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ABC CORDOBA 05-08-2012 página 3
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ABC DOMINGO, 5 DE AGOSTO DE 2012 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O LU C A D E T E NA EL CORAJE DE SER ALEMÁN POR FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR ¿No recuerda Alemania cómo las reparaciones de guerra fijadas por el Tratado de Versalles llevaron al país a la desesperación que acabó con la democracia? ¿Entenderá Alemania que no nos estamos jugando sólo el euro, sino la consistencia de nuestro sistema de libertades? Baviera, Joseph Strauss, se refirió a la necesidad de pasar la página de la penitencia, sus conciudadanos se encogieron de hombros, a sabiendas de que lo estaban haciendo de un modo mejor: acentuar el recuerdo del mal para confrontarlo con la sociedad que habían sido capaces de levantar. Quisieron proclamar: donde estamos nosotros, está Alemania. Y ese lugar era el de la recuperación de una economía, pero también el de la afirmación de un propósito acerca de la posición de Alemania en Europa y el mundo. Nunca más deberían considerarse un pueblo superior, nunca basarían su identidad en el desprecio de la identidad ajena. E N lo más hondo de la crisis económica que ha puesto al descubierto la débil identidad y los frágiles mecanismos de la construcción europea, Alemania ocupa un lugar relevante. La superpotencia que hoy copa toda las tertulias es la misma que hace años se esforzaba por no hacerse notar, el país que manifestaba su firme voluntad de renunciar a cualquier proyecto que no fuera compartido con entusiasmo por sus vecinos. Era la justa expresión de una conciencia histórica adquirida a un alto precio, en el periodo de entreguerras. Alemania no deseaba recuperar un primer plano asumido como presuntuosa y falsa ejemplaridad de un pueblo superior en sus costumbres y su carácter. Quizás, por ello, las palabras de uno de los dirigentes europeos más perspicaces de nuestra historia reciente, Helmut advertían a sus conciudadanos del riesgo de dilapidar la enorme tarea colectiva de haber reconstruido no sólo las bases del bienestar económico de una nación, sino una identidad prestigiosa, basada en la satisfacción de pertenecer a un pueblo que amaba la cultura, el trabajo y la paz. Alemania no debía olvidar el poderoso impulso moral que había permitido restaurar el orgullo de su nacionalidad, cancelando de la memoria de todos los pobladores del continente las pavorosas imágenes de lo que se consideró la forma estricta de ser alemán, durante demasiado tiempo, con demasiada mala fe, con demasiados silencios respecto de otros horrores del siglo XX. Confieso mi falta de neutralidad en este punto, lo que lleva aparejada la angustia por el temor a esa pérdida que denunciaba el antiguo canciller. Sólo he podido comprender el fuste torcido del pasado alemán gracias a mi admiración fundamental por su cultura. He contemplado, con una indignación justificada, los análisis malévolos que estereotipaban unas circunstancias complejas, cuya primera víctima fue la prodigiosa tradición de un país sometido a los más vengativos arreglos entre vencedores, a los más ultrajantes tratamientos de shock diplomático y, sobre todo, a las más erróneas reflexiones sobre la calidad de su espíritu. He admirado la tenacidad con la que Alemania asumió unas culpas que no eran, en absoluto, privativas de sus actos, sino que deberían haberse atribuido a otros grandes culpables de la tragedia de nuestro siglo XX. Me ha conmovido siempre la humildad sincera con que Alemania utilizó la conciencia del pasado para empuñarla como instrumento que debía abrir los caminos del futuro y restablecer la dignidad de una nación desmoralizada. Alemania construyó sobre las cenizas de la guerra del 14 una democracia ejemplar, cuyas debili- odos los días la Prensa transmite la imagen de una Alemania que ha añadido una peligrosa reputación a la de su conocido poder económico, a la de su interés por la cultura, a la feliz reconstrucción nacional culminada en la reunificación de 1990. No se trata sólo de las actitudes de su gobierno, sino de un estado de ánimo colectivo cuya más reciente y presuntuosa muestra ha sido el manifiesto de ciento sesenta economistas que atemorizan a sus compatriotas indicando que ni los pensionistas ni los contribuyentes alemanes tienen que pagar los excesos inflacionistas de otros países. De este modo, en los peores momentos de nuestra historia económica, Alemania exhibe una imagen arrogante en la que se incluyen juicios sobre los ciudadanos menos afortunados, cuyo profundo sufrimiento social es atribuido a defectos irrevocables de su carácter. ¿No recuerda Alemania cómo las reparaciones de guerra fijadas por el Tratado de VersaCARBAJO lles llevaron al país a la desesperación que acabó con la democracia? ¿No debe considerar que comprometidas en rescatar de la cuneta históri- su purgatorio fiscal se aplica ahora a ciudadanos ca la recia nación en la que había brotado el pen- que corren el peligro de caer en una depresión alisamiento de la Ilustración. mentada por su conciencia de falta de culpa? ¿Entenderá Alemania que no nos estamos jugando uando llegó el espanto, producido por la sólo el euro, sino la consistencia de nuestro sistedesesperación de un país llevado a la abo- ma de libertades? lición de su futuro por el egoísmo de los En este escenario en que la historia transita a frívolos vencedores de 1918, Thomas Mann tanta velocidad Alemania corre el riesgo de sepulhubo de recordar, en su Llamamiento a la razón, tar, bajo la imagen despiadada de un más que disque el nacionalsocialismo no era el lugar en el que cutible rigor fiscal, bajo ese rostro de colérico diresidía el patriotismo alemán, sino sólo la grotes- rector de orquesta que había desterrado de su ca figura que centelleaba en los espejos deformes semblante, aquella reconstrucción de una tradide una crisis, capaz de arrastrar por el fango una ción nacional basada en los ideales del humanistradición nacional que se basaba en valores opues- mo ilustrado en que aprendimos a estimarla. No tos a los del movimiento hitleriano. Donde estoy sólo porque los tuvo en un tiempo, sino porque yo, está Alemania exclamaba el mejor cronista pudo restaurarlos cuando la historia los desguade las ilusiones de una cultura que la depresión zó en una hoguera de vanidades nacionalistas. Sotradujo a los esquemas feroces de la simple su- bre sus cenizas, construyó Alemania algo más que pervivencia. su propia imagen: fabricó una conciencia de EuLa nación que admiro no es la que se dejó lle- ropa que hoy se encuentra en mayor riesgo que var por el impulso de la dominación y la indife- cualquiera de los factores contables de la estabirencia hacia el sufrimiento de sus semejantes. lidad de los mercados. Admiro la Alemania que salió de la pesadilla nazi recuperando un íntimo sentido de la dignidad de FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR todos los hombres como divisa de su renovada DIRECTOR DE LA FUNDACIÓN DOS DE MAYO, democracia. Cuando el líder socialcristiano de NACIÓN Y LIBERTAD dades institucionales siempre procedieron del deseo de ser fiel a su voluntad representativa. La República de Weimar, sin embargo, fue sacrificada por las actitudes de revancha de los vencedores y la enemistad permanente de una Francia que labraba su identidad sobre la vergüenza de Sedán y el orgullo de Verdún. Aquella democracia proporcionó un estallido cultural que aún nos deslumbra, al suministrar buena parte del material estético con que se levantó la imagen de la modernidad e inspirar el primer gran pacto que ha definido la trama del pasado siglo: la alianza entre las culturas liberal, cristiana y socialdemócrata, T C

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