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ABC CORDOBA 12-09-2011 página 13
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ABC LUNES, 12 DE SEPTIEMBRE DE 2011 abc. es opinion OPINIÓN 13 EL ÁNGULO OSCURO JUAN MANUEL DE PRADA ¿QUÉ CAYÓ CON LAS TORRES GEMELAS? El ataque del 11- S de 2001 infiltró en un Occidente infatuado de su supremacía económica el virus de la debilidad E N la periodización histórica clásica se estudia la caída de Constantinopla en manos de los turcos otomanos, en 1453, como el fin de la Edad Media. La perspectiva de los siglos nos permite entender en su plena magnitud lo que supuso aquella caída de Constantinopla: los monarcas europeos fueron más conscientes que nunca del peligro que se cernía sobre sus naciones, si el turco proseguía su expansión; y esa conciencia de peligro sería a la postre el acicate para la formación de Estados modernos y el descubrimiento de nuevas tierras allende el océano. Pero sospecho que, allá por 1463, nadiehubiese podido vislumbrarloquese estabafraguando: los confusos monarcas europeos trataban de organizar Cruzadas con el propósito de recuperar Constantinopla (hasta que por fin entendieron que el tiempo de las Cruzadas había quedado atrás, irremisiblemente) y los navegantes y mercaderes se las veían y deseaban para reanudar el tráfico comercial con las Indias. Vivían inmersos en el desconcierto, como siempre ocurre cuando un mundo que creemos estable naufraga ante nuestros ojos, sin que el nuevo mundo haya emergido aún. Una situación semejante es la que vive hoy Occidente, diez años después de la hecatombe de las To- rres Gemelas. Todavía seguimos conmemorando a lasvíctimas; una guerracontraelterrorismo Sospecho que dentro de doscientos o trescientos años, cuando las conmemoraciones luctuosas hayan quedado atrás, las generaciones venideras confundirán la hecatombe de las Torres Gemelas con el hundimiento del capitalismo financiero, o siquiera la verán como su símbolo premonitorio; y todo lo que ha venido después- -intervenciones militares en Afganistán e Irak, eclosión de la llamada primavera árabe etcétera- como una prueba del desconcierto y confusión de un Occidente empeñado en abrazarse desesperadamente a un mundo que creía estable y que ya había empezado a naufragar ante sus ojos. El ataque del 11 de septiembre de 2001 infiltró en un Occidente infatuado de su supremacía económica el virus de la debilidad; y bastó esa infiltración para que los cimientos de humo sobre los que se asentabaesa supuestasupremacíaempezaranadesmoronarse. Por otro lado, como suele ocurrir en los organismosenfermos, la concienciade debilidad agitó un depósito de vitalismo terminal- -un aspaviento- -que se concretó en campañas militares desquiciadas, promovidas en nombre de la democracia (que es como finamente se denomina el imperialismo internacional del dinero Campañas militares fallidas y- -como diría un argentino- -fallutas, que se han mostrado a la postre calamitosas en el método y temibles en sus consecuencias, como prueba el proceso revolucionario desatado en los países del norte de África, que pronto veremos convertidos en repúblicasislámicas alestilo iraní. Y, mientraslos cimientos de humo que sostenían la supremacía económica de Occidente se desvanecen, mientras en los espasmos de su agonía ve florecer una primavera árabe queloestrangula (aunque hayasido el propioOccidente quien grotescamente haya prestado vigor a las manos que lo aniquilan) el gigante asiático asiste regocijado, a lo lejos, a sus estertores, anticipando con deleite el momento en que un Occidente genuflexoseconvierta en sucolonia comercial. Laperiodización histórica clásica podrá captar en su entera magnitud, así que pasen unos pocos siglos, lo que cayó aquel 11 de septiembre. UNA RAYA EN EL AGUA IGNACIO CAMACHO CARNAZA Nada ilumina ni aporta este escrutinio patrimonial: sólo carnaza para el cotilleo, cebo para el oportunismo populista Q MÁXIMO UIZÁ no baste con que los diputados y senadores desnuden en internet sus ingresos y propiedades: deberían ir a la Puerta del Sol y explicarlos en las asambleas del 15- M, sometidos al veredicto directo de quienes parecen ser los destinatarios principales de este escrutinio morboso y estéril. Así pagarían en parte el pecado que ellos mismos, los políticos, han cometido al criminalizar el patrimonio y las rentas de las clases medias, que una odiosa demagogia oportunista identifica como execrables riquezas susceptibles de ser expropiadas a base de impuestos específicos. Porque, más allá de la delectación cotilla que proporciona la indagación de la intimidad ajena, este innecesario alarde de transparencia no arroja otra conclusión que la de la pertenencia de nuestra clase dirigente a una burguesía discretamente acomodada; la misma a la que la retórica electoralista convierte en sospechosa cuando dirige hacia ella la lupa de la exacción fiscal para satisfacer el instinto populista. En el retrato patrimonial medio de nuestros legisladores no hay nada que pueda mover a escándalo. Se trata en su mayoría de gente que tiene un pasar digno, tal vez incluso inferior a lo que cabría esperar de un conjunto de personas relevantes con cierto éxito profesional, que es lo que deberían ser nuestros representantes públicos si no mediase en su selección la detestable burocracia de la disciplina de partido. Más preocupante resulta la generalizada falta de experiencia laboral al margen de la administración o la propia política; la escasez en nuestro cuerpo legislativo de empresarios, autónomos, profesionales independientes o asalariados por cuenta ajena: ese mundo productivo que sabe lo que es y lo que cuesta cotizar a la Seguridad Social por fuera de la confortable burbuja del Estado. Pero el patrimonio en sí, el dinero o los bienes acumulados de manera limpia con el esfuerzo propio, no son motivo de desconfianza o de recelo alguno. En todo caso lo sería la forma de obtenerlos, siempre que pueda demostrarse que es espuria. Para que estas iniciativas de impostada nitidez resultaran eficaces sería necesario que como mínimo pudiesen compararse las propiedades actuales de cada cual con las poseídas al iniciar la actividad política. Nada aporta, nada revela, nada ilumina este destape patrimonial, este descorche descontextualizado, este outing forzoso e hipocritón; sólo material oportunista para el chismorreo torticero, carnaza de indignados y perroflautas, quincalla para el insano fisgoneo de los ciberhurones. Porque, además, no es en el Congreso ni en el Senado donde reside el núcleo de la corrupción política. Para llegar hasta él habría que buscar mucho más abajo, en los niveles intermedios donde se cuecen las contratas y las recalificaciones. Y a ver cuándo vemos publicada en la red la declaración patrimonial de tantos concejales de Urbanismo.

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