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ABC CORDOBA 07-06-2012 página 63
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ABC CORDOBA 07-06-2012 página 63

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ABC JUEVES, 7 DE JUNIO DE 2012 abc. es cultura CULTURA 63 de la ciencia- ficción LA INQUIETUD METAFÍSICA JUAN ÁNGEL JURISTO ESCRITOR Y CRÍTICO LITERARIO A Una imagen de la película de François Truffaut basada en Fahrenheit 451 Park figure la leyenda: Autor de Fahrenheit 451 Siguieron más libros y más párrafos vestidos con impecables trajes color vainilla: El país de octubre (1955) El vino del estío (1957) Remedio para melancólicos (1960) La feria de las tinieblas (1962) Mucho después de medianoche (1974) La muerte es un asunto solitario (1985) Cementerio para lunáticos (1990) Un francés llamado Truffaut quiso hacer arte y ensayo flambeado con la adaptación a la pantalla grande de Fahrenheit 451 cuando lo que le gustaba era la televisión (esos episodios tapizados de inocente humor negro en Alfred Hitchcock presenta o su Teatro de Ray Bradbury unos suecos se permitían el lujo de negarle el Nobel mis libros son demasiado populares para obtener premios otros científicos con lamparones fucsia en sus batas le regalaron todo un asteroide (9766) en su honor... Mientras, el muchacho que armó su esqueleto con John Steinbeck seguía cumpliendo años: 70, 80, 90... Algunos pensarían que ya había muerto, que se habría parado al borde del acantilado, pegado un brinco y construido sus alas mientras caes Simplemente, estaba esperando la ocasión propicia, como hizo Mark Twain al aguardar la segunda vez que vio pasar el cometa Halley para morir tranquilo. O quizá estaba dándole vueltas a su última greguería sideral: Aquí yace Ray Bradbury, quien amó completamente la vida Y quien nos hizo amarla. ABC EL HOMBRE ILUSTRADO PATRICIO PRON ESCRITOR Truffaut y Hitchcock U no de los mejores relatos de Ray Bradbury narra el encuentro entre dos hombres en un camino rural del estado de Wisconsin, en los Estados Unidos, en una noche de septiembre. No son dos hombres cualesquiera. Uno de ellos es (aunque no lo sabe aún) el narrador de un libro llamado El hombre ilustrado; el otro, que lleva una camisa de lana cerrada hasta el cuello a pesar del intenso calor, es un fenómeno de feria, un desgraciado cubierto de tatuajes que recorre el país buscando a la mujer que lo tatuó para matarla, ya que la posesión de esas imágenes, y las historias que estas narran, son tanto un motivo de orgullo como una condena. Una parte considerable de la obra del escritor que concibió el encuentro entre aquel hombre ilustrado y el narrador de su historia se movió entre ambos extremos. Ray Bradbury (que había nacido en Waukegan, Illinois, en 1920 y murió el martes por la noche en Los Ángeles) hizo de la celebración de la capacidad imaginativa del ser humano el tema principal de su obra, pero nunca dejó de advertir (si acaso, tácitamente) que esa misma capacidad podía contribuir a su perdición. Bradbury fue el primero en alertarnos (en Crónicas marcianas, de 1950) acerca de que la conquista del espacio podía acabar en el exterminio y la ruina de una civilización: no habiendo encontrado ninguna (aunque el hombre no ha pisado todavía Marte, como imaginó) la civilización hundida por su exceso imaginativo y su soberbia fue la nuestra, que nunca volvió a recuperar el entusiasmo idealista que permeó los comienzos de la ciencia ficción y de la obra de Bradbury. Quizás fuese esto lo que le daba a sus libros esa melancolía imprecisa que tenían: en el fondo, Bradbury lamentaba que la capacidad imaginativa de la especie hubiese sido empleada en el tipo de expansión capitalista que aniquiló las pequeñas comunidades en las que vivían sus personajes. Ningún género carece de dignidad (y ninguno necesita ser defendido, por supuesto) pero quienes se niegan a otorgar esa dignidad a la ciencia ficción deberían pensar cuánto hay aún hoy de contracultural y de incómodo en las historias de Ray Bradbury, que son como las ventanas abiertas a mundos luminosos que el narrador de su historia ve en los tatuajes del hombre ilustrado. ¿Están todavía ahí? le pregunta este. Durante unos instantes, el personaje contiene la respiración, y al fin responde: Sí, están todavía ahí No es un consuelo inapropiado ante la muerte del hombre que concibió esas historias y nos las dejó a modo de regalo y de advertencia. las pocas horas de que a Philip Roth se le concediera el Premio Príncipe de Asturias de las Letras nos llega la noticia de la muerte de Ray Bradbury, el otro patriarca de la literatura norteamericana, un autor que ha pasado a la literatura por dos obras cumbres de la ciencia- ficción, una novela, Fahrenheit 451 y Crónicas marcianas un libro de relatos de una factura intachable. La fama de estos dos libros ha oscurecido su variada y extensa obra, El hombre ilustrado Las doradas manzanas del sol El vino del estío La feria de las tinieblas... una obra cuyo hacedor se resistía a que la clasificaran como ciencia ficción y otorgando esa categoría tan solo a Fahrenheit 451 quizá porque predecir no le gustaba. Y es que Ray Bradbury era un escritor de una rara categoría en la literatura norteamericana: un hombre de una hechura metafísica que se da poco en esas tierras, en esta categoría brilla con especial esplendor Herman Melville, dadas a otro tipo de querencia épica. Quizá entre los escritores de nuestro idioma el que mejor le comprendiera fuera Jorge Luis Borges, otro escritor de templanza similar, que definió su literatura, en especial Crónicas marcianas como el relato de las melancólicas tardes que el autor recordaba transcurridas en su pueblo natal, Waukegan, en Illinois, durante su infancia. Sorprende a primera vista la interpretación tan apegada a lo concreto de Borges, pero la definición es exacta, sutil, penetrante. Cuando acepté esa definición, recuerdo, entendí mejor la dimensión metafísica de este autor y logré captar el significado del extraño color de los licores que beben los personajes de sus narraciones. No otra localidad era la ciudad verde de El vino del estío o La feria de las tinieblas, para un autor donde los colores significaban mundos. Le gustaban Buck Rogers y Flash Gordon, los dos héroes de ciencia ficción, los adoraba, pero siempre quiso deslindarse de esa etiqueta y decía que sus libros eran de género fantástico. Tenía razón: lo que le preocupaba en realidad era la supervivencia espiritual de la humanidad. Bradbury en el blog Capítulo Aparte abc. es blogs libros

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