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ABC CORDOBA 11-04-2012 página 15
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ABC CORDOBA 11-04-2012 página 15

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ABC MIÉRCOLES, 11 DE ABRIL DE 2012 abc. es opinion OPINIÓN 15 EL RECUADRO ANTONIO BURGOS INCOSOLEAR Nunca podías pensar entonces que todo aquello se iba a venir abajo, no sólo Marbella M E inventé el verbo en la placidez de sus veranos. Pero ahora, ay, no se puede ya conjugar. Ya no se puede incosolear. Incosolear era veranear en Marbella en plan tranquilo, lejos del mundanal ruido de la Milla de Oro y de los locales nocturnos de moda, en lo alto de un monte, al lado de Los Monteros y del campo de golf de Río Real. Incosolear era retirarse a Incosol paradesconectar, paraeso tantópico que dicela gente en el verano de cargar las pilas, ni que fuéramos el conejito de Duracell. Llegabas a Incosol y en el lujerío de la recepción delamplio hall contrampantojos de loros ypajarería tropical no sabías qué bandera en un mástil de honor te iba a dar la bienvenida. La bandera del presidente africano de turno que había tomado dos plantas del hotel con todos sus ministros, secretarios, guardaespaldas, agradadores y harenes enteros de negras gordas para llevarse un mes en Incosol adelgazando. Y luego, en el mostrador, ante los recepcionistas de toda la vida que sabían si te gustaba más el cuarto que miraba hacia Marbella o el orientado hacia donde estaban construyendo la autopista, te encontrabas el primer albornoz amarillo. Como en las invitaciones ponen si la etiqueta es frac o esmoquin, en Incosol el protocolo marcaba que tenías que ir en zapatillas de baño y de albornoz amarillo, de la ceca del masaje a la meca de la hidroterapia. Incosol eraun Palace con la Búchinger dentro. Tenía algo de viejo balneario de la Restauración, con sus clientes habituales de todos los veranos, como aquel general de Aviación que cada año llegaba con sus hijos y sus nietos, y que una mañana me encontré solo en la piscina, leyendo su ABC, y le pregunté: ¿Le han dejado hoy solo, mi general? -Sí, es que mis hijas y mis nietos se han ido a ese terreno de labor al que aquí en Marbella llaman playa. No hacía falta bajar a la playa, con tu tumbona bajolospinos, juntoalbordede lapiscina, enunsilenciode chicharrasapenasrotoporelmonitordel acuayín. Tenías la posibilidad de internarte en la clínica de adelgazar, donde por cierto funcionó el primer escánerque huboenEspaña, ode hacer vida debalneario. Y luego, la cocina. Qué bien se comía donde casi todos iban de ayuno y abstinencia por lo civil. Yo seguía un menú estricto: langosta y entrecot. Viendo a los que seguían penosa dieta, te entraban más ganas de acabar con el bufé. Ante el que contemplé la escena más insólita: yo he visto en Incosol pelearse a una señora, pero bronca gorda, con su monitora de adelgazamiento por una rodaja de pepino y medio huevo duro. Aquella Señorita Rottenmeier que ordenaba la comida de los adelgazantes, como vigilante de campo de concentración del hambre, los tenía a raya, y no les permitía ni el exceso de medio tomate. Eran los años de esplendor de Marbella, los del lamentable pelotazo. Desde tu terraza te ponías a contar grúas y perdías la cuenta. Nunca podías pensar entonces que todo aquello se iba a venir abajo, no sólo Marbella, sino Incosol. Ha cerrado el viejo Incosol de los Coca, los Fierro y Villaverde, ya herido de muerte, donde acababa de llegar lleno de ilusión y de iniciativas José Antonio López Esteras, un empresario del Puerto de Santa María de enorme mérito, todo un emprendedor, que recuperó un hotel que otros tomaron antes exclusivamente para el pelotazo de la recalificación de sus terrenos en tiempos de Gil y de Muñoz. Yo espero que todo se pueda arreglar y que el animoso López Esteras vuelva a abrir Incosol, el hotel y la clínica, con sus elegantes albornoces amarillos. Porque vacaciones sin incosoleer sí que van a ser vacaciones perdidas. UNA RAYA EN EL AGUA IGNACIO CAMACHO BIENAVENTURADOS La chispa de la vida patrocina ahora una felicidad intimista y frugal porque los chispazos de la existencia dan calambre M MÁXIMO IENTRAS está a punto de precipitarse una catástrofe social y financiera, ochocientas almas radiantes han asistido en Madrid a un Congreso de la Felicidad. Cuando los prosaicos e impíos mercados zarandean la viabilidad del Estado y los ministros, presas del pánico a la intervención, van por ahí aserradora en mano podando al azar ramas de la asistencia pública, el telesabio Punset y otros gurús de la posmodernidad zen predican bajo la tormenta la necesidad de buscar la plenitud en las pequeñas satisfacciones y en el interior de nosotros mismos. Van a llevar razón porque las grandes metas se han vuelto inalcanzables y en el fondo de nuestro ser tal vez haya algo más que rascar que en el de nuestros bolsillos. Estos líderes de la autoayuda enseñan a no temer a la adversidad pero fuera del teatro en que hablaban caían de punta los chuzos de la ruina. Si la felicidad puede consistir, como sostiene el escritor Antonio San José, en disfrutar de unos zapatos viejos, pronto veremos por las calles legiones de bienaventurados satisfechos de no poder comprarse unos nuevos. Nos van a achicharrar a impuestos y nos van quitar las pensiones, los subsidios, los ahorros y hasta el dentista; pero siempre quedará la posibilidad de ser feliz contemplando el crepúsculo en un paraje recién privatizado. El amanecer no, que es una forma de belleza reservada a los que aún conservan el trabajo y a los poetas que le llaman alba porque no tienen que levantarse temprano. Las Cortes de Cádiz, cuando aún no se había inventado la prima de riesgo, declararon como una obligación constitucional del poder la de procurar la dicha de los ciudadanos. En la política tienden a asociarse los momentos felices con tiempos de prosperidad y por eso cunden los nervios cuando falta hasta la calderilla para mantener el bienestar con dones públicos. Entonces hay que acudir a los nuevos estoicos en busca de una filosofía de la austeridad y de la moderación que enseñe a mantener la esperanza y a reaprender las virtudes frugales; los maestros mentores de este nirvana sentimental no catequizan una ética del conformismo ni un misticismo neoespiritualista, sino la conveniencia de separar el equilibrio personal del ambicioso materialismo competitivo. Tienen mucho éxito entre las mujeres porque su coaching emocional apela a la energía intuitiva y revoca la ironía de Groucho Marx cuando decía que la felicidad residía, en efecto, en un montón de pequeñas cosas: una pequeña mansión, un pequeño yate, una pequeña fortuna. El congreso es parte de la inteligente estrategia de marketing de Coca- Cola, que hace algunos años se anunciaba como la chispa de la vida. Ahora patrocina una especie de hedonismo intimista, de placeres de baja intensidad, porque hasta los más optimistas entienden que los chispazos de la existencia dan calambre.

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