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ABC CORDOBA 24-02-2012 página 14
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14 OPINIÓN AD LIBITUM PUEBLA VIERNES, 24 DE FEBRERO DE 2012 abc. es opinion ABC MANUEL MARTÍN FERRAND GIBRALTAR Margallo tendrá un mayor acierto cuanto más se aproxime a los supuestos de Castiella en los años sesenta E N su reciente visita al número 10 de Downing Street, Mariano Rajoy, como quien no quiere la cosa, le propuso a su colega David Cameron que Madrid y Londres retomen sus negociaciones sobre Gibraltar. Podría haber sido una finta astuta, casi galaica, de no ser porque el premier británico, a bote pronto, sacó la pelota del campo y dijo que son los gibraltareños quienes deben decidir su futuro Eso no es así. El Tratado de Utrecht marca la soberanía del Reino Unido en el Peñón e ignora a sus vecinos. Con los ingleses hay que andarse con mucho cuidado porque, como decía George Bernard Shaw, que era irlandés, siempre están dispuestos a tratarte de igual a igual mientras que tú les trates como superiores. Nuestra política exterior, en estos tiempos constitucionales, no ha sido un manantial de talento. Acomplejada por el pasado y carente de un pacto de Estado que la respalde ha seguido la dirección del viento, algo cambiante. Se desaprovecharon las grandes ocasiones, desde la entrada en la OTAN a la plena incorporación a la UE, para meter en el paquete el asunto de Gibraltar y sacarlo, en lo posible, de la relación bilateral y, sin más argumentos que los que pudieran expresar los típicos y tradicionales monos del Peñón, los llanitos, los vecinos de la colonia, se subieron a la chepa de los británicos y a la barba de los españoles para sentar plaza de tercera fuerza en un conflicto que viene desde hace tres siglos y en el que España ha mostrado más debilidad que fortaleza y menos talento que afán consentidor. El actual ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, José Manuel García- Margallo, ha retomado el asunto y, después de cartearse con su colega William Hague, le ha dado carpetazo a la aceptación del gobierno de Gibraltar en pie de igualdad con los de Londres y Madrid. Es lo debido. Ignoro cuál es el mandato que inspira a nuestro nuevo embajador en la Corte de la Reina Isabel, Federico Trillo; pero, sea el que fuere, García Margallo tendrá un mayor acierto cuanto más se aproxime a los supuestos de Fernando María Castiella en los años sesenta. El Peñón es, dicho sea de frente y por derecho, una cueva de contrabandistas y un refugio de operadores financieros y fiduciarios instalados en el límite de la Ley. No son estos tiempos para, como se planteó en el siglo XIX, rendir por el hambre a los inquilinos de Gibraltar; pero sí de, en el estricto cumplimiento de lo acordado en Utrecht, dificultar el negocio del contrabando y anular una sede fiscal indeseable. Solo desde una posición de arrogante superioridad será posible el diálogo civilizado e igualitario entre las dos únicas partes del problema, España y el Reino Unido. PERDONEN LAS MOLESTIAS ARIS MORENO BRETÓN Al presunto lo acorrala la secuencia de los hechos. La lógica del despechado. Pero no hay pruebas que lo incriminen S I NOS atenemos al aluvión de indicios que gravitan sobre José Bretón mañana mismo firmaríamos su sentencia de culpabilidad. Una a una, todas las pistas conducen a este señor inquietante que hemos observado desenvolverse lacónicamente en el lugar de autos. Lo hemos visto entrar y salir de la parcela de las Quemadillas con ese aire displicente que tanto desconcierta al espectador. Lo hemos visto a bordo de un coche con una expresión granítica tras sus gafas de sol. Lo hemos visto esposado dando explicaciones al juez instructor en el parque que se tragó a sus hijos. Cuando los indicios se concatenan en dirección a un punto determinado, no hay fuerza humana que logre desactivar su poder acusatorio. Todas las piezas comienzan a encajar como un puzzle diseñado al milímetro. Observemos su mirada extraviada en la fotografía. Sus facciones turbadoras, su frialdad matemática, sus gestos calculados, su cerebro impasible, su distancia sideral de las emociones. Antes de ayer nos hubiéramos cruzado con Bretón en la puerta del mercado y no hubiéramos reparado en estos da- tos inequívocos que hoy cobran vital importancia. Quizás hasta lo hubiéramos ayudado a subir la bolsa de la compra en su vehículo y a acomodar a sus hijos en los asientos traseros. Pero hoy su mirada nos abre la puerta de un mundo abisal de acechos y enigmas. La presunción se cierne sobre un individuo como la viruela se apodera de la piel de un enfermo. Usted puede decir lo que quiera, que en su cuerpo hay ya señales incuestionables que lo inculpan. Y Bretón es un hombre acosado por las evidencias. Lo persiguen las cámaras de seguridad, lo persigue la hoguera que prendió en el jardín, lo persiguen los repetidores de telefonía móvil, lo persigue el peluche de su hija Ruth, lo persiguen sus insistentes visitas a la parcela, lo persigue su odisea en Bosnia, lo persiguen los comprimidos de Orfidal, lo persigue la soledad espectral del Parque Cruz Conde. A Bretón lo acorrala la secuencia de los hechos, la lógica del despechado, el engranaje imperfecto de las horas y los actos. Pero no hay pruebas de cargo que lo incriminen. Sólo indicios que conducen a armar una hipótesis razonable de lo sucedido. Que difícilmente constituyen material suficiente inculpatorio. En medio de todo, cuatro horas inexplicables que los investigadores se ven incapaces de descifrar 139 días después. Lo que observamos desde entonces es una lucha titánica entre la certeza y la prueba. El empeño colosal de la policía por penetrar en el lapso de tiempo que va desde las 13.50 a las 18.08 del día 8 de octubre de 2011, frente a la resistencia numantina de un hombre arrinconado por la lógica. Ahora bien: la misma lógica que lo coloca en el centro del huracán, dificulta una explicación verosímil de las cuatro horas cruciales de esta espantosa historia. Si todas las piezas encajan en el rompecabezas de los indicios, nos encontramos, desde luego, ante una operación perfecta y un individuo sagaz, preciso, astuto y, por encima de todo, despiadado. amvillafaina gmail. com

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