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ABC CORDOBA 23-02-2004 página 7
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ABC CORDOBA 23-02-2004 página 7

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ABC LUNES 23 2 2004 Opinión 7 JAIME CAMPMANY Zapatero ha perdido todas las ocasiones que se le han presentado para imponer una disciplina mínima que asegure la cohesión CABEZAS DE TURCO UE empiecen a traernos cabezas de turco, y a ver si alguna carga con la grave responsabilidad del gran desaguisado socialista y la descomposición del partido. Grave responsabilidad, repito, porque la existencia de un Partido Socialista vigoroso y coherente, capaz de disputar la mayoría en las urnas y la opción posible de gobierno, es absolutamente indispensable para la salud de nuestra democracia y la buena marcha de España. Y eso, hoy por hoy, se encuentra en serio peligro. Claro está que el último episodio relevante de esa descomposición del socialismo lo constituye el desbarajuste catalán. La responsabilidad de lo que sucede en Cataluña y en la política catalana se puede buscar aquí o allá, en Juan o Perico, en Joan o Peret. Por ejemplo, algunos pensarán que la culpa es de Carod- Rovira, el ex Pérez, que se va a Perpiñán a negociar con los etarras la paz en Cataluña y sólo para Cataluña, a cambio de un apoyo político que les permitirá sin duda seguir matando en los restantes lugares de España, incluido el País Vasco. Y eso está puesto en razón. Habrá quien piense que la convulsión que agita a nuestro socialismo nace en el comunicado de ETA, que- -como dice Ibarreche- -traiciona y perjudica a quien se acerca a la banda, deja en evidencia al gilí de Carod- Rovira, a Esquerra Republicana, a la Generalitat, a Maragall, al Partido Socialista y presenta a los encapuchados asesinos detrás de la senyera ante la desolación de Pujol. Si el pacto no hubiese sido ratificado por los propios etarras con la declaración de la tregua catalana, aún se podría decir que todo era una conjura de la derecha y una invención del ABC. Es razonable buscar la responsabilidad de esta alarmante situación del PSOE en la insuperable ambición de poder de Pasqual Maragall, que para sentarse en el sillón de la Presidencia de la Generalitat no duda en aliarse con un partido separatista, cuyo líder negocia indignamente con los etarras una tregua del terror exclusiva para Cataluña. Es seguro que encontraríamos quien crea que al bochinche han contribuido en buena medida las intransigentes declaraciones de Rodríguez Ibarra, José Bono y algunos otros socialistas escandalizados y alarmados por el gatuperio maragaliano. Y todavía habrá delirantes y frenéticos que carguen la responsabilidad sobre el PP, porque es el PP- -dicen- -quien se va a beneficiar electoralmente del grave error del socialismo catalán. Bien está que cada cual busque las culpas donde menos le duela encontrarlas. Pero tengo para mí que la responsabilidad del desastre del socialismo hay que achacarla a una evidente falta de liderazgo. Los ensayos en la sucesión de Felipe González han salido mal, y especialmente un ensayo, al principio esperanzador, llamado Rodríguez Zapatero, para las elecciones ZP, toma nísperos. Zapatero ha perdido, una tras otra, todas las ocasiones que se le han presentado, y han sido muchas, para poner en el partido orden, seriedad y esa mínima disciplina indispensable para mantener la cohesión doctrinal, programática y operativa. La enfermedad viene de lejos y seguramente denota una carencia de nacimiento. Y en esas estamos. Q JUAN MANUEL DE PRADA No nos engañemos. Si en España se aborta cada vez con mayor desparpajo y alegría es porque se está imponiendo una aceptación casi unánime de lo que, si mis estudios jurídicos no me engañan, sigue siendo un crimen tipificado y sancionado por nuestro Código Penal ABORTANDO A GOGÓ E L número de abortos en España durante el año 2002 alcanzó los 77.125; por supuesto, en tan estremecedora cantidad no se incluyen los miles de abortos clandestinos que se perpetran en condiciones de pavorosa insalubridad, tampoco los que se consuman mediante prácticas no quirúrgicas, más asépticas pero igualmente criminales (ingestión de pildoritas embrionicidas, etc. La cifra escueta, que casi se ha duplicado en un plazo de apenas diez años, ha sido facilitada por el Ministerio de Sanidad, sin glosas que ayuden a entender la magnitud del horror. Juan Fernández- Cuesta, en la información que ayer publicaba ABC, tampoco se decidía a explicar la frialdad de los datos, aunque en algún pasaje de su artículo vinculaba el aumento de los abortos con el fenómeno de la inmigración, resaltando que son las regiones receptoras de mano de obra extranjera las que más decididamente se emplean en este holocausto silencioso. Pero, como el propio FernándezCuesta concluía, resulta un tanto inverosímil (amén de cínico) atribuir a los inmigrantes el aumento de nuestra raquítica tasa de natalidad, a la vez que les endosamos la responsabilidad de esta mortandad vergonzante. Quizá dicha asociación resultara plausible si los inmigrantes hubieran duplicado la población española en los últimos años, como se ha duplicado la cifra de abortos; pero la desproporción entre ambas variables nos obliga a buscar otras razones más profundas. No nos engañemos. Si en España se aborta cada vez con mayor desparpajo y alegría es porque se está imponiendo una aceptación casi unánime- -subrepticia si se quiere, pero de una amoralidad rampante- -de lo que, si mis estudios jurídicos no me engañan, sigue siendo un crimen tipificado y sancionado por nuestro Código Penal. Esta anuencia sorda, esta complicidad tácita con el delito, delata la propagación de una enfermedad social de muy difícil remedio, sobre todo si consi- deramos que son las mujeres más jóvenes las que más resueltamente abortan. Aquí nos topamos con una paradoja que debiera preocupar a nuestras autoridades educativas, pues estas mujeres jóvenes son las destinatarias de esas campañas del póntelo- pónselo y demás variantes del sexo profiláctico con las que se pretendía disminuir el número de embarazos indeseados. A la postre, se ha demostrado que dichas campañas sólo han servido para que la calamidad que se aspiraba a combatir se haya extendido con mayor brío y más sombríos efectos. Pues dichas campañas, lejos de encauzar el instinto sexual de nuestros jóvenes hacia territorios de asumida responsabilidad, lo acicatean insensatamente, al reducirlo a un puro ejercicio lúdico, trivial, casi autista, despojado de hondas implicaciones, en el que no tiene cabida el conflicto de conciencia. Si aceptamos que follar es una práctica hedonista, liberada de trabas afectivas o implicaciones éticas, sólo sometida al empleo de determinados adminículos que la autoridad suministra risueñamente, no debe sorprendernos que, cuando los adminículos faltan o fallan, los damnificados se nieguen también risueñamente a asumir las consecuencias de su desliz; a fin de cuentas, no hacen sino prolongar la aplicación de las enseñanzas que recibieron. Así, abortar- -como follar- -se convierte en una práctica banal, rutinaria, extirpada de imperativos morales. Por supuesto, emitir una verdad tan empírica e incontrovertible nos convierte en apestados (quien lo probó lo sabe) pues la perversión social imperante exige que transijamos con el aborto, como si de un remedio benéfico se tratase, o siquiera como un mal menor que evita desgracias más desgarradoras. Pero uno sabe que la verdad, tan molesta e intransigente, le hace libre; también lo condena a la soledad y el ostracismo, pero uno siempre ha cultivado cierta vocación eremítica.

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