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ABC CORDOBA 10-01-2012 página 3
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ABC MARTES, 10 DE ENERO DE 2012 abc. es opinion LA TERCERA 3 F U N DA D O E N 1 9 0 3 P O R D O N T O R C UAT O L U C A D E T E N A EL FONDO DEL ESPEJO POR J. J. ARMAS MARCELO El idiota más rápido del mundo, el mejor ordenador del universo, tiene más posibilidades de equivocarse a toda velocidad que ninguno de esos escritores que, lenta y minuciosamente, golpe a golpe de su máquina de escribir, fabrican mundos que quieren parecerse a los que Carroll inventó, de puño y letras, con Alicia y las maravillas de los libros Inmediatamente lo contrataron y le compraron su programa de bucanero electrónico por una millonada lo valía me confesó mi amigo) Así se pasó de pirata a defensor de la integridad del Estado en plena juventud y por delante del tiempo. En un momento de la inconexa conversación, porque yo usaba una compleja filigrana sintáctica en mi verbalidad (para que el hacker supiera que no todo el monte era orgasmo) mientras él soltaba frases sueltas con una semántica de otra dimensión, trucadas por una gramática nueva llena de términos desconocidos, me habló como si fuera un verdadero intelectual. Yo paso horas en el fondo del espejo me dijo. Como pueden imaginarse, me vinieron a la cabeza los libros de Alicia, sus infinitas maravillas, sus juegos perversos y la imagen de Lewis Carroll, un matemático singular que se cambió de nombre para entrar en el gran espejo de la literatura a través de una escritura llena de jeroglíficos inteligentes. El hacker sabía que yo sabía lo que era el otro lado del espejo, pero también sabía que yo ignoraba lo que significaba el fondo del espejo. ¿Eso es el vacío? le pregunté con ánimo de doblarle con un golpe al hígado un segundo después de su contestación afirmativa (por ejemplo, preguntarle ¿y de qué color es? No me contestó esquivando mi golpe, es el lleno total. El infinito en mis manos Algunos exégetas de la obra de Carroll dijeron que no era una obra para niños, como había sugerido su autor, sino un libro de y para locos. Incluso llegaron a hacerse estudios dentro de los manicomios de la primera parte del siglo XX y una inmensa mayoría de los enfermos mentales respondía que Alicia en el país de las maravillas cuando se les preguntaba (a los enfermos) por el libro que más les había impresionado al leerlo. Esos mismos exégetas y algunos más sostienen que Carroll se abismó en la visión de un futuro caótico que desembocaba precisamente en la electrónica sin fin, que traería al mundo un gran desarrollo de comunicación (a través del espejo, esa es la metáfora) pero, como todo progreso, encerraba miles de peligros desconocidos. En un libro de reciente aparición, titulado Contra el rebaño digital Jaron Lanier, inventor de muchos de los programas de Apple y estrecho colaborador de Jobs, advierte de la tentación constante que tenemos en estos momentos para entrar hasta el fondo del espejo y añadirnos a lo que él mismo llama el ganado digital Ya hace tiempo que estamos corriendo libremente por la gran pradera de la red digital, donde el bestiario humano crece y se enriquece (aunque también, por el otro lado, se empobrece) intermediando opiniones que no tienen ninguna autoridad. Pero si no estamos en la red, en la realidad virtual, ¿dónde estamos? ¿Dónde estaba Alicia cuando traspasaba el espejo? Hay legiones de gentes, sobre todo entre las nuevas generaciones, que se pasan el día conectadas con el mundo (su mundo) a través de las redes sociales, hasta el punto de haber convertido ese mundo virtual en un mundo real, tal como Alicia vivió las aventuras una vez que caía del otro lado de la realidad. Películas, series televisivas, sesudos debates y soliloquios de expertos nos dicen que todo ese mundo maravilloso de la red está aún por explorar y que, como el universo, es infinito. Tal vez haya llegado ya el día, sin que lo sepamos científicamente, en el que una conciencia humana, con todas sus pasiones y sus sensaciones, haya entrado ya en un ordenador y la vida virtual forme parte de la vida real, una realidad que se está creando mientras se vive, como la vida misma que vivimos. H ACE unos años, cuando comenzó la revolución digital (y muchos no creían que esa interminable fiesta también se iba a celebrar) un amigo cercano que cumplía altas funciones de Estado me presentó a un hacker verdadero. Era un muchacho de unos veinte años, alto, espigado, vestido con pantalones vaqueros y una camisa blanca de manga corta. Fumaba con la displicencia de Bogart en una película con guión de Dashiell Hammett, doblaba las piernas con la naturalidad estética de la gente del 68 cuando éramos jóvenes y alocados; era flaco y despeinado, y echaba humo por la boca mientras hablaba, aunque hablaba poco. ¿A qué te dedicas? me preguntó con distancia generacional. Pensé una respuesta brillante, que lo descolocara de la ventaja que me llevaba desde el principio. Me paso todo el día discutiendo con los adjetivos... le dejé. ¡Qué bonito! sonrió, parece atractivo... ¿Y para que sirve eso? volvió a preguntar como si me tirara un guante al rostro. Para escribir bien Le pegué un par de golpes bajos, de púgil experimentado. Ya sabes que escribir mal es muy difícil, lo decía Salvador Garmendia, aunque siempre es más difícil escribir bien le dije. No noté los efectos de mis zarpazos. Como si no le hubieran rozado el cuerpo ni el alma. No le pregunté a lo que él se dedicaba, porque ya lo sabía y además era una de las preguntas que el hacker esperaba que yo le hiciera. Jugábamos con la palabra a los duelistas de Conrad, cuando los dos sabíamos quiénes éramos y lo que hacíamos en la vida. El hacker había llegado a ser agente de la Inteligencia del Estado gracias a que inventó un sistema electrónico un programa monstruoso me confesó mi amigo) con el que había vulnerado con suma facilidad las fronteras de nuestra seguridad tecnológica y se había enterado de muchos de nuestros secretos mejor guardados. Con una cierta honestidad, el hacker se presentó un día a las autoridades del Centro Nacional de Inteligencia y les dijo que tenían un grave problema. L os descubrimientos de Jobs cambiaron el mundo. Aceptémoslo aunque sea a regañadientes: el mundo de Gutenberg, concreto, papel y tinta, se nos está evaporando entre las manos y, aunque quiero imaginar que nunca desaparecerá del todo, lo más probable es que conviva en inferioridad de condiciones con los bichos electrónicos que vayan saliendo mes a mes de los laboratorios y las compañías de altas tecnologías. Turing acabó suicidándose después de intentar reproducir el cerebro humano en una máquina tan rápida que era, por eso mismo, un arma de doble filo y un idiota que recibía órdenes y las cumplía con una rapidez asombrosa. Turing abrió el camino. Hoy los últimos descubridores de dimensiones tecnológicas que todavía desconocemos nos advierten del riesgo que cada uno de nosotros tenemos para convertirnos, con suma facilidad, en un búfalo galopante más de la manada digital que navega sin parar entre constelaciones que parecen situarse en el fin de los mundos, en el lleno total o en el vacío absoluto. El idiota más rápido del mundo, el mejor ordenador del universo, tiene más posibilidades de equivocarse a toda velocidad que ninguno de esos escritores (conozco algunos) que, lenta y minuciosamente, golpe a golpe de su máquina de escribir, fabrican mundos que quieren parecerse a los que Carroll inventó, de puño y letras, con Alicia y las maravillas de los libros. J. J. ARMAS MARCELO DIRECTOR DE LA CÁTEDRA VARGAS LLOSA

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