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ABC CORDOBA 08-08-2012 página 13
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ABC CORDOBA 08-08-2012 página 13

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ABC MIÉRCOLES, 8 DE AGOSTO DE 2012 abc. es opinion OPINIÓN 13 POSTALES UNA RAYA EN EL AGUA JOSÉ MARÍA CARRASCAL ¿QUIÉN DIO LA ORDEN? Nixon perdió la Presidencia por conocer las actividades delictivas de sus subordinados S IEMPRE que me preguntan por el momento más importante de mi carrera periodística, que por su longitud- -más de medio siglo- -abarca acontecimientos como el muro berlinés, la guerra de Vietnam, la llegada del hombre a la Luna y la entrevista a un presidente norteamericano, respondió sin vacilar: la dimisión de Nixon. Nunca olvidaré aquellos veranos de 1973 y 74, en los que el comité conjunto del Congreso USA trataba de averiguar qué había tras el robo en el cuartel general demócrata, situado en el edificio Watergate, perpetrado por desconocidos. Al principio, no se le dio importancia, pero, cuando se descubrió que alguno de aquellos individuos tenía relación con personal de la Casa Blanca, la vista, transmitida en directo por televisión, se convirtió en drama histórico que, pegado a la pantalla, te hacía renunciar a darte un chapuzón, pese al calor que derretía el asfalto de Manhattan. Nunca he visto ni creo volver a ver la democracia en acción como en aquellas jornadas. Nunca el imperio de la ley alcanzó tales cimas. Senadores y congresistas republicanos y demócratas, bajo el venerable senador Edwin, un viejo juez rural de Carolina del Sur se autodefinía, freían a los más altos dignatarios del gobierno con preguntas como: ¿Qué sabía usted (del caso) ¿Cuándo lo supo? ¿Quién se lo dijo? ¿A quién se lo dijo usted? para ir desenredan- do el hilo de la madeja, que cada vez iba más lejos, hasta llegar a los tres principales ayudantes del presidente, Ehrlichman, Heldeman y Dean. Fue éste último el que finalmente quebró confesando que estaban al tanto del asunto, aunque lo habían dejado en manos de subalternos. Nixon, sin embargo, negaba cualquier participación y seguía gobernando como si nada. Pero la investigación continuaba y cuando se supo que había mandado grabar todas las conversaciones en su despacho, el comité exigió las cintas. Él se negó invocando la confidencialidad presidencial. Se planteó entonces un conflicto de poderes que resolvió el Tribunal Supremo nombrando a un juez instructor con poderes para examinar las cintas, que confirmaron el conocimiento del caso por parte del fiscal general (ministro de Justicia) que fue a la cárcel, y del propio presidente, al que sólo podía juzgar un tribunal conjunto de ambas cámaras. El drama se convierte en tragedia: una delegación de aquéllas, presidida por el senador Goldwater- -republicano como el presidente y más conservador que él- -se encamina a la Casa Blanca para decir a su inquilino, el hombre más poderoso de la Tierra, que dimita o será juzgado. Nixon obedece. Ni Sófocles había retratado tan fielmente la grandeza de la democracia. Posiblemente, si Nixon hubiera reconocido el error al principio, todo hubiera quedado en un robo de tercer orden y él hubiese pasado a la historia como el hombre que cerró la guerra en Vietnam y abrió las relaciones con China. Pero no lo reconoció y ha pasado con la ignominia de haber tenido que dimitir por haber mentido a su pueblo. Me han venido en turbión a la memoria estos recuerdos al enterarme del espionaje electrónico policial a la sede del PP en Madrid. Y las preguntas que me hago son las mismas que hacían los miembros del comité investigador del Watergate a los testigos que desfilaban ante él: ¿Quiénes sabían del asunto? ¿Cuándo lo supieron? ¿A quién informaron? ¿Quién les dio la orden? Pero mucho me temo que son preguntas que no se harán ni contestarán aquí. Es la diferencia entre una democracia de primera y una de tercera. IGNACIO CAMACHO PLUTARQUIANA La epifanía telefónica de Obama ante Rajoy cierra un bucle de involuntaria zapaterización de la vida política española I en sus peores pesadillas de hace un año, cuando tal vez le alteraban el sueño las presentidas servidumbres del poder que ya tocaba con los dedos, podía Mariano Rajoy haber columbrado lo mucho y lo pronto que iba a acabar recorriendo a su pesar los pasos de Zapatero. De hecho su victorioso mensaje electoral, más allá de promesas que tampoco ha podido cumplir, se basó exactamente en lo distinto que era de aquel presidente irresponsable y liviano y de sus ineficaces colaboradores; yo no soy como usted le espetó en un debate a Rubalcaba. Y para acentuar las diferencias configuró nada más ganar las elecciones un Gabinete de sólida experiencia e impecable curriculum profesional y se proclamó a sí mismo un gobernante previsible, transparente y severo. Poco podía imaginar entonces que tan sólo ocho meses de gobernanza iban a aproximarle tanto a la peripecia última de su antecesor que hasta, como colofón de una intensa epifanía de desengaños, acabaría despertándole de la siesta una llamada de Obama. Porque es la trayectoria del Zapatero final la que ha transitado Rajoy con amarga similitud involuntaria. No se parece, por fortuna, a aquel míster Chance frívolo y voluble, aquel trasunto sonriente de Mona Lisa atento sólo al impacto superficial de unas políticas líquidas e insustanciales, sino al gobernante desbordado por la realidad que tocaba al azar los botones del cuadro de mandos intentando estabilizar un país en picado. En ese acelerado proceso de zapaterización el Gobierno del PP ha vivido una sucesión de episodios tan análogos que parecen calcados sobre una plantilla plutarquiana; se ha desmentido a sí mismo mil veces, ha subido el IVA, ha sufrido una huelga, ha acumulado improvisadas medidas de emergencia, ha trasladado presos etarras, ha comprobado la gélida desconfianza de Merkel y los socios de la Unión Europea; hasta ha pagado rescate por unos rehenes y ha vendido armas a Venezuela. Quizá ni el propio Rajoy era consciente de que andaba sobre huellas previas cuando en el mes de julio proclamó en las Cortes que gobernaba adaptándose sin remedio a las circunstancias; palabras casi literales a las que un año y medio antes habían quedado registradas en el libro de sesiones. Faltaba la llamada de la Casa Blanca, el timbre de aviso de un Obama preocupado por la deriva inestable de la zona euro, acaso el empujón confidencial para pedir el rescate que Europa desea imponer como dique de su propio fracaso. Ya la ha recibido, como si estuviese cerrando a su alrededor el maldito bucle de un tiempo circular, de un retorno al pasado. Hay diferencias, sí. De talante, de intensidad, de responsabilidad, de esfuerzo. Y media una calamitosa herencia convertida en condicionante crucial para el desarrollo de los acontecimientos. Pero no las hay de eficacia, por ahora, ni de confianza ni de proyecto. Y, puestos a anotar distingos, Zapatero no subió el impuesto de la renta. N MÁXIMO

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