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ABC CORDOBA 15-11-2012 página 13
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ABC CORDOBA 15-11-2012 página 13

  • EdiciónABC, CORDOBA
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ABC JUEVES, 15 DE NOVIEMBRE DE 2012 abc. es opinion OPINIÓN 13 UNA RAYA EN EL AGUA EL CONTRAPUNTO ISABEL SAN SEBASTIÁN PERVERSIÓN DE CONCEPTOS La foto que retrata lo que pasó ayer en España es la de una perversión que debería avergonzarles E STOS sindicatos, cuyos líderes cobran quince pagas, despiden a sus empleados con veinte días y se suben el sueldo mientras denuncian recortes han pervertido algunos conceptos esenciales en la definición del Estado democrático moderno. Han perpetrado esta perversión con la complicidad de los partidos de la izquierda, que se comportan de igual modo al traicionar el espíritu de la democracia parlamentaria llevando la huelga al Congreso de los Diputados o a la Cámara andaluza; es decir, sumándose al paro y abdicando así del deber de representar a sus votantes, que asumieron como algo irrenunciable al presentarse a las elecciones en unas listas cerradas. Y lo han hecho con total impunidad, porque se saben blindados en sus prebendas por ese sistema cuyos pilares golpean una y otra vez, mientras se desgañitan jurando que lo que quieren es salvarlo. El primer concepto que han pervertido estos hermanos de lucha es el de la huelga misma; una forma de protesta que surgió como herramienta puesta a disposición de los trabajadores en caso de confrontación con los empresarios, y que ha derivado en arma política empleada indiscriminadamente para deslegitimar la acción del Gobierno por unos supuestos interlocutores sociales cuya representación apenas llega al quince por ciento del conjunto de la clase trabajadora y que viven de la subvención pública, no de las cuotas de sus afiliados como sería de justicia. Unos presuntos interlocutores sociales que pretenden conquistar a base de presión de la calle lo que sus partidos afines, PSOE e IU, han perdido por goleada en las urnas. Unos interlocutores sociales que prefieren la línea de actuación de sus homólogos griegos o chipriotas, cuya radicalidad sólo ha servido para empujar a sus respectivos países hacia el abismo, que la de los franceses o alemanes, mucho más responsables y eficaces. El segundo concepto víctima de esta perversión del lenguaje es el del Estado del Bienestar; ése que dicen defender los mismos que agravan la crisis recurriendo como algo natural a estos gestos extremos, como una huelga general, extraordinariamente costosa para el conjunto de los ciudadanos. Ellos saben, o deberían saber, que todas las medidas de protección social recogidas en ese modelo dependen de la salud de las finanzas públicas, la cual a su vez está directamente ligada al número de personas activas que paguen impuestos y coticen. Saben, o deberían saber, que ese bienestar no puede comprarse a crédito indefinidamente, como se hizo durante los últimos años del Ejecutivo de Zapatero, porque llega un momento en el que quienes tienen que prestarnos el dinero se niegan a hacerlo o cobran por él intereses tan altos que resulta imposible asumirlos. Saben, en consecuencia, o deberían saber, que nada en esta vida es irreversible, salvo la muerte, y menos que nada las mejoras en los servicios alcanzadas a base de enorme esfuerzo y sacrificio por las generaciones que nos precedieron. De donde no hay no se puede sacar, lo que obliga a racionalizar prestaciones y ceñirlas a lo que es indispensable para proteger a los colectivos más vulnerables. Eso es Estado del Bienestar en este momento. Decir otra cosa es engañar a la gente, sembrar frustración entre una población muy castigada ya por los efectos de esta crisis devastadora y alimentar expectativas imposibles de satisfacer. Es tiempo de hablar de esfuerzo; de obligaciones más que de derechos; de responsabilidad antes que de desahogos. Tiempo de dar ejemplo y arrimar el hombro. La foto que retrata lo que pasó ayer en España es la de una perversión que debería avergonzarles. IGNACIO CAMACHO HUELGA DEMEDIADA La curva de respaldo a las tres últimas huelgas revela el desgaste de un sindicalismo incapaz de revisar sus rutinas L MÁXIMO O primero, un respeto desde la discrepancia para los millones de españoles que ayer hicieron huelga sin molestar a nadie. Su sereno anonimato los vuelve invisibles para unos medios de comunicación que necesitan la fotogenia de los incidentes para eludir la monotonía de las cifras rasas. Pero más allá del rancio vestigio premoderno de los piquetes o de la alborotada exaltación de los radicales encapuchados, más allá de los contenedores volcados o la inaceptable coacción a las puertas de los comercios, hubo mucha gente que renunció a un pellizco de su salario para no ir a trabajar en uso de su libérrimo albedrío y merece una consideración honorable. No fueron tantos como a ellos mismos les hubiese gustado ni tan pocos como para ningunear su silenciosa protesta. Lo segundo, el balance. Los propios convocantes han admitido que el seguimiento fue menor que el de marzo, cuando los recortes aún eran incipientes. Eso significa, descontado el habitual voluntarismo triunfalista, una huelga de intensidad media- baja. Fracaso relativo, pues, fracaso matizado, pero fracaso. Paró sobre todo la industria y parte del transporte, y hubo incidencia desigual en la Administración pública. Es decir, los sectores de mayor influencia de unos sindicatos envejecidos- -su militancia tiene una media superior a los 45 años- -y funcionarizados. El comercio, la restauración y los servicios vivieron una normalidad sólo interrumpida por la esporádica presión piquetera. El tráfico fue intenso, las rutinas urbanas apenas se trastornaron y el consumo de energía descendió de manera poco apreciable. La curva de respaldo a las tres últimas huelgas generales, y su cuestionable utilidad para lograr objetivos, revela el desgaste manifiesto de un sindicalismo que debería replantearse su apego ritual a esta clase de llamamientos que utilizan como gimnasia para desentumecer su anquilosada musculatura social. Y lo tercero, la reflexión. La movilización de censura al ajuste fue más intensa en las manifestaciones de la tarde que en la respuesta al paro completo, aunque también es más fácil llenar las calles céntricas de una ciudad que vaciar los centros de trabajo de un país. Las marchas multitudinarias permitieron a los sindicatos maquillar la evidencia de un poder de convocatoria erosionado para abordar compromisos de gran escala. El malestar ciudadano es obvio pero la mayoría de la gente lo expresa con un sentido de la responsabilidad bastante ponderado. Cualquier dirigente con cierto sentido estratégico entendería el mensaje y trataría de ajustar los cauces de protesta a la medida del caudal de participación. Porque si al final se han agarrado a las masas de manifestantes vespertinos para tratar de equilibrar mal que bien la pobre cuenta de resultados de la huelga... ¿para qué demonios era necesario menguar desde primera hora la productividad cotidiana de un país estrangulado?

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