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ABC CORDOBA 11-12-2012 página 12
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12 OPINIÓN AD LIBITUM PUEBLA MARTES, 11 DE DICIEMBRE DE 2012 abc. es opinion ABC MANUEL MARTÍN FERRAND HUÉRFANOS La degeneración partitocrática y la fuga de los mejores, ese es el drama que, en más o en menos, compartimos los socios de la Unión Europea P OSIBLEMENTE Giuseppe Saragat, presidente de la República italiana entre 1964 y 1971, fue el último de los grandes políticos de su país en dimitir por razones políticas e ideológicas. Éticas. Era un clásico del socialismo italiano, del PSI, que no quiso compatibilizar sus creencias sociales con el fervor comunista, excesivo y teatral, con que el PCI trataba de redimirse de sus errores pasados al tiempo que pretendía la vampirización de un modelo socialista que, de mal en peor, llegó a cerrarse con la ascensión de Bettino Craxi. Desde entonces Italia ha ido serpenteando por la Historia y, como les ocurre a las señoronas arruinadas, siempre dispone de alguna joya de la abuela que quedó sin cubrir en la subasta del cataclismo final. Entre la joya, el estilo, la cultura y su portentosa disposición escénica, Italia siempre parece recién salida de un balneario tudesco y vestida para la ocasión. Lo mismo si se trata de un estreno en Milán, de una escapada a Garda o una calamidad en el palacio del Quirinal. Tan fuerte es Italia y tal su capacidad para reinventarse que, entre los grandes países del Continente, es el único que soporta los daños de una etapa política tan demoledora como la que protagonizó, sin escatimar en errores y excesos, Silvio Berlusconi a quien, para confundir a los menos fervorosos de la grandeza italiana, llamaban Il Cavalieri. José Luis Rodríguez Zapatero que para sí lo hubieran querido en Roma, podría ser el único valor equivalente a Berlusconi en el elenco de la política europea de los últimos veinte años; pero el de León, pobrecito, tuvo que perder unas elecciones en grado de humillación política para lograr el efecto, con visos de patriotismo y elegancia, que la llegada de Mario Monti, un tecnócrata aseado, supuso para el hombre que, tras la Segunda Gran Guerra, más ha degenerado la libertad y la independencia de los medios audiovisuales en Europa. Ha bastado el ronroneo de alguno de los gatos del circo de Berlusconi, gran domador de voluntades, para que la especulación de su retorno a la vida política excite el ánimo de sus clásicos y ponga en guardia a las personas de mejor sentido y más fundamento. En Italia, como aquí, no suelen pastar por las dehesas de la militancia. Monti, Il professore, se replantea su decisión de no presentarse a los próximos comicios y, en evitación de males mayores, renunciar a la protección de la cátedra y el momento- -un mártir para una coyuntura- -y enfangarse las botas en los barrizales que, con prólogo cristianodemócrata, se ha convertido el patio italiano. Ese es el drama que, en más o en menos, compartimos los socios de la Unión. La degeneración partitocrática y la fuga de los mejores, en el marco impreciso de las instituciones europeas, los ha dejado huérfanos de liderazgo. LA FERIA DE LAS VANIDADES FRANCISCO ROBLES ME CREZCO EN EL CASTIGO Si mal ha estado el ministro con la cita, ¿qué podemos decir de ese mester de progresía que arremete contra el símil por considerarlo taurino y machista? H AY versos que se quedan cosidos en la memoria que teje los adentros, en esa sabiduría aleixandrina que trasciende las cuadrículas del conocimiento. Hay versos que van más allá de la métrica y el tropo, de la metáfora calculada, del recurso impostado que cuaja en el alambique de la aliteración o el quiasmo. Hay versos que se agrupan hasta dar con la clave fronteriza del romance, con la fórmula exacta del soneto. Miguel Hernández consiguió atemperar la embestida literaria de su deseo masculino, meterla en el engaño repetido de la anáfora para ligar una tanda de naturales abrochados por el estoque certero del amor. Y ahí lo dejó, enhebrado en la memoria de aquel adolescente que sigue repitiéndose esos versos cada vez que siente la sangre en el galope insomne de las sienes: Como el toro he nacido para el luto y el dolor, como el toro estoy marcado por un hierro infernal en el costado y por varón en la ingle con un fruto Asciende el soneto, corazón arriba, para remontar los cauces del físico en busca el inevitable manantial donde bullen las aguas de la pasión: Como el toro lo encuentra diminuto todo mi corazón desmesurado, y del rostro del beso enamorado, como el toro a tu amor se lo disputo Entonces llega el momento de ese enamoramiento fatal que baña las vísceras en su propia sangre, de ese castigo que inflige la belleza cuando se manifiesta en su plenitud cortante. Un endecasílabo fieramente humano arranca de cuajo el terceto: Como el toro me crezco en el castigo, la lengua en corazón tengo bañada y llevo al cuello un vendaval sonoro Un endecasílabo destrozado por el ministro de Educación y Cultura- -menos mal- -hasta convertirlo en una vulgar comparación. Dice Wert que es como el toro bravo que se crece con el castigo (sic) Si Hernández levantara la cabeza y comprobara la facilidad que muestran los políticos a la hora de cargarse su poesía... Si mal ha estado el ministro con la cita, ¿qué podemos decir de ese mester de progresía que ignora la fuente y arremete con la testuz de lo políticamente correcto contra el símil por considerarlo taurino y machista? En España sobra politiqueo barato y hace falta Literatura con mayúscula. Se juzga a los poetas por su flanco partidista, y no por la calidad de sus versos. Con los novelistas sucede tres cuartos, bien despachados, de lo mismo: se hinca el diente en la ideología y se pasa de largo ante la estructura narrativa o el empleo del lenguaje. Una pena. Dejemos a los demagogos con el sonajero de las consignas y la bisutería de las caricaturas trazadas con brocha gorda. Vayamos a la almendra, al núcleo donde arde la poesía de verdad. Hernández remata el soneto con una estocada en el hoyo de las agujas que nos matan en el reloj diminuto de nuestra breve historia. Lutos y dolores se revuelven en las astas que buscan la acometida de la belleza femenina envuelta en el lujo de la seda, en la luz rubia del oro y el albero. Ese deseo nos engaña y nos lleva a la entrega absoluta y entrañable del sacrificio. Quien pretende hendir la carne amada con su fuerza masculina, cae derrotado sobre la sábana arrugada de la arena y del amor: Como el toro te sigo y te persigo, y dejas mi deseo en una espada, como el toro burlado, como el toro

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