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ABC CORDOBA 07-03-2012 página 17
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  • EdiciónABC, CORDOBA
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ABC MIÉRCOLES, 7 DE MARZO DE 2012 abc. es opinion OPINIÓN 15 EL RECUADRO ANTONIO BURGOS EUSKOHEPATITIS ¿Pero cómo pueden confundir en Madrid la vacuna infantil contra la hepatitis con la vacuna contra la euskohepatitis? I GUAL que los hermanos Pinzones (sin premio Goya) fueron con Colón a América, la ministra de Sanidad ha ido de la mano de Colón y por el caminomás cortoal buen criterio dela gobernación. A Ana Mato ha conseguido un huevo de Colón: la unificación del calendario de vacunas infantiles en toda España. Como prueba irrefutable de la ingobernabilidaddeun régimen autonómicoqueno tenemos posición para pagar, en España había 17 calendarios de vacunación infantil distintos, 17. Uno por cada autonomía. Un niño de Murcia no se vacunaba contra la polio ni a la misma edad ni de la misma manera ni con la misma frecuencia que otro de Asturias. Y así con todas las vacunas: difteria, tos ferina, sarampión, rubeola... Si a un padre lo trasladaban en su trabajo desde una autonomía a otra, menudo lío, porqueen lanueva tierrade promisiónlaboral sus niños quedaban fuera de cacho de los calendarios de vacunación. Al que tenía edad para la de la polio resulta que con esos años ya la llevaban puesta dos veces los niños de su misma clase en su nueva residencia, y así hasta el infinito del absurdo, la confusión y el mal gobierno. Llegó Ana Mato y mandó parar, y logró un único calendario de vacunas para toda España, para todas las autonomías igual. Sí, sí, que te crees tú eso... Ana Matoes licenciada enPolíticas ySociología, no ha estudiado Medicina, y, claro, por eso no ha caído en lo fundamental, que cualquier médico conoce. Que por aquellodel RH deArzalluz, lasenfermedades infantiles no son iguales en las Vascongadas que en el resto de España, y no se pueden vacunar igual. En el resto de España pueden pinchar a los niños de tres en fondo y a toque de corneta si quiere Ana Mato y las autonomías se prestan, pero los vasquitos son distintos. Se lo ha tenido que recordar a la ministra el viceconsejero del Departamento de Sanidad de la comunidad autónoma vascongada, un señor que tiene un nombre tan vascuence como Jesús Mari Fernández (averquiéntienecojones deeuskaldunizarese apellido y de meterle una tx o una k a Fernández) El señorito Jesús Mari le ha dicho a Ana Mato que se puede meter el calendario unificado y centralista de vacunas por la mismísima Puerta de Alcalá, mírala, mírala. Y tiene toda la razón el hombre. ¿Qué saben en Madrid del problema vasco de la hepatitis B? ¿Pero cómo pueden confundir en Madrid la vacuna infantil contra la hepatitis con la vacuna contra la euskohepatitis? ¿Y de qué y de cuándo la rubeola de Antequera va a ser la misma que la euskorubeola que padecen los niños de Santurce o de Fuenterrabía? Y la polio, ni te cuento. La euskopolio es completamentedistintade lapoliomelitis de Madrid, centralista y opresora. ¡Pues naturalmente que las Vascongadas deben tener su propio calendario de vacunación infantil! Faltaría más. Loque nome cuadraes que apesarde queallí aplicanel más adecuado calendario yprogramade vacunacióncontra lasenfermedadesespecíficasysoberanasde aquella comunidad, seles hayanido de lasmanos las paperas. Vamos, las euskopaperas. Mientras que en el resto de España me parece que las paperas están prácticamente erradicadas, en las Vascongadas hay en estos días un brote importante de euskopaperas, que como saben es una variedad propia de la parotiditis: la euskoparotiditis, o parotiditis con chapela. Y digo yo: si el Gobierno no puede meter en cintura algo tan simple como las vacunaciones infantiles, y vascos, catalanes, navarros y canarios se rebelan contra el almanaque de la racionalidad, ¿cómo van a recortar ni un solo euro del déficit del despilfarro de esta locura nacional con estatutos y parla- mentos de la señorita Pepis? UNA RAYA EN EL AGUA IGNACIO CAMACHO LAS VACAS SAGRADAS La resistencia de las autonomías a reducir déficit es un insulto a la España real que lleva tres años ajustándose Q MÁXIMO UE se lo digan a la gente a la cara. Que salgan a cualquiera de esas televisiones que manejan a su mayor gloria y mirando a la cámara expliquen a los ciudadanos que ellos, los presidentes de las autonomías, no saben o no pueden recortar más el déficit. Que entre diecisiete presupuestos comunitarios no es posible ahorrar quince mil millones. Que convenzan, si pueden, a los empresarios que ajustan al límite plantillas y costes, a los autónomos que han adelgazado hasta la anorexia sus negocios, a las familias que hacen malabarismos contables para seguir pagando las hipotecas y la luz, a los parados que malviven con 450 euros al mes. Que los usuarios del mayor parque móvil de Europa le cuenten a esa España peatonal a la que han subido los impuestos que no tienen margen para limar el gasto. Todo el país lleva tres años ajustándose. La crisis ha generado, a la fuerza, un nuevo y más estricto concepto de lo imprescindible en las economías domésticas y en las industriales. Pero la Administración vive en otra lógica, habla otro lenguaje. Después de haber crecido de forma exponencial ha dado en considerarse a sí misma imprescindible como un bien de Estado, como una vaca sagrada, y no halla modo razonable de ponerse a dieta. A esa nomenclatura de mentalidad autista todo gasto le parece esencial y ahorrar dinero de los contribuyentes se le antoja un acto sacrílego. Y para mantener su hipertrofiada estructura ha encontrado el blindaje de un mantra político: la educación y la sanidad son intangibles. Como si esos servicios fueran las únicas partidas- -en absoluto ajenas, por cierto, al despilfarro derivado de pésimos métodos de gestión- -en las que se va un presupuesto sobredimensionado que nunca, ni siquiera en la época de prosperidad, ha cuadrado los ingresos con los gastos. La resistencia unánime de las autonomías contra la necesidad de reducir sus déficits constituye un insulto a la inteligencia de los ciudadanos. Cualquier ama de casa sabe sobrevivir al encogimiento de la cuenta corriente. Simplemente, se trata de vivir con austeridad y adaptarse al sacrificio, dos conceptos a los que la dirigencia pública no acaba de acostumbrarse porque vive instalada en la idea de su imprescindibilidad y porque entiende la política como un mecanismo clientelar que presta servicios para recaudar votos. La idea de reducir el elefantiásico tamaño de las administraciones autonómicas le produce pánico porque le va a disminuir la clientela. Y por eso le cuesta suprimir organismos superfluos o redundantes, cerrar empresas ruinosas, revocar subvenciones, reorganizar estructuras o limitar deudas y créditos. No podemos ahorrar más, estamos al límite, gimotean los virreyes que jamás encontraron suficientes sus antiguos dispendios. Que se lo expliquen a la cara a la España real que ha hecho de la cuarta semana de cada mes un milagro de supervivencia.

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