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ABC CORDOBA 23-07-2012 página 13
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ABC CORDOBA 23-07-2012 página 13

  • EdiciónABC, CORDOBA
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ABC LUNES, 23 DE JULIO DE 2012 abc. es opinion OPINIÓN 13 EL CONTRAPUNTO UNA RAYA EN EL AGUA ISABEL SAN SEBASTIÁN ES LA HORA DE LOS VALIENTES El futuro pertenece a los audaces, a quienes en vez de quejarse de un destino adverso, se enfrentan a él E N España pasó el tiempo de sentirse a salvo de cualquier contingencia bajo el paraguas ilimitado del Estado del bienestar. Pasó el tiempo de elegir dónde trabajar en función de los horarios, cuánto estudiar sabiendo que el suspenso quedaría impune o a qué subvención acogerse. Pasó el tiempo de las cigarras y ha llegado el de las hormigas. Es tiempo de sacrificio y esfuerzo. Tiempo de iniciativa, arrojo, imaginación. Tiempo de valientes. Admiro sinceramente a esos 40.000 compatriotas que han cogido la maleta y se han marchado de aquí en busca de ese empleo que su país les negaba, a pesar de haberse gastado en muchos casos una fortuna en formarles como ingenieros, arquitectos o licenciados en cualquier otra especialidad de las que superan los ocho mil euros por alumno en cada curso académico. Hay que tener coraje y determinación para irse a Londres, Berlín o Pekín a ganarse el sustento, previo aprendizaje del idioma, en lugar de quedarse en casa, con la comodidad de tener un plato garantizado en la mesa de papá y o mamá, a la espera de una oferta laboral altamente improbable en la presente coyuntura económica. No resulta fácil dar el paso ni se deja de pagar un alto precio en términos de desarraigo y soledad. Pero el futuro, tanto el suyo como el nuestro, pertenece a los audaces. A quienes en vez de quejarse de un desti- no adverso se enfrentan a él y lo cambian. Eso mismo hacen los millares de despedidos convertidos en autónomos que se lanzan a la aventura de concebir una idea de negocio y ponerla en marcha invirtiendo en ella la cuantía total del subsidio de desempleo al que tienen derecho, a costa de renunciar a los dos años de cobertura y tranquilidad que todavía proporciona el sistema. Muchos fracasan tras intentarlo y otros triunfan en su empeño. Todos ellos son tributarios de mi gratitud y respeto, porque sin personas así, con la ambición suficiente como para tirarse a un mar repleto de riesgos y nadar hasta la orilla en la que se halla la salvación, nunca habríamos salido de las cavernas... ni sobreviviremos a esta tormenta. Militan así mismo en las filas de los llamados a rescatarnos de nuestra propia mediocridad nacional los excelentes. Todos los profesionales de cualquier sector que se dejan la vida en la fábrica, el taller, la consulta o el despacho. Los que piensan cada día en qué pueden hacer por su empresa y no en qué les debe su empresa a ellos. Los que vencen el cansancio cuando la jornada oficial debiera haber terminado y acaban con la tarea que tienen encomendada, porque sienten que de ella depende la continuidad de un proyecto colectivo. Los que se implican y se comprometen. Hay en esta España pocos motivos para el optimismo y una enorme cantidad de preguntas huérfanas de respuesta. Nadie sabe a ciencia cierta cuál es el camino a seguir a fin de superar la crisis, aunque no es difícil predecir cómo no saldremos de ella: No crearán puestos de trabajo o riqueza ni facilitarán la obtención de crédito internacional las manifestaciones multitudinarias, ni los sindicatos, ni los empresarios que se sumergen para evitar el pago de cotizaciones sociales e impuestos, ni los defraudadores, ni los vagos, ni los indignados ociosos ni los resignados. Tampoco lo harán las mentiras del Gobierno o de la oposición, ni las bravatas de algunos líderes autonómicos, ni las políticas del avestruz o el victimismo tan socorrido cuando las cosas se ponen feas. Si hemos de superar este naufragio proporcionando salvavidas a los que de verdad están inermes, empezando por los niños y los ancianos, es la hora de los valientes. IGNACIO CAMACHO EL ESTADO SUBVENCIONAL Si el Estado recortase de verdad sus estructuras, las protestas sociales se oirían en la cara oculta de la luna I el Gobierno central y los autonómicos escuchasen el clamor de las encuestas y procedieran a un recorte masivo de sus estructuras administrativas, las protestas sociales se oirían en la cara oculta de la luna. La gente que pide la reducción del aparato oficial lo hace pensando en los coches de protocolo y los ipads de los altos cargos, en los asesores de confianza, en los gastos suntuarios de la casta política. Pero con eso no se alivia ni el 1 por ciento del déficit; aunque se trata de un imprescindible gesto de pedagogía que es menester llevar a cabo para equilibrar moralmente el sacrificio de las clases contribuyentes, su montante total es una gota en el océano de deuda del Estado. El verdadero combustible de la máquina de gastar lo forma- -si descontamos intocables como las pensiones, el desempleo y los intereses de deuda- -el salario de los empleados públicos y el tejido de subvenciones y ayudas de los presupuestos. Y ahí ya estamos hablando de un recorte que afecta a personas y familias, una poda que amputa modos de vida, una cirugía financiera que hace daño y deja secuelas. ¿De verdad está dispuesto a aceptarla todo el que pide en las encuestas y en las redes sociales que se jibarice el tamaño de las administraciones? Seamos serios. Disminuir el Estado- -las autonomías también lo son- -significa despedir a miles de trabajadores contratados por organismos y empresas prescindibles. Y cortar de raíz las subvenciones de toda clase que figuran en todas las partidas presupuestarias: promoción cultural o turística, acceso a la vivienda, rehabilitación y obras, consumo, cooperación, pymes. En España se subvenciona el transporte, la energía, el desarrollo industrial, el comercio, la minería, la agricultura... y en ese tejido de ayudas a menudo improductivas se desparraman decenas de miles de millones de euros que riegan la actividad de cientos de miles de ciudadanos. Simplificar el Estado, aligerarlo, implica prescindir de una enorme cantidad de estructuras dedicadas a implementar y gestionar ese magma subvencional, con su correspondiente dotación de funcionarios y empleados. Una tarea acaso imprescindible para repartir los costes del ajuste y aliviar la carga sobre las clases medias que lo soportan en sus impuestos y salarios. ¿Pero... queremos o no queremos meter ahí la tijera? Si la respuesta es sí- -y debería serlo en justicia- adelante: a presionar todos juntos al Gobierno y a las autonomías para que ejecuten su harakiri burocrático. Pero que nadie se llame a engaño: ese recorte sustancial y prioritario dejará muchas víctimas a corto plazo. Y no vale manifestarse y cortar calles pidiendo que empiece por otro lado. Porque el bucle ficticio de nuestra opinión pública está basado en la creencia indolora, lógica pero falsa, de que siempre son los demás quienes han de asumir los costes del desaguisado. S MÁXIMO

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