuto, un arreón de mal estudiante a fin de curso. La estructura del partido cruje bajo la presión de una tarea para la que no estaba entrenada: seducir a toda prisa a un público para el que no ha encontrado tiempo de mostrar un poco de cariño. N JM NIETO Fe de ratas

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